miércoles, 14 de noviembre de 2012

Una fiesta en Caltongo, por David C.

Una fiesta en Caltongo, por David C.

Le dije: yo sólo cerveza. ¡Un tequilita? No sólo cerveza, insistí. Tuve que explicarle que la bebida del lupo me ponía muy cachondo y listo para cogerme a una mujer como ella. Alguien había puesto música de José José, demasiado cursi para mis oídos y excesivamente antigua para mis tiempos. Pero a ella parecía llegarle a quién sabe qué parte de los recuerdos, aquello de amar y querer como si fuera música de su época, y por la forma en que puso los ojos concluí que le recordaba algún amor más serio que él que yo le proponía en servicio express. Me paré para cambiar la música del ipod que servía de orquesta en esa home party. Ella me detuvo del brazo y me acercó a su rostro. No pensé que tan pronto tendría la oportunidad de compartirle mi aliento de cerveza y cigarro, aderezado con un sutil toque de chicle trident. Nos besamos y nos fuimos a su recámara. De inmediato confirmé que no traía calzones debajo del mallón negro, como lo había pensado por la forma natural que se mostraban sus nalgas y sus muslos. Fue cosa de acomodarnos para que al menos nos encimáramos un ratito entre jadeos suaves mientras escuchábamos una música distinta que alguien tuvo el acierto de programar. Me vine entre los versos insistentes de I gotta feeling. Y pensé claro que presiento que van a disfrutar  nuestras carnes en esta noche de lluvia. Después alguien que nos había visto entrar en el cuarto tocó la puerta porque no tuvo de otra (tuvimos la previsión de cerrarla) para preguntarle a M donde estaban las botellas de tequila, porque las que había sacado ya estaban todas vacías. M les gritó donde y le dijo dame chance, ahorita salgo, no chingues, si sabes que estoy ocupada. Todo mundo ya la conoce. Celebré que ella todavía quisiera probar otro poquito de lo que me traía entre las piernas. Anoche estaba recargadísimo de testosterona por la tranquilidad de la semana. Volvimos a la práctica de hacer hijos con un condón del dr. Simi. ¿Qué jodido? Están muy gruesos, reproché injustamente cuando yo debía haber traído una dotación buenos condones en la cartera. Ay, D, dijo M, ya cállate y dámelo otra vez. Hicimos ansiedades de jugo natural y nos deshicimos en una muerte chiquita que nos dejó como cuerdas flojas. M se metió en el mallón de nuevo y me mandó una cerveza con R. Pinche D, ya te la cogiste, me dijo el cabrón ese. Lancé a R una mirada de compasión y le restregué en su inocencia estúpida la verdad, para que anduviera con ella toda la noche: Ella me cogió, pendejo. Luego me empedé y ya no supe más hasta que me despertó una llamada del celular de J, para recordarme el triste partido de futbol. No mames, ¿para eso me hablaste? Luego ya no pude dormirme y mejor me puse a escribir lo que me pasó anoche con M.

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