domingo, 9 de septiembre de 2012

Inventiva Social: EDICIÓN SEPTIEMBRE 2012.


 
*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba
 
 
 
 
MARAVILLA*

Han descubierto el único tesoro;
han encontrado al otro.
Inferno, V, 129
Jorge Luis Borges

No hacía caso al principio a sus molestias en el oído. Pero al hacerse más intensas, acudió al especialista. Éste, tras un concienzudo examen, pidió hablar con alguien de la familia. Como los padres ya no estaban en este mundo, había ido a acompañarla el vecino, un joven de su edad.

“Se le ha colado una semilla en el oído”.

La cosa se complicaba, al parecer la semilla se había adherido de modo tal a su oído interno que no era posible extirparla sin acudir a una cirugía, en cuyo caso corría el peligro de quedar sorda. Era mejor mantener una estricta observación. En casa, tras descubrir que echando dos gotitas de agua hervida cada seis horas, sentía cierto alivio, comenzó a recordar cómo aquella semilla había llegado a su oreja.

Evocó una noche, hacía diez años, en que la abuelita del vecino les había dicho que si colocaban una semilla de Maravilla debajo de su almohada y le decían: “Maravilla, Maravilla, revélame tus secretos”, les sería revelado en sueños el rostro de su alma gemela.
Nada ocurrió, salvo que a la mañana siguiente no encontró la semillita por ninguna parte. Pensó que había caído y rodado a algún oscuro rincón. Fue a comentarle al vecino y él le dijo que había preferido plantar su semilla....

En la próxima consulta le dijeron que la semilla al parecer se había caído sola, pues no se veía por ninguna parte. A la semana comenzaron los picores, primero detrás de la oreja, luego por toda la cabeza. Se rascaba hasta que los brazos no le daban más, el vecino venía de vez en cuando para peinarle los cabellos, rascando suavemente hasta dejarla dormida.

Un amanecer vio el primer brote asomando detrás de la oreja. A la semana tenía tres flores. Poco a poco fueron emergiendo las demás.
El vecino palmeó emocionado ante el espectáculo y la invitó a merendar helado de vanilla con mucho sirope por encima.
Nunca podrá librarse de sus enredaderas, la Maravilla mientras más se poda, más se obstina en crecer. Como las sabe acomodar, se ven muy hermosas, mezclándose con sus cabellos color miel. Cuando se peina ante el espejo, cuidando no romper las flores, juega a adivinar como serán los hijos que tendrá con el vecino, y se pregunta si heredarán su capacidad de germinación.

Está feliz: mientras otras mujeres tienen que adornarse el pelo, a ella le brotan Maravillas.

 
 
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba

 
 
 
 
 
Las muelas de Clemen*
 
 
*De Guillermo Camachoinfo@auroraboreal.dk
   
 
Clemen, la mamá de las Arregocés, era una mujer que gozaba de una salud de hierro. Cuando era joven y su célebre belleza ya era conocida, estuvo casada con Blas Lechuga, un poeta idealista de salud frágil que le componía unos versos hermosos. Se enamoraron perdidamente durante los atardeceres cuando Blas declamaba poemas y Clemen lo escuchaba, mirando fijamente cómo las aguas del río se confundían con el mar. Aquel idilio fue famoso en la pequeña ciudad del trópico en la que habitaban y todo se sabía. Tuvieron tres hijas. A pesar de que la lucha diaria era difícil, pues un poeta no era ninguna garantía, y de versos no comía ni come nadie, siguieron viviendo en su pequeña ciudad, y se alimentaron de aire mientras Blas usaba su energía y sus escasas fuerzas en componer versos.
Clemen enviudó cuando la mayor de sus hijas aún no llegaba a los cinco años de edad y la menor apenas venía en camino. De aquella época empezó la costumbre de la gente de llamarlas con el apellido Arregocés de la madre, como queriendo eliminar la evidencia del poeta Blas Lechuga. Clemen Arregocés logró criar a sus hijas y educarlas de profesionales por prestigiosas universidades. La necesidad la obligó a convertirse en una reconocida mujer de negocios que se enfrentó sola a la vida, y a punta de puro esfuerzo abrió en memoria de su difunto esposo una librería donde se reunían los intelectuales de su época. Sin darse cuenta, ella trajo aquellas novelas que servirían de cartilla a los escritores que posteriormente llegarían a ser famosos, y además la librería Blas Lechuga sería cuna de una generación de poetas: Los poetas del río. Gracias a la venta de libros, no sólo educó a sus hijas, compró una villa y creó una beca estudiantil, por supuesto la Blas Lechuga, sino que además recogió un pequeño capital que le garantizaba una vejez tranquila y seguramente placentera a orillas de su mar.

Cierto día Clemen, cuando aún estaba en la plenitud de la vida, cayó enferma. En pocas semanas se agravó y debió ser hospitalizada. Los médicos, confusos, no sabían qué tenía. En cuestión de cinco días la situación empeoró. Los especialistas, confundidos como en un laberinto sin salida, no tuvieron más remedio que pasarla a cuidados intensivos, a esperar un desenlace milagroso. Durante tres días con sus noches, Clemen Arregocés durmió el sueño de la muerte. La conectaron a máquinas que le prolongaron la ilusión de los sentidos y la mantuvieron viva artificialmente. Los poetas del río, los dos escritores famosos, el alcalde y el señor gobernador, y todos los clientes de la librería Blas Lechuga, en pocas palabras toda la ciudad, se acercaron a la Clínica de las Antillas a rendirle honores. Todo parecía indicar que no pasaría de las setenta y dos horas siguientes. Los galenos prepararon a las hijas para lo peor. Cada una se despidió de la destacada madre a su manera. Cada una la recordó a su forma. Los periódicos, y no sólo los de la ciudad, empezaron a publicar extensas crónicas de la vida maravillosa de Clemen Arregocés como precursora y pionera de la literatura, promotora de artistas, cabeza de una fundación que orientaba y apoyaba pintores, madrina de los poetas del río. Como ejecutiva de éxito que convirtió a su librería, la Blas Lechuga, en un templo de conocimiento, cultura y hogar de intelectuales. No sólo poetas y escribidores la frecuentaban: futuros políticos con nuevas visiones que perseguían un bienestar para el país, y que estimulados por los poetas del río buscaron el poder para dirigir los destinos de las gentes. Hasta llegó a prepararse su tumba en el mausoleo de los Jardines de Paz, donde Blas Lechuga la esperaba pacientemente desde hacía más de cuarenta años. Invitaciones a su entierro y borradores de discursos que serían leídos la tarde de su entierro fueron cuidadosamente encargados a los intelectuales más destacados de la famosa librería Blas Lechuga. Una nueva edición de poemas inéditos de Blas Lechuga apareció y desapareció como pan caliente, gozando irónicamente de una popularidad que nunca antes le había sido reconocida al pobre Blas, a pesar de todos los esfuerzos sobrehumanos hechos por Clemen durante mas de medio siglo por promover la obra de su difunto esposo y poeta. Blas pasó olvidado a la posteridad cuando a una edad muy temprana murió ahogado al caer al río una noche que había ido a despedir a un grupo de vates que partían para Europa.
Las calles cercanas a la Clínica de las Antillas se cerraron porque la congestión de vehículos que llegaban para rendir homenajes a Clemen en su lecho de muerte había alcanzado proporciones impensables. Vendedores ambulantes de café tinto y cigarrillos sueltos se instalaron en las vecindades del sanatorio. Empresarios locales empezaron a montar graderías donde pensaban vender puestos numerados para ver pasar la carroza con el cortejo fúnebre el día de su entierro, similar a una batalla de flores de carnaval.
Tampoco faltaron las crónicas amarillas que circularon buscando desprestigiar a Blas Lechuga: salieron a relucir trapos sucios con más de medio siglo de antigüedad y atraso, que hablaban que Blas en vez de haber ido a despedir al grupo de poetas que partía para Europa, había caído al río cuando desembarcaba del vapor que lo había traído de visitar a su amante, una mulata hermosa que habitaba unas veinte leguas debajo de la desembocadura del río, y de quien se decía era la verdadera musa que lo tenía embrujado y era el motivo de inspiración de todos aquellos versos eróticos. Estaba podrido, decían los más mojigatos, y por eso a los caimanes les había dado asco comérselo.
Muchísimos años antes, cuando atacaban a Blas en público y delante de Clemen, ella se limitaba a decir que los muertos, muertos estaban. Y que tal vez el único pecado de la vida de Blas, y de ella, había sido no cuidarse la higiene bucal. Que lo único que se les había podrido a los dos eran todas las muelas, pero no por voluntad propia sino por simple y llana ignorancia porque en aquellos años de infancia no se tenían los conocimientos de la importancia de un buen hábito de higiene bucal y a duras penas se sustituía al flúor con hojas de mata ratón para el cepillado.
Por eso, cuando Clemen acumuló las primeras ganancias, se fue sin pensarlo dos veces para donde un recién llegado dentista italiano y se hizo llenar todas las muelas, sin excepción alguna, con oro del mas alto quilate especialmente encargado y tratado en Mompox. Decían las malas lenguas que el italiano le había rellenando todos los molares con mas de medio kilo de oro y cuando se reía un resplandor dorado le iluminaba desde el paladar hasta la garganta.
"¡Ahí lleva una fortuna entre las muelas!" decía la gente cuando la veían pasar espigada y altanera rumbo a su librería.
Hasta se llegó a rumorear que Clemen había hecho desenterrar a Blas y le había pagado otra fortuna al italiano para que también le rellenara las muelas con oro, con tal que Blas pudiera leer sin dolor toda su poesía dorada en el más allá.
- "Si el oro aguanta sumergido en el mar tres y cuatro siglos sin siquiera perder un milímetro de su brillo, con mayor razón es el material ideal para acompañarnos en esta vida, pero en especial en la otra, en la del mas allá"- decía Clemen cuando la cuestionaban y la acorralaban contra la pared sobre la veracidad de la historia de las muelas rellenas de oro de ella y de Blas.
- "Ojalá todos pudieran hacerse el tratamiento de las muelas de oro" - y se reía a carcajadas reflejando halos dorados de placer y satisfacción.
La calificaron de lunática pero no tuvieron más remedio que reconocer que, gracias a ella y a su devoción, la gente había aprendido a leer libros, las primeras galerías de arte abrieron sus puertas y los pocos teatros que había en la ciudad eran producto de las iniciativas de Clemen Arregocés y su Fundación Blas Lechuga, que se había preocupado incondicionalmente de crear también una escuela de teatro. Fue directora del departamento de Bellas Artes en sus etapas iniciales, decana vitalicia de la facultad de literatura, cofundadora del conservatorio y socia en un empresa importadora de instrumentos musicales, óleos y pinturas.
Durante más de cuarenta años fue embajadora cultural sin excepción. Invirtió una muy buena parte de su fortuna en promover todo tipo de arte, y los más envidiosos aseguraban que mantenía un séquito de amantes adolescentes y talentosos en diferentes artes plásticas a los que patrocinaba incondicionalmente siempre y cuando cumplieran rigurosamente con sus deberes de alcoba. Según muchos ese era el verdadero secreto que la mantenía eternamente joven y hermosa. También se dijo, justamente, que no reparó en mantener holgadamente a la mulata hermosa amante de Blas, y a sus hijos los quiso como a propios.
Al fin ocurrió el esperado milagro. A la mañana del cuarto día de su agonía, Clemen amaneció como resucitada. Despertó del largo viaje con los párpados cansados y los ojos aún inyectados de sangre. Pero a pesar de aquella travesía por los infiernos de la muerte, el rictus expresaba el deseo de la vida y el cabello le empezó a brillar nuevamente. Una nube, grisácea y pesada, que había estado ahí presente y en silencio, empezó a separarse del río, y los rayos del sol lograron filtrarse alumbrando nuevamente por primera vez en tres días. El peso de la muerte se alejó empujado por unas brisas decembrinas que, sin ninguna explicación concreta, se habían demorado en llegar. El silbido del viento se volvió a colar por las ventanas y en toda la ciudad se sintió un renacer. El aire fresco alivió el bochorno y los médicos, estupefactos, no se podían explicar el milagro del retorno a la vida de Clemen.
Estuvo rodeada por galenos y especialistas que la tocaron y la midieron nuevamente milímetro a milímetro. Los observó pacientemente, muda y perpleja, con la boca cerrada y los ojos bien abiertos como bicho raro que se siente ultrajado y manoseado, mientras los médicos ensayaban todo tipo de hipótesis e improvisaban teorías que les permitieran explicar el milagro de la resurrección. Durante horas lo único que deseó fue que la hubieran dejado a solas para poder estar con sus hijas, pero la voz no le salía, y un dolor muy superior a sus fuerzas en el paladar y la garganta no le permitió que los labios se separaran. Las comparsas que se habían aglomerado en los alrededores del sanatorio explotaron en bailes de alegría cuando la noticia de la resurrección de Clemen fue del dominio público. Finalmente, los especialistas y científicos se aburrieron de plantear teorías y se alejaron con sus enfermeras y sus estudiantes, y las tres hijas pudieron entrar a la habitación a reencontrarse con su madre resucitada. Las hijas le cepillaron la cabellera en calma después de un abrazo eterno. Luego, cuando el carnaval de la resurrección en la calles cesó y la gente se retiró a sus hogares a descansar, pues ya todas las versiones de la resucitada habían circulado varias veces por toda la ciudad, la tranquilidad y el silencio retornaron. En suma calma pero haciendo un esfuerzo sobrehumano para separar los labios y hablar, porque el dolor de encías estaba a punto de reventarle el cerebro, Clemen pudo murmurar un par de palabras.
- Está pidiendo agua- , dijo la menor de las hijas, que desde siempre había sido la mejor para descifrar las angustias y los miedos de la madre. La mayor de las hijas le sirvió un vaso de agua fresca y transparente de la misma jarra de agua con la cual le había mantenido los labios humedecidos durante la travesía en el sueño de la muerte. Le acercaron el vaso a los labios. Una de las hijas le mantenía tierna y delicadamente la cabeza apoyada en su mano mientras la menor le acariciaba con dulzura las manos y la espalda.
Entonces Clemen abrió la boca para recibir el trago de agua y las tres hijas pudieron escuchar y ver en silencio el grito atónito de dolor que salió de lo profundo de su garganta: alguien sin escrúpulos le había extraído el medio kilo de oro de las muelas sin anestesia seguramente convencido de que Clemen jamás se despertaría de aquel coma en el que yacía. Un hálito de olor fétido y horrible se escapó de los huecos de los molares y la primera lágrima que le vieron a Clemen en toda su vida rodó por su mejilla. Vivió hasta los casi cien años pero desde aquel entonces de su resurrección, cuando apenas acababa de pasar el medio siglo de edad, no volvió por su librería ni a ningún otro sitio que tuviera que ver con la cultura. A veces la veían deambular en una túnica vaporosa por las orillas del río al atardecer acompañada por la sombra de Blas que no paraba de recitarle sus versos dorados de amor.
 
 
*Guillermo Camacho Escritor colombiano. Reside en Copenhague
-Fuente: Aurora Boreal®
 
 
 
 
 
 
 
HABLA EL AVE*
La historia que te cuento,
Amada mía,
Es de peces y de pájaros.
De un juglar que lleva
Cascabeles en el sombrero,
De barquichuelos de avellana.

He emigrado muy lejos,
A castillos sobre nubes,
De enormes puertas cerradas.

Sé de copas de árboles no vistos,
De dorados frutos que harían
Palidecer el jardín de las Hespérides.

De nidos de hipocampos,
Rocosos escondites de quimeras,
De la tumba donde yace el Ouroboros.

Sé de estatuas de sal,
Canteras de diamante,
De morir en la hoguera de los condenados.

De un amor que me espera...
Y todo, todo he dejado,
Para venir a tu jaula.

*De Marié Rojas.
 
 
 
 
 
 
Un nido de abrazos*


1
Alboroto de gorriones contra la tarde gris.
Un  hombre traza sus letras casi en oscuridad.
En quietud, afina el oído.
Desprendidos de trinos, se escuchan pasos de luz
de su compañera —ahora con alas plegadas— volviendo al nido.


2

Levantan la vista
al árbol dormitorio
florecido en pájaros de la noche.
No caen a pétalos.
Sólo se acompañan en soledad
de hoja en hoja.
Ella se pregunta
porque no hacen nido.
Mirando al cielo vedado
por hojas y pájaros. Se abrazan. 
Y hacen del abrazo, un nido.


*De Eduardo Francisco Coiroinventivasocial@hotmail.com
 
 
 
 
 
EL ÁRBOL*

Había decidido cortarlo, le traía demasiados recuerdos. Había crecido a su sombra, en su tronco tenía las iniciales de sus amores, que ascendían en la medida en que su cuerpo se estiraba: amor de infancia, amor de adolescencia, amor de la madurez, aquel amor imposible... No había por qué almacenar tantas remembranzas, era hora de borrar el pasado y vivir el presente.

Llegaron los de la poda y comenzó el lento proceso de derribarlo, el camión esperaba para llevarse los fragmentos. Escuchó el sonido de la sierra, impávido. Mas cuando lo vio caer, algo le hizo correr a él, arrodillarse y contemplarlo, ajeno a partir de ahora del viento y la llovizna, de lunas y de soles, de flores que se tornan semillas, de nidos y de trinos...

Habló entonces por milagro el árbol, deshojando su último aliento vital, mostrándole su pecho herido de iniciales.

- Yo te quise más que todas, pues te amé en silencio.

*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
 
 
 
 
 
 
Unicornio* 
 
Para saberte cerca, tomé
Una canción como almohada.
Un cuerno azul era el eco lejano de lo que
Fue algún día un soplo en mi trigal.

Sobre tu bosque, muchas hojas han caído desde aquello,
Y aún mi roca se ha pulido por la lluvia de cinco otoños insondables;
Pero tanta hoja seca y tanta agua no ha podido borrar
Ni mi inocencia, ni tu fe:
Dos estandartes que aún portamos bajo miradas únicas,
Sin nombre.

Soy cieno, sin un aire que estremezca, este, mi trigo,
Te toca a ti moldearme a tu figura,
Mojarme con tus dedos un sorbo de tu aliento.

Reconozco hoy en tus labios aquel canto de mis noches
Y aquel cuerno azul de ayer ya no es un eco.

 
*De Yordán Rey Oliva.
Cuba
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Unas manos a veces
desgajan velos, rasgan
la telaraña del olvido
y me tocan.

... 
Yo no recuerdo el rostro
que tenían esas manos,
no me acuerdo si eran oscuras
o claras,
la memoria clausura
los indicios.

Se llevó el cómo, el cuándo,
el dónde.

El mes, la hora, el año,
no los sé, nunca lo supe.

Solo sé que esas manos
me amaron,
sólo sé que apartaron las piedras
para que el río
corriera sin tumultos,
solo sé que vinieron a mi cuello
con su cosecha de pájaros,
que esparcieron manzanas,
flores frescas en mi cama,
que bordaron caminos de cerezas
y de uvas
por mis piernas,
que ataron los miedos
con sogas de luciérnagas
para que ya no se asustaran,
que de crayones azules
volvió mis dedos,
que de hoja blanca
me dejó el cuerpo
y le escribió historias
me dejó libro,
me volvió mapa,
bitácora de sed,
huella de viento, de alas.

Yo no recuerdo el rostro
de las manos
que me crecieron árbol,
mujer metáfora,
mujer poema
mujer poemada.

De aquellas manos,
recuerdo
que me amaron en silencio,
que las amé sin palabras,
y que la noche y su lengua
me reinventaron la espalda.
que nos dormimos
y cuando llego el alba
y me vieron en el hueco de sus brazos
me anduvieron el cuello
me mordieron el hombro...
y preguntaron mi nombre
y me olvidaron en el acto.
*De Alejandra Morales.

 

 
 
 
 
Raíces y alas*
 
 
¿Mutantes? No, me gusta más Peregrinos. Somos Peregrinos como llamaba Conrad a esos seres para los que les faltaba una definición clara de identidad.
Pero de una forma a otra, somos la vida escapando como escapaban los virus a todas las formas posibles de la extinción.

Tengo la memoria del nogal que me albergó años y años desde la semilla que mi madre alada enterró en este bosque que no es un bosque como ustedes entienden, sino una zona protegida de creación de nuevas formas de vida. Soy y seré golondrina, después de desprenderme de la corteza de ese ser que será
un recuerdo de madera y leña al tiempo de mi partida. Vivo en los aires. En la mitad del ciclo anual haremos nido en algún refugio de la ciudad de Bonita. Volveré a comienzos de la primavera del sur con mi pareja.

Gestaremos huevos semillas de la especie. Confiaremos en la fuerza de la vida. Aún en aquella surgida por medios artificiales. Como una última y desesperada utopía.

No hay en el esbozo de mi historia nada que pueda parecérseles a una verdad de su época.

Sólo cuento con el testimonio intangible de mi propia existencia y el recuerdo de un lejano origen literario. Cuando una abuela de más de 80 años dejó escrito casi sin darse cuenta, en una carta, el legado que me gestó:

"Dicen que a los hijos hay que darles raíces y alas. Raíces para que sepan de donde vienen y alas para que las desplieguen y vuelen a su propia vida en el momento justo"
 
 
*De Urbano Powellurbanopowell@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
SERENDIPIA* 
 
Regresaba a casa por un camino diferente al usual. De un portal abierto salió una señora muy delgada, de pelo blanco, caminando pausadamente debido a su edad, y comenzó a regar un árbol frente a su casa. Es poco común que las personas se preocupen por las plantas que crecen en la calle, aunque se esmeran en cuidar sus jardines. Me quedé contemplándola unos segundos… busqué en mis recuerdos: no aparecía en ellos. Sin embargo, casi podía atreverme a pronunciar su nombre.
Se percató de mi presencia, señaló el árbol diciendo: “Alguien tiene que darle de beber” y comenzó a conversar de modo tan espontáneo que me hizo olvidar la prisa. Sostuvimos un largo diálogo sobre la falta de comunicación en la sociedad actual, el poco amor hacia los hijos y hacia los ancianos, la importancia de querer a los árboles y cuidar de los animales que se tienen en casa, pues no son objetos de lujo, sino fieles compañeros… De pronto miré el reloj y vi el tiempo pasado, le dije, “Señora, ha sido un placer, pero tengo que irme”. Ella me sonrió y me dijo: “El gusto ha sido mío, ¡no sabe qué bien me he sentido y cuánto beneficio me ha proporcionado su conversación! Desde que la vi, fue como si la conociera de toda la vida… no vale la pena intentar recordar de cuándo, o de dónde, lo bueno ha sido volverla a saludar”.
Puede que fuera real esta impresión compartida. La vida, la verdadera, no es el tiempo que ocupamos en un cuerpo, un lugar, una época determinada, el que compartimos con una familia o pasamos en soledad… Es un eterno discurrir en la existencia atemporal, más allá del concepto de la propiedad y del espacio, plagada de estas aparentes coincidencias, que me gusta llamar serendipias. ¡Quién sabe hace cuántas eras fui amiga de esta señora, y el bien que me hizo! Si estamos formados por la materia que se originó en el Big Bang, todos hemos sido ya humanos alguna vez, como fuimos aves, peces, agua o flor. Tal vez ella, más antigua y más sabia, una vez fue árbol que me cobijó a su sombra, rama donde coloqué mi nido, o yo fui la tierra agradecida que albergó su semilla, la mano que arrancó su flor para obsequiar en una despedida.
Es posible que esa hora de conversación, haya bastado para compensárselo. Como siempre, las cartas del destino están en nuestras manos y nos corresponde colocarlas a nuestro antojo: se nos dan las opciones, se propician los encuentros, las encrucijadas, pero las decisiones son nuestras. Pude no haber admirado su gesto hacia el árbol, haber ignorado la impresión de familiaridad, haber hecho caso omiso a su primera frase, colocándome como pretexto que era solo una desconocida con una regadera en la mano.

Me alegra haber elegido la otra opción.


*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
 
 
 
 
 
 
 
FLORECIDO*
 
 
 
El hombre la había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada.
Al otro día, justo al otro día. El hombre plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea.
Ella se marcho prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedo quieto. Siguió plantando bellezas que se marchitaban antes del nuevo amanecer.
Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar. Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos adentro.
Esos pujos que sintió por todo su cuerpo y que se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza. Y eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre se vio a la siguiente mañana en el espejo y comprendió lo que sucedía.
No había logrado extirpar bien las raíces de su amada.
Sus brotes se abrían paso por sus poros y estaban a punto de estallar en flor.

-Sólo pido que las flores sean del color de sus ojos. -Pensó resignado.


*De Eduardo Francisco Coiroinventivasocial@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
HISTORIA DE UNA BOTELLA*

Mi infancia discurrió en tres hogares adoptivos – ningún niño pudiera desear mejores tías o mejores abuelos -, uno de ellos fue la casa de mi tía Beatriz, lugar donde se desarrolla mi novela Villa Beatriz (al modo en que la veía desde la altura de esa edad). Mi tía era una Dama Duende, alta, delgada, de ojos azules y cabellos plateados, siempre vestida de negro, rodeada de un halo de misterio. Su casa era una ampliación de ella misma, con su barómetro, su reloj de péndulo y cuco, copas y más copas, espejos
repetidos, candelabros de plata y cristal, jarrones de porcelana, esculturas de niños que no crecían, un tintero en forma de cabeza de perro, un álbum de cromos, una enigmática escalera de mármol que terminaba en una puerta siempre cerrada y los cuadros de sus ilustres antepasados, siguiéndome con sus miradas. En la novela ella no es un ser humano: “es” la casa.

De todos los objetos de este reino de maravillas, atrapaba mi atención el más simple: una botella de barro, que contenía una rosa roja eternamente fresca. No sé si estuve alguna vez en la edad de los por qués, por lo general me inventaba las explicaciones: La botella era mágica.

Una tarde, “esa” magia se vio rota. Mi tía me pidió que la ayudara a elegir un príncipe negro de su jardín; escogimos el mejor botón, lo cambiamos por la rosa demasiado abierta de la botella y a la mañana siguiente era una rosa perfecta… “Es el tiempo que dedicas a tu rosa lo que la hace tan importante”.
Siempre quise tener una botella así. Voló el tiempo, mi hijo tenía catorce y mi hija dos años, yo pasaba las tardes de domingo asesorando un taller literario con alumnos de edades entre cinco y diecisiete. Un día, veo que uno de ellos tenía “la botella”. Le pregunté si alguien las vendía, me dijo que no, dudando entre tendérmela o conservarla: “Es un regalo que le llevaba a mi mamá, pero si la quiere, se la regalo”. Le respondí que más importante era una sonrisa de su mamá.

Al encuentro siguiente se apareció con una botella idéntica, envuelta en periódicos. Venía radiante. “La tiene que lavar, aún está un poco sucia”. Llevé mi bultito a la cocina, dejé correr el agua sobre la arena y el limo: ¡Tenía una botella de las que saben conservar rosas para siempre!... De pronto, pienso que si encontró otra tan rápido, y tenía arena, es porque había descubierto el sitio de enterramiento de muchas. Secando mi tesoro con cuidado, fui a preguntarle de dónde la había sacado.

Me confesó que se lanzaba al río Almendares para pescarlas. Me contó que era increíble la variedad de objetos que se podían sacar de un río... Me tocaba regañarlo, pese a todo. Me aseguró que su madre no sabía de tal riesgo, que nadie le había preguntado.
Le juré que nunca me iba a desprender de la botella, que iría conmigo a donde quiera que la vida me llevara, y le hice jurar a su vez que nunca más se volvería a lanzar a nuestra serpiente de aguas verdes.

Cumplí mi palabra, espero que haya cumplido la suya, mi vida sufrió cambios que me llevaron cerrar el taller. La botella es un personaje de Villa Beatriz, es presentada en el capítulo en que se describe la casa: en el centro de la mesa, una botella antigua, aún con limo de aguas lejanas, guarda una rosa que no se marchita jamás… Más adelante se explica su origen: Antes de irse le dio una botella de barro, sencilla, pero increíblemente bella, que todavía conservaba rastros de la arena donde había sido
encontrada... La Damita la tomó emocionada, jurando tener siempre una rosa en ella. Hay rosas que parecen haber sido hechas para esas botellas… y más allá, se le incorpora la rosa: Admirados de su raro encanto, la colocamos en la botella… Cada atardecer se transforma de nuevo en botón, para reabrirse con los primeros rayos de sol, alcanzando su clímax a la hora en que se acortan las sombras hasta desaparecer a nuestros pies... Así es el amor que se renueva cada día.

(La rosa que no muere porque es símbolo de “algo”, abre y cierra la novela “En busca de una historia”, donde aparece de nuevo el recipiente mágico).

Desde aquellos días de la infancia de mis hijos, he vivido en tres casas y, mientras salto de una a otra, la botella va en mi cartera, junto a una brújula – que sería motivo de otra historia o haría ésta demasiado extensa - para no olvidar jamás el camino de regreso al centro de mi alma, mi verdadero hogar.

*De Marié Rojas.
-La Habana. Cuba

 

 
 
 
 
EL DULCE MILAGRO*
 
*De Juana de Ibarbourou.


¿Que es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
Mi amante besóme las manos, y en ellas,
¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas.

Y voy por la senda voceando el encanto
y de dicha alterno sonrisa con llanto
y bajo el milagro de mi encantamiento
se aroman de rosas las alas del viento.

Y murmura al verme la gente que pasa:
"¿No veis que está loca? Tornadla a su casa.
¡Dice que en las manos le han nacido rosas
y las va agitando como mariposas!"

¡Ah, pobre la gente que nunca comprende
un milagro de éstos y que sólo entiende
Que no nacen rosas más que en los rosales
y que no hay más trigo que el de los trigales!

Que requiere líneas y color y forma,
y que sólo admite realidad por norma.
Que cuando uno dice: "Voy con la dulzura",
de inmediato buscan a la criatura.

Que me digan loca, que en celda me encierren
que con siete llaves la puerta me cierren,
que junto a la puerta pongan un lebrel,
carcelero rudo carcelero fiel.

Cantaré lo mismo: "Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen".
¡Y toda mi celda tendrá la fragancia
de un inmenso ramo de rosas de Francia!
 
 
 
 
 
***

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Inventiva Social publica colaboraciones bajo un principio de intercambio: la libertad de escribir y leer a cambio de la libertad de publicar o no cada escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se editan bajo ejes temáticos creados por el editor.
Las opiniones firmadas son responsabilidad de los autores y su publicación en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor emitidos.
La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada obra queda a cargo de cada autor.
 
Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias que cada colaborador desea compartir.
Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.

Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.

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Tels. 55 6850 4908, 55 6850 7218 y 55 4214 7515