domingo, 3 de junio de 2018

UNA TARDE DE VINO AÑEJO, por Fabiola García Hernández


UNA TARDE DE VINO AÑEJO

Fabiola García Hernández
Martes 20 de marzo del 2018, Sevilla, España.

Cosas que no se ven si me quedo encerrada en el cuarto de la estancia universitaria.

Es un lugar de comida popular en Sevilla, España. La tarde fría, sin duda; más que en otros días, aunque en esta época del año cercana a la primavera no se esperaría tan baja temperatura. Al lugar ha entrado una pareja singular. Un hombre mayor que para su avanzada edad, se mueve con decisión hacia una mesa dispuesta para los comensales, casualmente a un costado de la mía.

-Deja que me ponga cómodo, si no te importa, le dice a la mujer, casi gritando mientras se quita el abrigo y lo dispone en el respaldo de la silla.

La mujer lo mira y se sienta frente a él. Es una mujer joven, blanca, blanquísima, como la mayoría de las españolas en esta zona. Tiene el cabello castaño suelto sobre los hombros, lo que le hace parecer una chiquilla. Usa unos leggings negros ajustados y una playera blanca, muy al gusto de los jóvenes universitarios. 

Para hablar, el hombre debe elevar demasiado la voz, muy probablemente a causa de algún desperfecto del oído, muy común cuando la edad es avanzada.

Estoy un poco mareada por la buena copa de vino añejo que me he bebido para acompañar la comida. Pero eso no ha sido impedimento para que haya podido dar fe de la historia que escucharía.

El hombre discute con ella su separación. Ella le ha pedido que baje la voz y él sigue gritando que se separen. Sí podemos seguir saliendo, dice ella, en voz baja.

-ehhhh, dice el hombre y se inclina en la mesa hacia ella, gira un poco la cabeza y se coloca la mano temblorosa en el oído derecho, como para que ella le repita en tono más alto lo que le ha dicho.

-Qué sí podemos seguir saliendo, dice ella, casi en el mismo volumen de voz.

Él le dice sin mucho entusiasmo que le dará una tarjeta con lo que ella podrá comprar lo que quiera. Él dice: “si nos separamos”…, pero no termina la frase.

No se qué hemos comprado, vuelve él a retomar la plática, no he sido capaz de entender lo que hemos comprado, hemos gastado mucho y no sé en qué. Ella intenta contestar pero después cambia la conversación.

-Joder, llueve de nuevo, dice ella.

-Tú conmigo eres demasiado seria, hasta comiendo. ¿Estás arrepentida de haber venido?, le dice el anciano nuevamente casi gritando.

Ella se acomoda en su asiento y mueve las piernas como tratando de darle un patadón bajo la mesa y se apresura a hacer una exclamación de que baje la voz.

-Shhhh. Noooo, dice con poco entusiasmo.

Podría ser su abuelo, aunque no es el punto. Va más allá de eso.

-Mi hermano no me ha dicho que me llamó, dice ella. Ha estado toda la tarde en el teléfono y a eso de las 12 de la noche me dijo que me ha llamado.

-Yo no te he llamado mucho porque no te quiero molestar, dice el hombre.

Después de una larga pausa en la que toman los alimentos, él inquiere.

-Necesito que me quieras más, necesito que me des más cariño y te lo digo porque cuando llegue el día de tu cumpleaños, lo sabré recompensar.

-En momentos estás muy alegre y muy a gusto, agrega el viejo, pero hay momentos en que ya no.

-Si el año pasado el día de mi cumpleaños ni me ha llamado, dice ella como queriendo devolver el reclamo.

El hombre tose pesadamente, parece que no la ha escuchado. El pelo blanco totalmente, disminuido hasta la tercera parte de la nuca. Alto y un poco encorvado por la pesadez de los años. La dentadura se desacomoda de vez en cuando y con la melodiosa voz temblorosa de anciano, sigue molesto su reclamo a la joven.

Yo pensé, pobre hombre.
Pero después, pobre mujer.
No, qué pena por ambos.

-Llevamos cinco meses juntos y estamos peor que el primer día, asesta nuevamente elevando mucho más el tono de voz. Inmediatamente después intenta bajar la voz porque ella le golpea nerviosamente con la pierna bajo la mesa cada vez que él dice algo que a ella le incomoda. Está nerviosa pero no sabe qué hacer. Puse un anuncio en el periódico y has llamado tú, continúa el anciano. Entonces, si tú has llamado, tú debes ser más atenta, o terminamos.

-Yo he llamado, dice ella. Ante el anuncio del periódico sobre el trabajo, yo he llamado, después me ha llamado un tipo, me ha preguntado de dónde soy, que cuántos años tengo. Le he dicho que tengo 24, que soy de Murcia y que quiero seguir estudiando. Él me ha dicho, mi papá es muy buena gente y tiene ochenta años, solo quiere compañía. Me ha dicho que es en Sevilla. Yo le he dicho que como soy de Murcia, que deje que me lo piense.

-A mí no me han dicho nada, dice el anciano como sin importancia. Ni la edad ni nada, no sabía que querías seguir estudiando. -Llevamos seis meses saliendo, insiste el anciano, y cada vez estamos peor.

Ha dejado de llover afuera, el sol volvió a iluminar la tarde mientras la pareja sigue con su alegato.

-La otra tarde me he dado cuenta de que me han robado, empieza nuevamente a decir el hombre mayor, yo había dejado dinero, lo he contado y me falta.

Como si cada uno tuviera su conversación independiente, repentinamente ella agrega:

-Cuando el hombre me llamó me dijo que tendría mi habitación. Que me pagarían bien. También me dijo que no lo pensara mucho porque hay muchas mujeres de América Latina que desean trabajar.

Entonces, casi voto lo que estaba comiendo porque tengo facciones que delatan mi origen mexicano. Volteo inmediatamente para el otro lado, no sea que la joven mujer me quiera dejar encargado a su senil amigo. Pienso que no es de mi interés tal trabajo; aunque… podría pensármelo, después de todo yo ya paso de los cuarenta y ella, solo tiene 24.

No, definitivamente no viene al caso. Además es un viejito agarrado, tacaño como decimos en México, dice que ha gastado 115 euros en comida, mucho gasto en comida, asegura, y ahora voy a invitar a fulano de tal (su hijo, creo), a la mujer y a los niños.

Por eso nadie lo aguantó, seguramente, pienso para mis adentros, demasiado interesada en la historia que se vive en la mesa de al lado.

No sé si llorar o reír. Al principio he reído, ¿qué tal?, pobre chavala.

Después casi lloro, cuando la vi salir clavada en su celular, sin volver la mirada a ninguna parte, como no queriendo dar la cara a nadie. Una chiquilla apenas, con un hombre mucho, mucho mayor. Qué barbaridad, las cosas que se han de hacer para cumplir sueños; yo no he tenido que hacer eso, a pesar de mi extrema pobreza en mi país de origen. Eso me da una sensación de alivio.

Después de que la vi innumerables veces intentando que él bajara la voz, para no evidenciarla, y que a él lo único que le importara es reclamarle más cariño, entonces he pensado que es un maldito vejete ojete. Aunque cualquiera también podría decir que ella es demasiado interesada.

Después veo a una pareja de adultos casi mayores, que han comido juntos en una mesa un poco más alejada aparentemente ajenos a la singular conversación. Entonces es que pienso que todo se vale, siempre y cuando las ganancias sean mutuas. Y no dudo que lo fueran, pero él exigía demasiado. La chica debió mandarlo lejos, total él tendría que ir despacio para llegar hasta donde lo mandase. También he pensado sobre los derechos de la vejez al amor. Ese es otro tema interesante. Pero la tesis del doctorado sigue esperando, entonces será en otra oportunidad que tenga de inmiscuirme en asuntos ajenos.  


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