Orlando Van Bredam: sus respuestas, poemas y minificciones
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Orlando Van Bredam nació el 23 de agosto de 1952 en Villa San Marcial, provincia de Entre Ríos, la Argentina, y reside desde 1975 en la ciudad de El Colorado, provincia de Formosa. Es Profesor en Castellano, Literatura y Latín y Licenciado en Gestión Educativa por la Universidad Nacional de Formosa, así como Magister en la Enseñanza de la Lengua y la Literatura por la Universidad Nacional de Rosario. Es profesor titular de Teoría y Crítica Literaria y Literatura Iberoamericana en la Facultad de Humanidades de la UNaF. Ha participado en numerosos congresos, jornadas, paneles, seminarios y mesas redondas de carácter artístico o cultural. Su quehacer en distintos géneros ha sido difundido en revistas y diarios, en soporte gráfico y digital, de su país y del extranjero. Ha obtenido no menos de doce primeros premios y otras distinciones. Se ha desempeñado como jurado en múltiples ocasiones, en varias provincias argentinas. Textos narrativos y poéticos de su autoría han sido traducidos al francés, al flamenco, al portugués y al alemán. Entre otras, ha sido incluido en las antologías de narrativa breve “La otra realidad. Cuentistas de todos los rincones del país” (selección y prólogo de Mempo Giardinelli, 1994), “El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo” (Palencia, España, 2007), “El mundo de papel” (microficciones infantiles, selección de Mónica Cazón, 2014); también, entre otras, ha sido incluido en las antologías de poesía “El soneto hispanoamericano” (1984) y “Patria de luz” (2000), y en el volumen ensayístico “Homero Manzi, poesía nacional en vigencia” (de Eulogio Ireneo Argüello, 2008). Publicó las novelas “Colgado de los tobillos” (2001), “Nada bueno bajo el sol” (2003), “Teoría del desamparo” (Editorial Emecé, 2007), “La música en que flotamos” (finalista del Premio Clarín Alfaguara 2007, editada en la provincia de Chaco en 2009), “Rincón Bomba, lectura de una matanza” (2009), “Mientras el mundo se achica” (2014), los libros de cuentos “Fabulaciones” (1989), “Simulacros” (1991), “La vida te cambia los planes” (minificciones, 1994), “Las armas que carga el diablo” (minificciones, 1996), “Música de entonces” (2004), “Las tumbas aéreas” (2012), “La mujer sin ombligo” (2015) y los poemarios “La hoguera inefable” (1981), “Los cielos diferentes” (Premio “Fray Mocho” del Gobierno de Entre Ríos, 1983), “Asombros y condenas” (Primer Premio del Concurso “Rosalina Fernández de Peirotén” de la Asociación Santafesina de Escritores, 1987), “De mi legajo” (Primer Premio Nacional de Poesía “Homenaje a José Pedroni”, 1999), “Clausurado por nostalgia” (2004), “Lista de espera” (2010), “Migración de tristezas” (2010). En 2015 apareció su antología personal de narrativa “No mirés nunca debajo de mi cama”.
1 — ¿Algo… a propósito de vos?
OVB — Y…, este paquete de genes nació en el invierno de 1952, exactamente a las ocho de la noche del 23 de agosto, hacía frío, muchísimo frío dice mi madre, tanto frío que si mi abuela materna no me abrigaba con su cuerpo y me daba calor humano, no hubiera existido más que unas pocas horas. Nací en un pueblo, Villa San Marcial, que por aquel entonces no tenía más de doscientas almas, un pequeño lugar incestuoso porque todos eran parientes pero seguían reproduciéndose con euforia. De ahí vengo, del patio de la casa de esa abuela donde sólo había una mora, latas y botellas vacías que mi imaginación de niño pobre convertía en soldados y trenes. Mi padre era un comerciante empecinado, siempre le iba mal, entonces cambiaba de pueblo y de rubro. En 1956 nos fuimos a vivir a Basavilbaso y en 1960 a Concepción del Uruguay, como sabés, otras localidades de la provincia de Entre Ríos, lo que me permitió hacer primero el secundario y después el profesorado en castellano, literatura y latín.
Mi amor por la escritura se despertó una tarde en que leí, en una traducción española llena de arcaísmos, “La isla del tesoro” de Robert Stevenson. Tenía nueve años y en secreto, decidí ser escritor hasta que me descubrieran. Fue mi madre la que me descubrió. Un día, después de escribir un cuento, abandoné el cuaderno en el comedor y me fui a jugar al fútbol en el potrero de al lado de mi casa. Mi madre leyó el cuento y lo recordó toda su vida; yo no. Dice que era la historia de un payaso de circo que estaba perdidamente enamorado de una trapecista, un amor imposible. Es probable que yo estuviera enamorado de la maestra o de alguna compañerita lejana. En fin, siempre ha sido así en mi vida, no sólo en la infancia.
En la adolescencia me olvidé, seguramente porque había sido descubierto, de aquella tentativa escritural; la recuperé recién a los veintidós años, cuando después de recibirme de profesor me vine a vivir a El Colorado. Aquí, lejos de todas las comodidades de mi casa paterna, reinicié la conversación con “el hombre que siempre va conmigo”, como dijo Antonio Machado; aquí se dio el silencio y la soledad propicia para que la poesía se presentara desnuda y deseable en mi piecita de soltero. Entonces no dudé, la música de Albinoni, de Mozart, de Piazzola, de Serrat y los poemarios de Luis Alberto Ruiz, Juanele Ortiz, Manuel Castilla, Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi, Alfredo Veiravé, Miguel Hernández, Oliverio Girondo y siempre, siempre Neruda crearon el clima para que ella, la inefable poesía, quisiera estar conmigo, acostarse sobre la página en blanco y permitir que una vieja Remington la besara desde los pies hasta la frente.
2 — ¿Y la narrativa?
OVB — En 1989 apareció el cuento, género con el que yo había iniciado mis desvelos y poco después las minificciones que reuní en dos libros hoy inhallables. La novela fue siempre una presa mayor, un objetivo de alta cacería. Después de varias novelas no concluidas por dispersión de la trama o por puro aburrimiento del autor, en 2000 escribí la nouvelle “Colgado de los tobillos, la historia del Gauchito Gil” que publiqué por mi cuenta en 2001. Este texto me gratifica, tanto por sus múltiples ediciones como por ser uno de los pocos que siempre releo y nunca me decepciona. En 2007 toqué el cielo con mis palabras, cuando un jurado integrado por Abelardo Castillo, Andrés Rivera y Vlady Kociancich me otorgó el Premio Emecé por mi novela “Teoría del desamparo”. Ese mismo año, “La música en que flotamos”, una novela invadida por mi nostalgia setentista, fue finalista del Premio Clarín Alfaguara y lo que es más importante: me había leído mi admirado José Saramago, ese descomunal pensador. No me dio el premio pero no importa. O tal vez sí, importa.
3 — Importa.
OVB — Tengo hoy sesenta y tres años, estoy lleno de proyectos y de dudas, reviso todo el tiempo mis propias ideas sobre la vida, la política y la literatura, amo el relativismo de nuestra aporreada posmodernidad, no creo en dogmas ni en preceptivas, considero que un escritor puede acatar todas las leyes pero en su corazón o en su inconsciente es un francotirador, un anarquista decepcionado con el mundo que con su escritura trata de repararlo o al menos, de embellecer el horror. En mi caso, ya no trato de reparar nada, sólo estoy convencido de la necesidad casi fisiológica de escribir como cuando nos despertamos en medio de la noche para ir al baño. La escritura en mi caso, es hija de una necesidad incomprendida. Nunca viví de ella y no está en mi naturaleza que así sea. No obstante, soy muy feliz cuando la gente compra y lee mis libros porque sin el público no hay escritor ni escritura posible.
4 — Así que el correntino Antonio Mamerto Gil Núñez, en tanto Gauchito Gil, te afirmó como narrador de largo (o mediano) aliento. Y no mucho después, una matanza acontecida unos treinta años antes de nuestra última dictadura cívico-militar, en lo que se denominaba Territorio Nacional de Formosa, te promueve la concepción de una novela con una estructura peculiar.
OVB — Desde 1992, en que entré accidentalmente en contacto con el universo mítico de Antonio Mamerto Gil, el gauchito correntino, injustamente asesinado por quienes se decían representar la ley de entonces, he seguido de cerca este fenómeno de evidente devoción religiosa con mucha curiosidad y asombro. He visto a lo largo de estos veinticuatro años no sólo el acelerado crecimiento de simpatizantes sino también los cambios en los pedidos de favores que se le hacen.Cuando todavía esta forma de religiosidad popular no estaba tan expandida, era posible ir al santuario de Mercedes un 8 de enero y asistir con comodidad a esa gran fiesta pagana donde los rezos, los intercambios de objetos, las velas y cintas rojas, los agradecimientos cargados de emotividad se mezclaban con la música, el baile y el reencuentro con amigos. Hoy, en cambio, desde hace ya dos lustros, son miles y miles de personas que esperan pacientemente bajo temperaturas que rondan los cuarenta grados o bajo la lluvia, el momento de acariciar la cruz del santo y rendirle después, como se hizo siempre, una liturgia personal, íntima, un rito que sólo conoce el que lo lleva a cabo. Es la misma devoción multiplicada por cientos de miles y muchísimos más si agregamos todos los santuarios repartidos por todo el país y también más allá de nuestras fronteras.
¿Qué lectura podríamos hacer de esta autoconvocatoria masiva, espontánea, para agradecer a un santo, sin que haya detrás un dogma, una religión instituida como tal o un predicador? ¿A qué necesidades espirituales no satisfechas por los viejos sistemas de creencia responde el Gauchito Gil? Dejo estos interrogantes pero apunto una última observación: al gauchito se le piden “favores” como a un amigo cercano y no “milagros”, se le va a agradecer por lo dado, más que a implorar. Tal vez aquí se encuentre en parte la explicación de este hecho absolutamente visible que atraviesa a todas las clases sociales y a todas las edades.
En el caso de la masacre de “Rincón Bomba” ocurrida en 1947, cuando un escuadrón de gendarmería rodeó a un grupo de ochocientos pilagás, hombres, mujeres, niños y viejos desarmados, famélicos y enfermos y decidió exterminarlos para permitir que el caudillo salteño Patrón Costas se quedara con sus tierras, vuelve a aparecer el crimen de los inocentes como ocurrió con Antonio Gil y eso, en mi caso, produce un estado de ánimo especial que desemboca al cabo de algún tiempo en la escritura, mi único territorio de justicia posible. Son historias que me han marcado no sólo como narrador, sino como sujeto que mira con mucha indignación los estragos del poder y construye una idea cada vez más escéptica respecto del destino de la humanidad. Muchas veces pienso que no somos más que un puñado de mamíferos desesperados sin ninguna grandeza.
5 — Has realizado cursos de posgrado con un intelectual de “voz única”, el de la “ficción crítica”, Nicolás Rosa (1934-2006).
OVB — A Nicolás Rosa lo conocí a través de dos seminarios que hice con él durante el cursado de la maestría en enseñanza de la lengua y la literatura, en sus últimos años de vida, y conservo todavía una impresión tan fuerte de su histrionismo, de su facilidad para fascinar que desde entonces estoy convencido que la literatura no se debe enseñar, sino hacer lo que él hacía: inculcar un entusiasmo transformador. Eso hizo Nicolás con nosotros, los veinte alumnos que lo escuchábamos embelesados. Celebro esa capacidad suya de construir un discurso literario lleno de voces y gestos que durante su travesía podía absorber todo lo que encontraba. Recuerdo haber aprobado su Didáctica de la Literatura I con una monografía en la que me atrevía a discutir el canon porteño que él había ayudado a consagrar, oponiendo escritores del interior, particularmente del NEA (Nordeste Argentino). Fui muy osado y provocativo. Supuse que me desaprobaría. Sin embargo, tuvo un gesto de grandeza que nunca olvido a la hora de evaluar a mis alumnos. Me escribió al final del trabajo: “No coincido en nada con sus criterios y elecciones pero su argumentación es brillante”. Me aprobó con un 10.
6 — ¿Compaginarías un volumen con tus textos ensayísticos que más valores? “La educación sentimental de los varones” es uno que leíste en el XII Foro Internacional por el Fomento de la Lectura y el Libro, en Resistencia, la capital de la provincia de Chaco.
OVB — No lo he pensado pero no lo descarto. La mayoría de ellos, sobre todo a partir de 2006, están ligados a mis preocupaciones acerca de la enseñanza de la literatura y también sobre la recuperación de la lectura literaria, ya que fuimos un país de lectores y las diversas políticas estatales, sobre todo de la última dictadura y el menemismo, nos hicieron retroceder muchísimo, nos quitaron el libro primero y el deseo de leer después. “La educación sentimental de los varones”, justamente, tiene que ver con mis lecturas de niño y adolescente en las décadas del cincuenta y el sesenta y cómo esos textos literarios forjaron mi gusto por la literatura y desataron el impulso de escribir. Se ha hecho mucho en los últimos años para volver a instalar la lectura en el aula y en la familia, pero no es suficiente. El foro de Mempo Giardinelli, al que asisto todos los años, es pionero en este sentido, se viene haciendo en Resistencia desde 1996 y asisten escritores, editores y académicos de todo el mundo, ya que esta preocupación por la lectura no es sólo de los argentinos. También, en los últimos foros, se ha tratado con interés la lectura digital y los nuevos comportamientos lectores a partir de Internet.
7 — Se han representado a partir de 1994 varias piezas teatrales de tu autoría (“Si el trabajo es salud…”, “El jefe espera”, “Trozo de luna”, “Aullidos”, “Música de siempre”, “Las cercanas lejanías”, “En este lugar sagrado…”, etc.). ¿Las reunirás en algún tomo?
OVB — Es una tarea que me reservo para más adelante, ya que antes de reunirlas y publicarlas debo dedicar un tiempo importante a corregirlas y sobre todo a sopesar su valor teatral o literario. Surgieron como textos para grupos teatrales de la región; algunos fueron escritos con urgencia para el proyecto “Cien ciudades cuentan su historia”, auspiciado por el recientemente creado Instituto Nacional del Teatro. No he vuelto a releerlas pero lo haré.
8 — Sólo en el “Breve diccionario biográfico de autores argentinos desde 1940” de la bibliotecóloga Silvana Castro (Ediciones Atril, 1999), tu apellido figura en la Be larga: Bredam, Orlando van. ¿Tu apellido es de origen holandés?
OVB — Sí, es de origen holandés, pero mis bisabuelos vinieron de Bélgica. Siempre escribí Van, así con mayúscula, y en cualquier nómina alfabética, excepto la que mencionás, aparecí en el lugar de la Ve corta. Lo de la ve minúscula aparece más para el von alemán, y es una partícula que presupone un linaje de noble. En mi caso, no: es una preposición que significa “de tal lugar”, es decir, “de la ciudad de Breda” (Holanda); lo de la eme que sobra supongo que es parte de un genitivo o gentilicio o algo así.
9 — En 2011 se exhibe el cortometraje “Cómo decírselo”, de Aldo Cristanchi —el primer unitario televisivo formoseño—, concebido a partir del cuento homónimo de tu autoría. Y al año siguiente se estrena otro cortometraje, dirigido por Guillermo Elordi, adaptado de tu “Cuento de horror”. ¿Cómo (te) resultaron esas experiencias?
OVB — “Cómo decírselo” es un cuento que escribí a los diecisiete años, cuando todavía vivía en Entre Ríos, y había obtenido una mención en un concurso local, el primer reconocimiento que obtuve con mi obra literaria. A los pocos años de vivir en Formosa, lo envié al diario “La Mañana” y lo publicaron en el suplemento dominical. Aldo Cristanchi, que ya era un poeta conocido, lo leyó y lo conservó durante más de treinta años con la intención de llevarlo al cine. Aldo le hizo algunos cambios que me parecieron necesarios para la versión televisiva, reunió los dos o tres actores que pedía el texto y produjo con su solo esfuerzo un unitario que fue muy bien recibido por los televidentes de Lapacho, Canal 11, un canal de aire que llega a toda la provincia y al Paraguay. Me sentí muy halagado por la elección de ese cuento y más allá de los defectos propios que provoca el trabajar casi en soledad, como hizo Aldo para abaratar costos, considero que fue una buena experiencia.
“Cuento de horror” es una microficción del libro “Las armas que carga el diablo” y es el germen de mi novela “Teoría del desamparo”. Guillermo Elordi supo captar en el corto el suspenso, el misterio y el sentido de esa pequeña historia, además de contar con un excelente actor chaqueño, Pedro Monzón, que con su gestualidad contribuyó a dar el clima preciso. Desde luego, un escritor nunca queda del todo satisfecho: me parece que el remate que propuso Elordi no es el que yo hubiera elegido al descartar el final poco cinematográfico de la microficción.
10 — ¿Seguís, desde el 2005, conduciendo el ciclo de minificciones por cable “Taller de Zonceras”?
OVB — Sí, continúo y cada vez me gusta más. En el 2005, el cable de El Colorado, el único que tenemos, me preguntó en una entrevista qué se podía hacer para que la gente leyera más. Fue entonces que les propuse hacer un micro, al final del noticiero, en el que yo iba a leer un texto muy breve: un poema, una minificción, una reflexión o el comentario de un libro. Les gustó y así empezamos. Los primeros años, sólo leía, más tarde introduje comentarios sobre lo leído, y este año, 2016, me propuse comentar a los clásicos, hacer una reseña lo más pintoresca posible de aquellos libros que la humanidad ha acogido como modelos literarios.
11 — Es al dramaturgo que algún día revisará, pulirá sus piezas teatrales y las editará probablemente, a quien le pregunto por estos otros dramaturgos argentinos: ¿Armando Discépolo (1887-1971), Agustín Cuzzani (1924-1987), Osvaldo Dragún (1929-1999) o Roberto Cossa (1934)?
OVB — Desde luego, son maestros, modelos a seguir, a los que podría agregar hoy otros nombres como Eduardo Pavlovsky y Mauricio Kartum. Con este último hice un inolvidable curso de dramaturgia en 2002 que no sólo me sirvió para escribir teatro sino para adquirir técnicas que permitieran abordar todos los géneros literarios.
Armando Discépolo fue mi primer deslumbramiento, tanto que hice una monografía sobre su particular estética para Literatura Argentina cuando cursaba el profesorado y ese fue mi primer “libro”, porque el consejo de redacción de la revista “Ser” de esa institución educativa, decidió publicarlo como separata. Fue emocionante recibir los cincuenta ejemplares de ese opúsculo que yo visualizaba como primer hijo literario.
De Agustín Cuzzani, uno de los más injustos olvidos, tomé en los ochenta “El centroforward murió al amanecer” y lo incluí en mis cátedras de nivel terciario; hay pocos textos tan esclarecedores acerca de esa mercancía envilecida que es el jugador de fútbol en la actualidad.
A Osvaldo Dragún lo conocí personalmente en Concepción del Uruguay en 1973, cuando llevó su obra “Nuevas historias para ser contadas”; tuve la oportunidad de conversar con él con un café de por medio, era un hombre humilde y sabio, el Bertolt Brecht argentino, el gran innovador de la escena nacional a fines de la década del cincuenta; más tarde llevé a escena como director sus piezas más conocidas, como son “Historias para ser contadas” y “Los de la mesa diez”.
A Roberto Cossa lo encontré primero en Villaguay, Entre Ríos, en 1970, yo era un jovencito que recién se iniciaba en el teatro y a raíz de un encuentro nacional celebrado en esa ciudad pude escucharlo, leerlo, verlo representado y admirarlo para siempre. Muchos años después volví a encontrarlo en Resistencia, en el Foro Internacional de Lectura. Aquel hombre retraído en permanente meditación que yo había visto en mi adolescencia, era ahora un célebre anciano divertido, lleno de humor e ironía, un personaje más de sus eternos grotescos.
12 — ¿En los diversos géneros, a qué escritores de las provincias que integran el NEA juzgás más innovadores, más sólidos?
OVB — La narrativa del nordeste argentino se inicia con Horacio Quiroga; de alguna manera, su maestría en el cuento impone no sólo una preceptiva de este subgénero, sino también una mirada trágica y fatalista que recién es rota alrededor de 1980 por Mempo Giardinelli, que aporta el humor y la superación del pintoresquismo a partir de su novela “La revolución en bicicleta”. En esta línea tenemos desde entonces a Olga Zamboni (Misiones), José Gabriel Ceballos (Corrientes), Humberto Hauff (Formosa) y Miguel Ángel Molfino (Chaco). Entre los más jóvenes me gustan Sandro Centurión (Formosa) y Mariano Quirós (Chaco); este último ha obtenido importantes distinciones por su narrativa dentro y fuera del país.
La poesía del nordeste tiene ya autores canónicos como Alfredo Veiravé, chaqueño por adopción, y los correntinos Francisco Madariaga y David Martínez; entre los más jóvenes, actualmente en plena construcción de su obra poética, destaco a los chaqueños Claudia Masin y Mario Caparra por su osadía, su actitud irreverente sin salirse del contexto de producción de sus textos. Se escribe poco teatro y no es interesante, me parece complaciente y poco audaz en sus formas.
13 — Te has referido ya a los pilagás. Y en la Revista “Ñ” del diario Clarín publicaron un artículo tuyo cuyo título es “Las historias que narran los wichís”.
OVB — Sí, en 2004 conocí durante el dictado a mi cargo de una cátedra de la Licenciatura de nivel inicial a Karina Contreras, una maestra que se desempeñaba en el oeste formoseño en una escuela con alumnos wichís. Cuando le propuse hacer una monografía sobre literatura infantil, ella se decidió por contar las historias que las abuelas wichís narran a sus nietos. Fue hermoso su trabajo. Durante un año entrevistó a las ancianas de esa etnia y logró que le contaran fábulas y leyendas absolutamente desconocidas por la población blanca. Accedimos a un imaginario puro, original y bello. Quedé muy impresionado y en ese artículo de Clarín menciono a la maestra, a sus informantes, y transcribo algunas de esas versiones orales que revelan una cosmovisión particular y que provocan el mismo asombro de las narraciones orales que heredamos de Europa. Lo mágico, lo impuro, el mal y el bien, el horror y el placer aparecen como elementos constantes, tal como Vladimir Propp descubrió en los relatos maravillosos del folclore ruso y que son comunes a todas las culturas del mundo.
14 — En 2005, a través de la Fundación OSDE, se edita en tu provincia adoptiva el volumen de cuentos “Cuatro versiones sospechosas”, en colaboración con Héctor Rey Leyes, Luis Rubén Tula y Humberto Hauff. ¿Cuatro narradores y sus respectivas versiones de ciertos episodios…?
OVB — No es exactamente así; fue un título que se le ocurrió a Tula y simplemente nos gustó sin buscarle algún sentido vinculado a los cuentos allí reunidos. Sin embargo, ahora que reviso el libro encuentro lugares comunes respecto de lo que los cuatro pensamos acerca de hacer narrativa desde Formosa, y tiene que ver con la necesidad de abandonar la temática rural, sobre todo esa mirada bucólica y piadosa que ha confundido el folclore con la literatura. En estos cuentos aparece una mujer y un hombre de pequeña ciudad del interior con sus impurezas y sobresaltos no tan distintos a los de otros lugares del mundo. Necesitábamos, como suelo decir, una mirada arltiana (de Roberto Arlt) de estas ciudades ya desangeladas.
15 — ¿Vicios, propensiones fastidiosas u odiosas?...
OVB — No tengo vicios, soy metódico y bastante organizado pero mi mayor defecto es la propensión a exagerarlo todo, a buscar siempre los extremos en la conversación o discusión cotidiana. Me considero un sujeto exageradamente apasionado pero a la vez capaz de revisar todo el tiempo mis propias ideas y renegar de mis iras a las que vuelvo indefectiblemente.
16 — ¿Hiciste fichas, apuntes para la organización de tu novela “Nada bueno bajo el sol”? ¿Enmendaste mucho? ¿Más, menos que para la organización de tus otras novelas?
OVB — “Nada bueno bajo el sol” tiene varios borradores pero ningún plan de trabajo, es la trama más caprichosa que he podido armar. La primera versión de 1994 es manuscrita y ocupa un cuaderno de doscientas hojas; la segunda, que recupera y agranda la anterior es dactilografiada y fue escrita entre 1995 y 1998; la tercera y última, con muchas correcciones, fue digitalizada en 2002, un año antes de su publicación. Es una novela que hubiera seguido corrigiendo indefinidamente si un amigo no me hubiera propuesto editarla. La versión publicada de 2012 por el sello Viceversa (Chaco-Córdoba), elimina varios relatos interpolados en el relato central.
Todas las demás novelas que escribí obedecieron casi siempre a un plan inicial y a una investigación previa, pero en este caso fui todo el tiempo el lector sorprendido de la disparatada travesía del personaje protagonista.
17 — ¿Qué anécdota hay detrás del cuento que da título al volumen “La mujer sin ombligo”?
OVB — Está basado en la historia real de mis suegros, es un homenaje a esa curiosa relación de amor y odio que los sostuvo durante más de cincuenta años. Cuando ella murió, todos pensamos que al fin él alcanzaría el sosiego necesario como para vivir mejor sus últimos años. Estaba sano y feliz al principio, pero seis meses después se dejó morir de tristeza, no podía aceptar la vida sin ella. Este es un tema que me gusta mucho y que estoy indagando en mi última novela que está todavía en proceso de escritura.
18 — Daniel Chirom, en un reportaje que le hiciera a Francisco Madariaga en 1985 le pregunta: ¿Usted se considera un poeta correntino? Y a continuación inquiere: ¿A usted le molesta que lo vean como un representante de Corrientes? Imito a Chirom y te pregunto, Orlando: ¿Te considerás un poeta entrerriano? ¿Te molesta que te vean como un poeta de Formosa?
OVB — En principio, me cuesta “considerarme” un poeta, siempre me pienso como un apasionado lector y docente de literatura, actividades que me satisfacen todo el tiempo y de alguna manera me enorgullecen; por otro lado, si los entrerrianos me perciben como un poeta de su provincia o los formoseños de la suya, no deja de halagarme, son gestos de cariño y yo no voy a impugnarlos de ninguna manera. En el fondo, recuerdo aquella frase de Juan L. Ortiz: “El poeta sólo habita el lenguaje”. Creo que en mi caso es así, cuando me invade el deseo de escribir poesía o algo parecido, la única región posible es ese “granero de palabras que llevamos con nosotros”, como dijo Pablo Neruda; por otra parte, no me interesa el color local ni los modismos de un lugar o de otro, creo que la poesía debe aspirar a algo más profundo que a esas formas locales del habla; la misión del poeta es la de revelar la espiritualidad del mundo sensible, como pedía Jacques Maritain, de modo que Paul Eluard no sea leído como un poeta “francés” sino como un poeta universal aunque esté escribiendo sobre Francia.
19 — El prestigioso ensayista Guillermo Ara (1917-1995) afirmó en 1981: “El verso de Van Bredam es una sostenida metáfora. Es más metáfora que verso porque sus símbolos, a fuerza de entrañar poderes y juegos de la tierra, furores del cielo y vendavales del aire ha creado una eufórica mitología en la que se sumerge como un fauno joven y ardiente.” ¿Te reconocés en esa definición?
OVB — Guillermo Ara hizo el prólogo de mi primer libro de poesías titulado “La hoguera inefable”(1981), que reúne los trabajos míos escritos entre 1974 y 1981, yo tenía entonces menos de treinta años y mis versos, como lo explica el maestro, dilapidaban recursos retóricos, había más hojarasca que conceptos. En ese mismo prólogo, Ara anticipa a los lectores que “ya llegará el tiempo de la poda”. Tuvo razón, mi poética evolucionó hasta quitar toda esa grasa y dejar aparecer el hueso. Desde entonces busco un equilibrio entre lo conceptual, lo sensorial y lo emotivo, que según Carlos Bousoño son los estratos del poema.
20 — ¿Libros inéditos?...
OVB — Hay dos o tres novelas inéditas que no pienso publicar por el momento porque considero que no están logradas, que se merecen muchas correcciones y que tal vez de ahí, no quede nada. No importa, no vivo de la literatura y eso me permite ser paciente y esperar a que surja algo que realmente me satisfaga. No obstante, el 4 de octubre de 2015 me embarqué en una nueva novela que aspira a elaborar fundamentalmente el tono y la sintaxis, una novela a la que concurran las estrategias del discurso poético pero que a su vez, cuente una historia con una o varias intrigas. En fin, en eso estoy, y escribir sin ponerme límites de tiempo ni horarios de producción, son para mí lo más placentero de todo el proceso, mucho más que publicar un libro.
*
Orlando Van Bredam selecciona tres poemas de su autoría y tres microficciones para acompañar esta entrevista:
De mi legajo
“asoma mi niñez sobre las tapias,/ a quién le pido un canto en la hora espléndida” Carlos Mastronardi
Aquí nací,
establecí en los ojos
la novedad de la luz y los contornos
de lo querido y lo rechazado.
Entre asombros y condenas
fui lamiendo
la índole triste de las pobres cosas:
llevé a mi boca tierra prometida,
legalicé el sabor de las raíces,
desbaraté ciudades fundadas por hormigas
y adquirí el ritmo tenaz de los metales.
En esa ausencia larga de juguetes
me ejercité en metáforas y símbolos,
hice mi código de tarros y botellas
y fui aviador
soldado
marinero
y maquinista de trenes lejanísimos.
Pero, también, es cierto:
tejí miedos
que quedaron en mí como lunares,
como manchas de una piel desasombrada,
contaminada de verdad terrestre.
Aquí nací,
mi corazón no puede precisar otro niño que el que inventan
la nostalgia feroz y esta desdicha
de saber que en su alma ya crecían
mi soledad desértica, mis ecos,
mi carcelaria intimidad,
mi resonancia.
*
Mientras dure la luz
Mientras dure la luz,
mientras mis ojos
celebren tu figura a mi costado
y mi cara salga a andar en los helechos
y se apiaden de mí todas las garzas,
diré que soy feliz,
que el mundo es esto:
una heredad con sol, un pan benigno,
un ramo de niños a la mesa.
Si supiera cantar, si mi voz diera
con el acento claro,
con el ritmo,
no escribiría más,
asolaría
la deliciosa flor de una guitarra;
porque el hombre que canta determina
un clima propio,
una estación andante,
una lluvia gozosa que nos llueve
donde él es una sola pulsación con su garganta.
Por eso agrego a este mundo mis palabras,
estas flores nocturnas,
estos vuelos,
este alunizaje solitario,
como una ofrenda a la luz que me convoca,
como una piedra común y taciturna
en la muralla cambiante del lenguaje.
*
Ruta con liebres
El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena de pozos y cráteres
y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar el último oso hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.
La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa
2
Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)
3
La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del rocío
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)
4
El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se deslizan
por el agujero del tiempo.
*
Adán, el terrible
“No es bueno que el hombre esté solo” dijo Jehová e hizo caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó una de sus costillas y con ella hizo a la mujer.
Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás echó de menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya expulsados del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la encontraba avejentada o ella fingía un dolor de cabeza, Adán se arrodillaba y entre ruegos le confiaba al viejo Jehová que se sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas innecesarias.
*
Baile
El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.
La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.
*
Convivencia
—Es difícil vivir con una mujer conflictiva, que hace problemas por todo— dijo Juan.
—Cierto. O aquella que dice estar enferma. Siempre le duele algo— dijo Pedro.
—Así era mi mujer.
—¿Hipocondríaca?
—Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
—Es difícil vivir así.
—Cansa. Harta. Jode. Uno llega contento y ella saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
—¿Te separaste?
—No —dijo Juan—, se murió.
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de El Colorado y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1000 kilómetros, Orlando Van Bredam y Rolando Revagliatti, 2016.
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