sábado, 10 de diciembre de 2011

Inventiva social, Edición de Diciembre 2011.



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera-http://galeria.walkala.eu





Hoy me levanté con el día equivocado*
Mi pie izquierdo giró derecho
Recibí un ramo de rosas amarillas
Me reí de mis defectos
Canté con vos palpitante una melodía original
Me tire de la cornisa en parapente
No leí las noticias negras de los diarios
Las alas de mi sonrisa desplegaron
en golondrinas de corales
Me duché con el agua bendita
de los grandes maestros de la filosofía
El olfato de los perros me acercó
a la tibieza de su intuición
Probé el néctar de las nubes
Y  nadé por las cataratas del regocijo


No repasé en lo que dirán de mí
Ni detallé cuanta plata tenía en los bolsillos
Renuncié al candado de mis emociones
y camine por la playa sin un sostén prensado


Buceé por los mares del tiempo sin jadear
y presumí en los abrazos de mi abuela…


*De Azulazulaki@hotmail.com
7/12/11






FOGATAS DE OCTUBRE* 

“(…) Esta vez no habló, movió los labios y solamente cuando le recordé aquella costumbre de las fogatas en los rastrojos, levantó la cabeza. CESARE PAVESE  

Y era octubre.
No se quien fue la yesca y quien el pajonal.
 A lo lejos, una voz de fuego, nos reconoce
Nos reconoce y pronuncia  nuestros  nombres.
En silencio pronuncia nuestros nombres bautismales.
No, no era la primera fogata.
Pero si embargo, fue la única.
Única raíz, bengalas en el cielo.
Encendieron las noches y los dedos.
Y fuimos bocas, manos y señales.
Incendiamos ayeres y calendarios nuevos.
Y bebías el fuego de mi frente.
Y yo, toda yo, era fuente y origen.
Apenas cabías en mis manos.
Pero en sacrosanto perfil te dibujaba.
Y te hacía un lugar en mi lecho.
Castamente, como un niño de otoño.
Encendías luciérnagas en desgarradas noches.
Y  éramos una oración, un mantra.
Una gloriosa soledad compartida.
Y era octubre.
Y soplamos en azul adversos vientos.
Médanos, goteras en el techo.
Ahora las manos están frías.
Y me pregunto si acaso ronda el miedo.
Y el olvido, y la muerte y la vida.
Escucha, son las fogatas y es octubre.
Y hay un memorial que riega nuestra sangre.
Y en mis pechos, vírgenes de ti.
Aun cabe un llanto, tan antiguo como el viento.

*De Amelia Arellano.  arellano.amelia@yahoo.com.ar








AQUELLOS ABUELOS*


*Por Jorge Isaíasjisaias46@yahoo.com.ar
                                                                               

   A Miguel Fredi

       
     Mi abuelo –cuenta Miguel Fredi- se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba una taza de café negro, comía un pedazo de queso y salía al amanecer. Tocaba con sus manos callosas el mango de la azada que había dejado sumergida en un balde de agua para que la madera se hinchara y la azada quedara firme y se iba hasta la quinta a desmalezar los tomatales. Tenía ochenta años. Mi abuela lo seguía detrás, como una sombra. Con su delantal negro, que no se quitaba nunca. ¿Por qué iba a cambiar a esa edad, no es cierto? –Pregunta como afirmando sobre esa pasión casi religiosa que trajeron los inmigrantes del otro lado del mar. A veces estos hombres duros se hacían un tiempo  para poder caminar bajo los árboles, pero no siempre.
            Yo recuerdo a mi propio abuelo, cuando recorría las parvas o los chiqueros, y buscaba un asiento donde quedarse un rato. Podría ser un tronco, el asiento de un arado en abandono, ponía la mano en el bolsillo y sacaba una naranja. Del otro sacaba un cortaplumas y se ponía  a pelarla. Si yo estaba cerca me daba los primeros gajos, y luego de a uno se los iba metiendo en la boca, sin que el jugo le chorreara por la barba o le mojara los bigotes.
            En ocasiones era un pedazo de pan o de queso, pero se nota que a esa costumbre la traía del otro lado del mar, porque  lo vi en otros inmigrantes: todos  tenían la misma costumbre. Otras veces, sacaba una pequeña pipa, luego la tabaquera de cuero crudo, llenaba el hornillo con minucia y dedicación y encendía el tabaco con un fósforo hasta que la primera humareda subiera hacia el cielo y se  sentaba como mirando el mar. Sólo que aquí no era de agua sino de trigo, maíz o alfalfa.
            Pensar en esos hombres, es circunscribir aquellos años de la niñez en un aura que se agranda con el tiempo y la distancia, lo instala en un espacio casi mágico, que corre el albur de convertir algo tal vez simple, tal vez trivial, tal vez basto en una mitología digna de mejor causa para otros. No es mi caso, porque qué sería de tanta vida anónima si nadie recuperara en un gesto reparador todo aquel tiempo en que el trabajo estaba en primer término, estaba por sobre todas las cosas, la propia diversión estaba mal vista por los inmigrantes, como si el sólo hecho de habilitar el goce estuviera prohibido en su biblia particular y la de sus ancestros.
            Mi padre me contaba alguna vez, que en el año cuarenta siendo mensual de la chacra de Domingo Cléreci, vino a la cancha de paleta  del Club Huracán un exitoso acordeonista llamado Antonio Bizio y como el baile era en verano se escuchaba la música en las chacras cercanas.
            Mi padre, que había ido al baile, al otro día tuvo que aguantase las reprimendas -no sin sonreírse- del viejo Chiquín.
            -Te creés que yo no escuchaba desde aquí “al acordeón del vicio” –le dijo, usando muy bien la fonética para entender esa ambigüedad semántica que la permitía su aparente confusión.
            A él, a  Chiquín, inmigrante sufrido y estoico le habrá parecido el colmo del desenfreno que en un lugar perdido de la pampa un grupo no  muy numeroso de muchachas y muchachos soñaran un rato haciendo un alto en sus tareas, a la que seguramente nadie era esquivo.
            Por eso la anécdota de mi amigo Miguel me gusta, por lo que cuenta de su abuelo ya octogenario que no sabía hacer otra cosa que trabajar, como lo habría hecho desde su aldea natal, en aquella península ya cada vez más difusa en su memoria. Y siempre seguido por esa sombra, su mujer. Por que trabajar para ellos no era un problema de sexo, todo se hacía a la par.
            Habían trocado entonces aquellas aldeas perdidas junto al mar o la montaña, algunos había hecho la guerra y en general venían perseguidos  por el hambre, un futuro incierto para sus hijos y en general llegaban a lugares donde tenían un ser querido, un pariente, algún paisano que le sirviera de referencia en este país tan lejano que veían como provisorio y para ellos seguro que lo era, aunque la estabilidad la consiguieran con seguros sacrificios y también es seguro que el abuelo de Miguel, el mío y el de tantos otros amigos hubieran elegido a su tierra natal estos cielos altos, estos soles anchos, esta luminosidad sobre el verde furioso de toda la llanura que ellos cultivaron con una pasión tan minuciosa y posesiva que me hace dudar si pudieron disfrutar del vuelo alto y seguro de aquella garza mora que cosió el horizonte para siempre delante de sus ojos.






 HEREDARÁS MIS ÓRDENES*



Sabía que faltaba poco, cualquier mañana o cualquier noche emprendería el viaje sin despedirse. ¿Sin despedirse? La idea le pareció incorrecta, debía dejar indicios, órdenes tal vez, porque si no harían las cosas diferentes a lo que era su voluntad.
Ese fue el comienzo de un diagrama bien planificado para que cuando ella ya no pudiese opinar se cumpliera el ritual según sus deseos.
Esa mañana cuando se despertó y supo que no era ese el día indicado para emprender vuelo, comenzó a utilizar su tiempo extra, anotó unos pocos nombres a quienes les dejaría una carta, muy simple, muy sincera, diciéndoles cuánto los había querido. Eso la emocionó y no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas.
Pero había que seguir sin sentimentalismos baratos y se repuso. Luego comenzó a redactar las instrucciones post-muerte: no quería que la  exhibieran en un ataúd, le parecía macabro y de muy mal gusto, las personas debían recordarla viva, sonriente y con el rostro sonrosado; así que ese acto quedaba prohibido. Tampoco debían enterrarla, la sola idea  de que la cubrieran de tierra la espantaba, prefería que la cremaran y desparramaran las cenizas en el jardín donde estaban los rosales. Tal vez para sus parientes no iba a ser agradable saber que ella seguía estando allí, pero era su deseo y debían cumplirlo.
Imaginó las protestas de Euclides, una de sus nueras que desde siempre soñó con ocupar la casa y que al quedar vacía lucharía con uñas y dientes para lograrlo.
- ¿Cómo van a expandir las cenizas allí? ¡Es horrendo! No voy a poder caminar tranquila por ese lugar. Esa vieja loca lo decidió a propósito, sabía que me haría mal.
No pudo menos que sonreír al imaginar la escena y intuía que luego no se animaría a hacer un hueco en la tierra  por miedo a que ella apareciera.
Acto seguido comenzó a pegar papelitos con nombres en todas sus pertenencias: el collar de perlas para su nieta mayor, el reloj de su marido para Alfredito, su único nieto varón, y así cada objeto tuvo su destinatario.
Fue una tarea que le llevó varios días y la hizo con el mayor de los disimulos para que nadie de los que concurrían a verla se diera cuenta. Lo último era averiguar cual era el costo de la cremación y poner el dinero en un sobre abrochado a las instrucciones. Cuando concluyó experimentó una gran paz, como si hubiera cerrado el círculo de su vida con todas las deudas saldadas.
Todavía le quedó tiempo para imaginar la distintas reacciones porque no era ilusa, la mayoría no iba a estar conforme con lo heredado y envidiaría la suerte del otro sintiendo que ella había sido injusta en el reparto, pero eso ya no era asunto suyo, estaba dentro de la naturaleza de cada uno, no era su responsabilidad.
La primer mañana de octubre amaneció luminosa como si cada elemento vivo reverenciara a la naturaleza, menos ella que sin apuro fue una más en el universo. La encontró Mario, su hijo menor, cuando llegó a la tarde y como no respondía a sus llamados utilizó sus llaves para entrar a la casa. Luego todo fue confusión, alboroto que se iba incrementando a medida que encontraban el legado.
Luis, su hijo mayor, fue quien halló la carta que su madre había dejado sobre la mesa de luz la noche anterior. Le costaba entender tanta lucidez y serenidad ante la inminencia de un hecho que a cualquiera hubiera aterrado, pero no hizo ningún comentario, sólo leyó el contenido.
Por supuesto y como ella lo había pensado, fue Euclides la primera en soltar su lengua al saber el destino que debía darse a las cenizas. El brillo de alegría que asomó en sus ojos cuando supo la noticia de la muerte desapareció cuando Luis llegó  esa cláusula.
- Yo no puedo habitar una casa que tiene restos de muerto desparramados en el jardín.
- ¿Y quién te dijo que vas a habitar la casa? – preguntó Lucy, la esposa de Mario.
- Porque Luis es el mayor y le corresponde. Además nuestra casa es muy chica, necesitamos más comodidades.
- Eso lo vamos a discutir después – insistió Lucy.
- ¿Por qué no se callan? – alzó la voz Mario mirando a su madre tendida en la cama.
Luis abrió el sobre que contenía el dinero para la cremación, lo contó, lo acarició y recordó sus deudas.
- ¿Hacemos lo que pide? – logró articular después de algunas vacilaciones. – No sé... me parece sin sentido gastar este dinero en eso. ¡Estamos tan apretados!
Algo estalló dentro de Mario, un dolor profundo que le dio a sus ojos un color rabioso; Luis sintió el impacto de esa mirada sobre su piel y volvió a colocar el dinero en el sobre.
Y el ritual se cumplió, sus dos hijos, sus nueras y sus nietos esperaron la urna en la funeraria y la llevaron a la casa. Nuevamente Euclides retomó la protesta y fue necesario un grito cargado de angustia de Mario para hacerla callar.
Al día siguiente estalló la guerra, cada hallazgo terminaba en pelea, cada etiqueta avivaba el infierno; los hermanos discutieron, las cuñadas se pelearon y los nietos dijeron pestes de su abuela. El final del pleito lo puso un abogado iniciando los trámites sucesorios y cobrando por ello, lo que determinó la venta de la casa. Las cenizas de su dueña reían a carcajadas por las noches cuando todo quedaba en silencio.

                        

*De EMILSE ZORZUTzurmy@yahoo.com.ar
 -Tercer premio. Concurso Internacional organizado por CENTRO ESCRITORES/AS NACIONALES – CEN EDICIONES 2011

LA FELICIDAD COMO DEBER*
    
Tenemos, dicen, el deber de ser felices.
     Mirando el campo desde arriba, y constatando la fugacidad de la vida de hormigas y minúsculas existencias con patas y antenas, y torpes colmillitos de frágil ferocidad, es hasta redundante notar que para tan poca existencia es ridículo el malgaste en penas evitables. Sería también de una obviedad
pueril descubrir que las fauces de tigres y osos polares poco son si medimos al animal por la escasa porción de vida en tanta eternidad de años contados por millones. Y nosotros, también, vistos desde arriba apenas representamos un puntito microscópico en el inabarcable universo.
     Nuestras penas y afanes son, de acuerdo con esto, absolutamente desproporcionados con el tiempo, ese tiempo tan escaso del que disponemos entre el alumbramiento y el deceso,  segundos apenas que podemos dedicar a conseguir la felicidad.
     Debemos ser felices.
     Noches en vela por gentes que luego nos dan la espalda o bien terminan muriendo de todos modos, cuidados o no. Insomnios diurnos por amores contrariados, por obligaciones vanas, por hijos ingratos o por catástrofes inobjetables. No habría necesidad, no sería justo.
     Tenemos el deber de ser felices.
     Por sobre guerras y recesiones, por encima de los mendigos de las calles, a pesar de las injusticias y aunque afuera arrecien las violencias.
Aunque nuestros amigos se desesperen o caigan desarmados, contra el viento
gélido de los abandonos y a la par de los que soportan yugo ya no de bueyes que no los hay por aquí pero casi pareciera, a su lado pero mirando para arriba, para otro lado, para no verlos en su deprimente sufrimiento.
     Felices con sonrisas llenas de dientes y ojos ciegos.
     Susan Sontang hablaba de cómo en nuestra época se ve al cáncer como resultado de la represión de emociones, cáncer como salida de aquello enterrado por uno mismo. Cáncer, finalmente, como culpa del paciente. Sida como culpa del paciente, enfermedades que finalmente pertenecerían al enfermo y serían casi una elección. Gente que en vez de escoger la felicidad escoge el dolor y ser víctima de un temible mal. De esto hablaba Susan con horror.
     Porque tenemos el deber de ser felices. De otro modo, uno es un actor consciente de la obra de su propia muerte. Eso dicen.
     Y no me quedan dudas de que debemos intentar la felicidad, a pesar de, contra de, aunque sea. Pero no sin esos deberes morales, esos deberes humanos que son inequívocos.
     La felicidad no es un estado puro. Sucede mientras uno limpia la mesa para recibir al amigo desgraciado, mientras se trabaja para llevar el sustento a quienes se ama, mientras las cebollas de la comida que se compartirá nos hacen rodar lágrimas.
     Y no hay felicidad cuando para tenerla se entierran cadáveres en el jardín. O no debiese haberla. Quien intenta ser un hombre o mujer honestos creo que no puede conocer esa clase de felicidad que se funda en el abandono o la negación de las responsabilidades.
     En "El Zoo de cristal" Tenesse Willians contaba cómo el hermano ponía la mayor distancia entre su vida y la triste, desfalleciente penumbra de su hermana y su madre. Se hizo marino mercante para escapar, puso leguas y millas entre su vida y la miseria que abandonó en su ciudad. Pero bastaba un
destello de vidrio para recordar las figurillas de cristal de Laura, su hermana, y sentir en la espalda la leve presión de su mano. Escapar es imposible cuando se sabe la existencia de un deber hacia unos seres que se ha abandonado.
     Por eso, tenemos el deber de ser felices pero con lo que hemos quedado presos, que presos de algo estamos todos. No adscribo a la culpa judeo cristiana que llama al sufrimiento, pero no puedo descreer de la moral necesaria para que la felicidad sea lo menos espúrea que podamos conseguir en esta vida llena de impurezas y máculas.
     Felicidades, entonces, con los bártulos a cuestas y sin renunciar a una mirada abarcadora y lúcida. Lo que se pueda aquí y ahora, y cada tanto lavando ropa que no nos pertenece.

 
*De Mónica Russomannorussomannomonica@hotmail.com
Cansancio*

 
Es cierto que cuando se ha caminado mucho, y aunque a pesar de todo no se haya llegado muy lejos, o quizá precisamente por eso, tiende a apoderarse de nosotros un cansancio que, por desconocido e inesperado, nos desconcierta.
En tales casos, uno piensa que tras una larga y apacible noche junto a un hogar cálido, sobre un lecho confortable y al abrigo de las mantas, todo será de nuevo como al principio, que se habrá borrado la fatiga y podrá reanudarse el camino con renovadas energías. Pero en ningún modo es así.
Este cansancio es persistente y no bastan la noche, el hogar y las mantas para hacerlo desaparecer. Aun si la noche fuese tan larga como el día que la precedió -ese prolongado día que fue testigo de nuestro arduo caminar- no hay garantía alguna de recuperación. Así, cuando amanece -si hemos de suponer que tal cosa puede ocurrir en realidad- la fatiga es casi tan grande como en el momento en que nos tendimos a descansar. Quisiéramos dormir un rato más, sentarnos junto al fuego, demorarnos un poco aún junto al umbral, pero el Posadero nos ha acompañado hasta la puerta y, con gesto amable, nos mira como invitándonos a partir. Su mirada es tranquila y quizá hasta compasiva, pero el mensaje que se desprende de ella es inequívoco: Debemos reemprender la marcha de inmediato. Y así lo hacemos. Resignadamente. Nos despedimos con un gesto, retomamos el sendero, verificamos la ruta -aun sabiendo que toda ruta es ilusoria- y nos preguntamos si algún día, por fin, llegaremos. Tal vez nos ayudase -pensamos- saber a qué lugar nos dirigimos.


De Prosas breves
*De Sergio Borao Llopsbllop@gmail.com

EL VIEJO TREN*

            
Saludo a Count Basie
               y Carl Sandburg

Por estas mismas vías
pasaba el viejo tren.

Desde las brumosas factorías
los obreros lo saludaban

como a una aparición de lo lejano
con los sueños y los ojos.

Por estas mismas vías,
atravesando barriadas

somnolientas y alambradas,
pasaba el viejo tren

echando densas bocanadas
contra el cielo

como un duende
que va rasgando el silencio

con un eco dolido
de trombón y clarinete.

Por estas mismas vías,
poco antes del amanecer,

pasó como una estrella
repentina,

pañuelo de gasa al cuello,
ancho sombrero

y barbilla siempre levantada,
la bella Chick Lorimer,

con una pequeña maleta,
un perfume, un libro,

y como una exhalación
de lo innombrable.

Por estas mismas vías
pasaba el viejo tren.
                   
*De Eduardo Daltereduardodalter@yahoo.com.ar
Brooklyn, N.Y.; junio de 1998.
 Desangrándose*
Entró corriendo en la tienda de lubricantes con otro robot en los brazos gritando con su voz metálica: "¡Rápido!¡ Una lata de Mobil 1,5 SAE 40!"
*De Joan Mateujoan@cimat.es
Antes de Navidad*
Ya lo habíamos hablado con el neurólogo.
El me contesto con cara de asombro: -Es para publicarlo.
He podido comprobar que el accidente cerebro vascular de mi madre ha mejorado su sentido del humor.
Más aun, le ha generado ocurrencias desopilantes que eran impensables en ella.
Si bien se queja de ciertas secuelas en el habla. Mi madre complementa el lenguaje con gestos y hasta con carteles sintéticos y elocuentes.
Tuvimos una discusión por un motivo claramente banal.
Ella dijo algo así como: a ver si te conseguís una novia y me dejas de joder.
No se quedo quieta.
Al rato salio con la silla plegable de lona a tomar fresco al jardín.

Cada tanto veía como vecinos y hasta gente desconocida se paraban a conversar con ella.
Y había risas.
-Que sociable esta mamá -pensé, que bien le hace enojarse conmigo.

Cuando llegué, le decía a la Marta que no quería que le sacara una foto con el cartel que llevaba colgado:

"BUSCO NUERA, SUEGRA A LA VISTA"
Con letra más chica, había agregado: "Urgente, si es posible antes de Navidad"
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
CUENTOS DE LA REALIDAD 
Milagro en ... el Muñíz ...* 
*Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ.parodizlaunion@gmail.com
Hay que moler los sueños.
La gente no debe pensar.
¿En realidad, la gente piensa?
El ejercicio de pensar alucina.
¿Y que es alucinar?

Las preguntas se deslizan muellemente, un mediodía de domingo, en la cautelar y silenciosa molicie, donde se siente el aliento ardiente de Dios o el otro, si son la misma cosa y que obliga a creer “que todos se han ido”. Nadie te deja sólo en la víspera, pensé, un consuelo pobre pero excitante de puertas adentro.

- Vamos primero al Muñíz para ver a Jorge – ordenó con displicencia Yon, ese día y a esa hora, incómoda para salir, cuando el sol nos da una fiesta.
- ¿Que Jorge? – atiné a ganar tiempo -lo único que puedo ganar -.
- ¿Cuantos Jorge amigos, tenemos con SIDA? –
-  Ah... es cierto -, me disculpé.
- ¿Y como está? – quise reparar.
- Eso es lo que vamos a averiguar y como anda de remedios – agregó sin mirarme.

Estábamos en una mesa externa de “La Sextana” de Banfield. Dos Absolut con hielo granizado y jugo de naranja, nos hermanaban. Algunos bocaditos salados, dispersos, me parecieron apóstoles en retirada, mientras atacaba, implacable uno, adornado por majestuosa aceituna negra descansando sobre su capa de paté de ganso, apoyados en la meseta plana de una tostada “extra large”. Yon vigilaba mi dedicación, de ojos entrecerrados,. No había decidido si seguir llamándolo Yon Eibar, después de los vascos que como les cuadra, hicieron silencio místico.

- Vamos en tren porque el auto quedó en Constitución – informó detrás de la copa. No hice comentarios porque en realidad debía empezar por discutir su decisión inconsulta. Resigné, por supuesto y partimos rumbo a la estación.

La combinación “franquera” de control de pasajes y gendarmes, en el acceso al andén, nos dejó perplejos. Antes, en la boletería, eludimos el “tacle” de cuatro chicos que “piden” en ventanilla. Una adulta, a la izquierda “de su imagen”, vigilaba el desempeño de “los recaudadores”.
Esto chicos ya no tienen y es posible no hayan conocido, la inocencia.
Nacieron en un momento equivocado de un tiempo equivocado, de padres equivocados y en un mundo equivocado. Además, tampoco pidieron ser traídos y van a resistir para no irse. ¿Donde podrían haber encontrado la inocencia, con esa imagen como posibilidad?.

Banfield luce, todavía, “fronteras abiertas”. Lomas ya esta alambrada entre los andenes dos y tres. Trenes rigurosamente vigilados y sin Lista de Schindler ¿para qué?,  si estamos en un ghetto de límites imprecisos. Algunos se dan cuenta y hacen la vista gorda.

Accedimos a la plataforma y el “balita” blanco y verde, propios colores banfileños,  llegaba deslizando algo tortuosamente su oruga de vagones. Las puertas se abrieron y los escasos pasajeros entraron decididos a escapar del calor, rumbo al aire condicionado. ¿Porque?...  por la intermitencia  de su funcionamiento, complicada con pasajeros ariscos que abrían las ventanillas para “dejar entrar el sol”. Es difícil ponernos de acuerdo hasta para sobrevivir. Marcha y la nave va.

Escalada sigue igual. Ni un peldaño más. Tanto arriba como abajo. Los puentes mantienen su condición de ratoneras, ahora de verano. ¿Cómo salís de la estación hasta las avenidas de cada lado, después de las diez de la noche, si tienes que caminar? Es un acertijo heredado pero, con este sol, esa figura queda lejos.

Igual, todo lo que sirvió en un tiempo te amenaza en el siguiente; por eso, mejor seguir “soplando en el viento”.

Lanús, que ya consolidó la venta ambulante en los dos puentes, el metálico provoca mayor flujo de adrenalina, debe ser por “los fierros”.

Dicen que “los fierros” los portan quienes autorizan la instalación ilegal, más la vasta fauna, donde se mezclan jerarquías de la corrupción: política, seguridad y legal, en esa fracción que todos llaman “territorio federal”; allí donde se mira y no se toca. Un indicador del repunte económico para estudiosos.

La reactivación, en Lanús, está en marcha.

¡Ah¡ y hablando de rigurosidades, los baños públicos de la estación, siguen cerrados, seguramente para conservarlos limpios. Mientras tanto ancianos, embarazadas, y discapacitados, por citar solamente a quienes deben resignar y no tienen escapatoria, adoptan la posición de loto, practican meditación trascendental, se hacen encima, porque para llegar a un bar cercano, hay que atravesar  “el desierto de los tártaros”, con avenidas inclementes que, para estas instancias, hacen las veces de carrera de obstáculos.

La rueda de la fortuna es más segura que suponer una llegada a tiempo, sin olvidar que, con el pasaje aprobado, se corre el riesgo de no poder volver al andén; linduras del país del “master “.

La solución probable y no explorada es la venta dentro del tren y los andenes, de pañales descartables para adultos a precio de fábrica, si es que quedó alguna.

Se cerró la puerta automática, detrás del penúltimo vendedor que, por horario concedido por otra mafia comercial, tiene tres minutos “para hacer el vagón” y dejar su lugar al que sigue; si no creen, consulten con Diego, que da sus “recitales” de diez a trece, donde la fusión no es infusión, pero si está autorizada; no es lo mismo “hacer la gala” en un local que sale de Temperley, que intentar cantar Arjona a pasajeros varones del ramal Glew.
Lo cierto es que ese domingo, los cantautores se tomaron franco. Los vendedores, no.

Por suerte Gerli, una suerte de Iquique, meca del truchaje demente, reúne a  los vendedores porque allí funciona la Aduana. La estación Gerli lejos de todo, permite ajustar las cuentas de cualquier manera.

Avellaneda es una cita trasnochada para compradores de hiper, nostálgicos de otras épocas; ahora se puede uno encontrar con Gardel a bordo de una jirafa, por repetir la postal que he contado otras veces.

Hipólito Yrigoyen impresiona. Supo ser un lugar de laburantes y fabriqueras y ahora, los edificios cantan silencios desde el pasado turbulento que se rifó.

Por fin Constitución, bajo los influjos de un maquillaje impresionante y restaurador. ¿Que será cuando suceda?, es parte de la gran pregunta, para mirar mejor la miseria de cerca.
A toda esta reflexión el vasco la compartió con una respiración acompasada, certeza de sueño breve, aunque no me engaña y menos cuando le da el sol en la cara.

- Vamos hasta Huergo, porque el auto está en lo de Raúl, un lugar seguro por el momento -,  consignó antes de trepar al 62 rumbo a la parada de la imponente Facultad donde se mide con cuidado. Curiosamente Estados Unidos, Carlos Calvo parecen un muestrario de ausencias y catálogo de abandonos.

El Alfa gris, custodiado por expertos, reclamaba atención. Mentiras. El dueño de casa comía enfrente, Puerto Madero con la espalda al río se defiende como puede. Le hicimos avisar que regresábamos en breve y nos fuimos.

La guardia de un hospital es para mí un escollo insuperable. Le ofrecí esperarlo en el bar de enfrente. Yon me miró de una manera que me hizo
bajar  la mia y luego la cabeza. Así, contando baldosas, gastadas por tanta pesadumbre, lo acompañé y oí las consultas, las explicaciones de las enfermeras, el informe médico, la entrega de una caja cuidadosamente envuelta, que Yon entregó sin que me enterara de que medicamento se trataba, suponiendo que lo fuera y luego, lo más duro, esa charla con Jorge que yo no quería compartir. Cobardías imposibles de repasar. Jorge me palmeó comprensivo y su voz balsámica, fue un canto explicativo de la verdad, una charla didáctica, que Yon escuchó atento, como si nada supiera. El enfermo dijo

- El Vaticano polemiza y pelea desde hace 20 años por el SIDA. Un pastor y un jesuita con asiento en Africa, dijeron que “los carteles de las famaceuticas (laboratorios), decidieron el genocidio en Africa al no bajar el precio de los medicamentos contra el SIDA. 29 millones, son los africanos en riesgo. Los laboratorios ganaron en el 2002, 517 millones de dólares” -, tomó aliento, algo a su alcance, todavía, para seguir.

- La Organización Mundial de la Salud en ese año consigna tres millones de muertos; 42 millones de contagiados y 11 millones de huérfanos, sólo en Africa. ¿Y que hizo la Iglesia en esos mismos 20 años? Recomendar castidad y sexo sólo en el matrimonio. Condenar el uso de preservativos. Combatir la educación sexual en las escuelas y hospitales, salvo pregonar su “paternidad responsable” y obstaculizar campañas publicitarias apuntadas a evitar la propagación del mal – La mirada verde en la cara aniñada, guardaba expectativas. Yon lo tranquilizó.

- Tus medicamentos se los dí al médico -, respiró aliviado. El vasco lo abrazó estrechamente, yo no. Jorge volvió a palmearme en silencio. Soy negro, me dije, pero mi vergüenza enrojeció lo que quedaba de la tarde, salimos, el milagro estaba cumplido. Velozmente buscamos Puerto Madero y la vaca seguidora, así se llama el lugar o algo parecido, el viaje fue silencioso. Llegamos y estacionamos el Alfa gris, caminamos la elegante disposición de los adoquines grises, nos recibió la azafata de turno que, como siempre ocurre, se quedó prendada de las largas y sedosas pestañas del vasco, nos condujo a la mesa de Raúl que portaba una hermosa camisa tenuemente amarilla, pantalón tropical claro y zapatos caramelo pálido, un dechado de elegancia, propia del ejecutivo responsable que es, lástima que cultive nuestra amistad, me digo, en tanto ordenó con voz grave.

- La panceta con ciruelas; el lomo envuelto en el cinturón de panceta y una buena dosis de Cabernet Sauvignon, Catena Zapata cosecha 2000 -, pensé en el precio de cada botella y se me desengachó la mandibula, me sentí sediento como nunca, atravesé la estepa arenosa de ojos cerrados, para encontrar a la mujer dorada; lo que ellos tenían que hablar, ya es otra historia. 
-Verano de 2005
UNA AGRADABLE REUNIÓN DE AMIGAS*
    
Mi amiga Solange llamó para invitarme a salir el domingo. Pasó a buscarme en su automóvil y apenas subí me pidió que no sacara el tema del consorcio porque quería estar tranquila.
     - No te pongas nerviosa – le dije – que con las frenadas podemos ir a parar a la morgue o al cementerio.
     Llegamos a una confitería y apenas nos sentamos  comenzó a contarme los problemas que tiene con el mencionado consorcio como de costumbre y sin parar. No sé como hace para respirar.
     Luego continuó con su viaje a Roma e Israel, detallando emocionada todo lo referente a la religión católica, contó que el Papa la bendijo, habló de la sepultura de Juan XXIII y aseguró que el cadáver no se iba a descomponer y le pidió a Dios que le diera vida para cuando lo beatificaran poder volver nuevamente a Roma.
     “Con un poco de suerte – pensé – podes besuquear el cadáver del Papa.”
     También comentó que la bautizaron nuevamente en el Río Jordán.
     Después de este monólogo se acordó que yo estaba allí y me preguntó:
     - Y… ¿tus cosas como van?
     - Y… como siempre… - contesté, - igual.
     Y ahí terminó el encuentro, nos levantamos y nos fuimos. Todo concluyó hasta la próxima agradable y cordial reunión de amigas a la que tal vez dentro de poco me volverá a convocar.

*De ELI RAF.
Todo en toda*


Me luce más con una flaca
me luce más con una flaca no muy alta
me luce más con una flaca no muy alta
de enormes pechos

Aunque perderme todo yo
en una toda enorme
conlleva apabullante
                                 vahído:

locura pasajera.
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