jueves, 24 de mayo de 2012

PORQUE EN TU RECORRIDO TENDRÁS QUE CAMBIAR VARIAS VECES DE TREN...


 
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera-http://galeria.walkala.eu
 
 
 
 
Los ojos y la noche* 


A ver 
                 a ver....


           Un barco fantástico


                      atraviesa la noche
                  

                               y el cuerpo vuelve,


recursos del naufragio,


al tacto de las voces.


Un bosque de pieles fosforece.


A ver, a ver.


                    Subterráneas  imágenes.


Párpados abiertos
                    

                                  hacia el otro lugar.
 
 *De Cristina Villanuevacristinavillanueva.villanueva@gmail.com




 
PORQUE EN TU RECORRIDO TENDRÁS QUE CAMBIAR VARIAS VECES DE TREN...
 
 
 
 
 
ARQUEOLOGÍA*
 
 
La pareja está ubicada en una de las mesitas que flanquean la puerta de entrada al bar. Ella -que podría ser cajera de banco, o empleada de una empresa de telefonía celular- está tomando un jugo de naranja. Él -que tiene cara de profesor de Historia, o de vendedor de libros- tiene ante sí un café doble del cual se eleva todavía una tenue columna de humo. Se los ve distendidos, sin apuro, alternando armónicamente ráfagas de animada charla con mansos silencios.
Si en este momento alguien se acercase y les preguntara en qué circunstancias se conocieron, no dudarían en responder al unísono. "En una fiesta de cumpleaños", dirían, o "en la playa", o "en la Facultad". Si esa misma persona les preguntara además en qué fecha ocurrió tal encuentro, ella
probablemente se excusaría de responder, aduciendo insalvables problemas para fijar fechas en la memoria, aún las más significativas. Arriesgaría quizás un "fue en febrero, creo", y miraría de inmediato a su compañero, buscando su aprobación. Él, en cambio, acostumbrado a las precisiones
estadísticas, seguramente menearía la cabeza en señal de cariñoso reproche y daría una respuesta contundente: "viernes 23 de febrero de 1990", o quizás "sábado 4 de diciembre de 1993".
Lo curioso es que -aunque ninguno de ellos sea capaz de recordarlo- una mañana de otoño de 1988 los dos coincidieron durante diez minutos en un mismo ómnibus urbano, al que subieron en la parada de Tribunales. Tampoco saben que el 16 de abril de 1987 ella salió de un negocio céntrico de ropa
deportiva en el mismo momento en que él entraba, y que sus brazos alcanzaron a rozarse. Tampoco, que el 20 de enero de 1985 ella fue a bailar con quien era entonces su novio, vistiendo una minifalda muy corta, y que a él, a pesar de que estaba tomando un trago en la barra con quien era entonces su novia, se le fueron los ojos por un instante al verla pasar. Menos aún pueden saber que el 8 de octubre de 1974 sus respectivas madres los llevaron al mismo cine a ver la misma película de Disney, y que ambos se vieron en la cola sin prestarse mayor atención. Muchísimo menos, claro, pueden imaginar que una tarde de octubre de 1969 se pelearon y lloraron en una plaza porque los dos querían ocupar la misma hamaca al mismo tiempo.
La pareja de la mesa situada junto a la puerta realmente cree que se conoció en una fiesta de cumpleaños, o en la playa, o en la Facultad, en 1990, o en 1993. Como cualquier mortal, ambos están plenamente convencidos de sus certezas al respecto. Han estructurado, sin ser conscientes de ello, una
versión dogmática de la historia que tienen en común. Una versión definitiva, pues jamás procederán a revisarla.
       Su prehistoria, entonces, esa ignorada sucesión de efímeros fragmentos de pasado compartido, seguirá enterrada en las arenas del Tiempo, hasta que -a tientas y con inútil empeño- algún escritor solitario escondido en las sombras de un bar se lance a rescatarla del olvido.
 
 
*De Alfredo Di Bernardoalfdibernardo@fibertel.com.ar
-Texto incluido en "Las cosas como somos". Colección Bienes Culturales. ATE CDP Santa Fe - 2009
 
 
 
 
 

*
 
 
Andar en la cabeza de la selva es un derroche de placer. Abajo un murmullo hirviente de hongos e insectos crece en la humedad.
En el medio los monos organizados en el deseo de las frutas.
En la cúpula  el dibujo filigrana de los verdes que nacen espesos y en la altura son una fiesta abstracta entretejida de vacíos donde el sol se mete como una mano que hace saltar quejidos  de belleza.


 *De Cristina Villanuevacristinavillanueva.villanueva@gmail.com


 
 
 
 
Esa mujer*
                
El ascensor llegó al segundo piso. Se abrió la puerta, del interior salió un hombre de mediana edad,  la cerró  y se dirigió hacia la oficina.
Entró al escritorio. Oscuridad y silencio… pero sabía que cuando la luz se apoderara del lugar la vería como todos los días. Sí; como siempre estaría esperándolo recostada  en el sillón  envuelta en ese deshabillé  blanco y etéreo que cubría partes de su cuerpo y dejaba imaginar otras mostrando retazos de una piel suave, dorada y tersa.  Como todos los días luciría bella, con la cautivadora  mirada de esos mágicos ojos azules que lo seducían. Y también como todos los días desde que sin saber cómo, se instaló en su vida, él la admiraría y experimentaría un intenso amor junto a un gran sufrimiento. Sentiría en su alma y su cuerpo el dolor de no poder llegar a su corazón.. Lo había intentado sin ningún resultado. Él se sentaba tras el escritorio y la observaba; muchas veces le habló de sus sentimientos, de la gran atracción que sentía por ella. Quiso hacerle comprender que pondría a sus pies todo lo que tenía, que era capaz de renunciar a lo que le pidiera a cambio de su amor, aunque más no fuera a cambio de una palabra de esperanza. Sin embargo la respuesta era siempre la misma: la enigmática sonrisa que parecía dibujada en su bello rostro y… silencio. Sonrisa y silencio, nada más. Y  el dolor de él que día a día iba en aumento.
Entró al escritorio. Oscuridad y… silencio. Se acercó a la amplia ventana y descorrió las cortinas para que entrara la luz de la mañana. Entonces la vio: la misma mirada, la misma sonrisa que lo cautivaban diariamente. Se sintió desvanecer, le pareció que el piso se hundía a sus pies… no podía creer lo que veía, no entendía nada. Unos hombres en altas escaleras y otros en una plataforma articulada descolgaban del negocio que estaba en la vereda de enfrente un inmenso cartel con una mujer recostada en un sillón con unos cautivadores ojos azules y un deshabillé blanco y etéreo. Un grito desgarrador obligó a quienes transitaban por el lugar a levantar la vista hacia la ventana del segundo piso… 


*De Graciela Boniscontigrabonis@hotmail.com
 
 
 
 
 
*

Te busco
Con inocencia
Busco el momento de estar ante vos
Pretendo parecer inquietante y casual
No se tu nombre
Ni tu edad ni siquiera donde vivís
Pero te espero
Entre la curiosidad y el asombro
Respiro despacio para robarte una mirada
Y escondida entre los rincones
Ansío robarte unas palabras.-

*De Azulazulaki@hotmail.com

 
 
 
ABURRIMIENTO*
 
 
 
*Por Eva María Medina Morenoevamedina_moreno@yahoo.es



Acaban de comer. Él pasea su mirada por la habitación. Su fláccida y pálida barriga asoma por los botones mal abrochados del pijama. Ella mira por la ventana. Entre ellos, una mesa camilla con restos de comida. Al fondo, la televisión encendida.
Ella sigue mirando a la calle. Su melena es bicolor; castaño oscuro y rubio platino. Su cara, sin lavar, muestra la opacidad de un maquillaje mal aplicado. Unos labios extremadamente rojos, pintados con un carmín barato.
Colillas impregnadas de bermellón saliéndose de un cenicero de cristal.
Él se levanta de la silla, y, antes de sentarse en el sofá, aparta unas revistas viejas. Gotas de sudor resbalan en su calva, deslizándose por pelos grasientos de la nuca. Con la manga del pijama se quita el sudor y coge el mando de la tele, pasando de un canal a otro. Mira hacia la pared, donde un reloj redondo, de fondo blanco, cuyas manillas y números son del color del metal, está parado a las cuatro. Le divierte imaginar que funciona. Todos los días se pone frente a él antes de la hora, y siente el minuto que transcurre desde las cuatro como el único real en su vida.
Ráfagas de un aire cálido mueven las cortinas. Ella retira platos y cubiertos con el antebrazo, y saca del bolsillo de la bata unas cartas desgastadas. Empieza su solitario. Él fija la vista en un ventilador que
está en el suelo; las aspas metálicas giran lentamente.
El hombre le pregunta a la mujer por la llave. La mujer le contesta, con desgana, que la busque.
El hombre se levanta con pereza del sofá y se acerca a la mujer. Le vuelve a preguntar por la llave. Ella le dice que busque, y le canta: «¿Dónde está la llave matarile, rile, rile?». Él: «Si no me dices dónde está.». «¡Qué! ¡Qué vas a hacer! ¡Qué coño vas a hacer tú!». «Dime dónde está», dice él. Ella se ríe, lo insulta. Él vuelve a preguntar. «Busca, busca», se oye. Las manos de él sobre sus hombros. «¿Qué pasa? ¿Acaso me vas a estrangular? ¡Anda aprieta! ¡Aprieta cobarde!». Unos dedos gordos agarran su cuello. «¿Me lo vas a decir?». Las manos presionan con fuerza. «¿Dónde está?». «Adivina», dice ella con voz apagada. El hombre aprieta más fuerte. «¡Me lo vas a decir, hija de puta, me lo vas a decir!».
El cuerpo de la mujer cae al suelo, inerte. Él se sienta en el sofá.
Imágenes en la pantalla. Mira el reloj. Espera a que sean las cuatro.
 
 
-Eva María Medina Moreno. Escritora española (Madrid, 1971). Licenciada en Filología inglesa y diplomada en Profesorado de Educación General Básica, por la Universidad Complutense de Madrid. Con el título del Ciclo Superior en Inglés de la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, y The Certificate of Proficiency in English, por la Universidad de Cambridge. Tras el Período de Docencia del Doctorado en Filología Inglesa de la UNED, investiga en el campo de la Literatura Inglesa del siglo XX y Contemporánea. Trabajo que compagina con la escritura de su primera novela.
Premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós por su relato «Tan frágil como una hormiga seca» (Editorial Iniciativa Bilenio S.L. 2010). Seleccionada en el V Premio Orola, en cuya antología se incluyó su cuento «Mi bodega» (Ediciones Orola S.L. 2011). También han publicado sus relatos en revistas literarias digitales e impresas de España, Hispanoamérica y Estados Unidos,  como Letralia, Cinosargo, Otro Lunes, Almiar, Groenlandia, Narrativas, o Solaluna. La revista de creación literaria La Ira de Morfeo ha hecho un número especial con algunos de sus cuentos.
 






 
                                                                                                                                                                                                                 EL SILENCIO Y LA FE*


    Hace años que pertenece a la comunidad de la parroquia. Comenzó a ir a la iglesia como todos, cuando le tocó hacer la comunión, y entonces era la simpleza de concurrir un poco por obligación de los padres y porque todas los nenes de su grado en el colegio iban a la parroquia los sábados a la mañana, y fue una clase más de religión como la de la escuela, con papelitos intercambiados, recreo y juego a la salida, y un cuadernito con fotocopias y pintura de dibujos, memorización de respuestas en la misa, y unir cada pecado con la virtud y saberse los mandamientos tan mal como las tablas de multiplicar, que la mayoría llega hasta la tabla del siete pero hay quien se detiene en la del seis para siempre, y acá lo mismo, algunos que no pasaron del honrar al padre y a la madre, y nada de pensar un poco alrededor de las frases, sólo acatar la consigna para subrayar con birome roja o azul según el caso.
     Siguió en la parroquia porque le gustaba cantar y entró al coro, y resultó que el movimiento carismático le puso canciones con guitarra y pandereta, y fue muy fácil rodar por el declive de las palmas y los bailoteos, y pensarse en el grupo solamente, y pasar de yo a nosotros, y apoyarse en ese grupo donde los abrazos son fraternos y las sonrisas vienen de veras desde más adentro, desde un lugar que cuando se miraban asomaba a los ojos un reconocimiento y una estima verdadera.
     Hubo noches heroicas en que alabaron al Señor desde la tarde hasta la mañana, servicio solidario, retiros espirituales para llorar y abrazarse y derramar sentimiento sobre los amigos, sobre la familia allá en casa, sobre el universo alumbrado y revelado por el amor como una fotografía sobreexpuesta.
     Conoció al novio en uno de los grupos, un chico un poco loco, que solía escandalizar a la señora que arreglaba los crisantemos en los jarrones y ponía las sogas blancas haciendo camino los viernes y sábados para las bodas. Estaba bien, todo, en esos días, y no eran nada estúpidos por estar en la iglesia, no eran ni débiles ni fenómenos por estar allí al lado del Padre, yendo al hospital a cantar en vez de salir a dar la vuelta obligatoria por la peatonal. Y a veces el novio decía malas palabras, y ella usó minifalda, y tuvieron sexo antes de casarse porque al fin y al cabo eran modernos, pero estaba bien, también, porque el perdón de Dios es cálido y abrasa, y nunca sintieron frío en el altar.
     Se casó en la parroquia con el novio parroquial, los casó el cura con el que tantas veces tomaban mate cuando seleccionaban la ropa en Cáritas, los invitados les gastaron bromas inofensivas, alquilaron una casita enfrente de la iglesia, que era suya y una casa más donde los esperaba su hermano Jesús y su madre María. Eran ellos muy felices, y se vinieron las malas porque las malas siempre llegan, pero allí estaba el cura, y allí estaban los muchachos del coro, y ni hablar del matrimonio guía que expedía luz de tanta serenidad en esas caras. Las malas fueron muchas y variadas, y llanto hubo y noches en vela hubo, y el primer hijo casi se les va de entre los brazos una noche por una enfermedad, pero salieron con bien. Y las heridas cicatrizaban y los vendajes eran los otros, todos los otros que estuvieron y estaban, y que también iban sorteando oleajes y vientos. Alguno se fue, alguno se distanció, pero ella seguía siendo feliz  mientras avanzaba en su treintena, ya con los chicos en la escuela, el marido con barriga y menos pelo, el cura arrugado y sin embargo con las ganas, todavía, de seguir cosechando hombres, mujeres y niños para sumarlos a la Gran Obra, la Gran Fraternidad, la Iglesia.
     Era ella la que parloteaba ahincadamente cuando cosían para Casa Cuna, ella charlaba con las más jovencitas y con las viejecitas que planchaban los paños del altar y la sotana del cura. Ella se entretenía con la señora que barría el templo, les contaba historias a los nenes de catequesis, era la cotorra del barrio según el cura.
     Tuvo ella, entonces, una vida como la de cualquiera, pero con un abrigo. Ni éxitos rotundos ni rotundos fracasos, pero remedio contra la desilusión. Nada fue perfecto, pero el aceite sobre el agua aquietaba las borrascas. Era feliz con su marido, sus hijos, su Dios acodado en la tapia del jardín.
     Fue feliz hasta que tuvo dudas, hasta que debió aceptar que tenía dudas.
     Así sin más o quién sabe si desde el principio. La cosa es que en cierto momento era necesario admitir que su fe se había despintado severamente y estaba en franco derrumbe.
     No hubo causas directas. Si hubiese sido por una muerte o una enfermedad, ella misma hubiese acudido a las herramientas diseñadas para que la desgracia se transforme en cruz, y hubiese usado el carrito construido en comunidad para mover esas cruces y transportarlas hasta que desaparezcan o se achiquen.
     Pero no hubo ni terremoto ni desprendimiento. Por propia gravidez parió la duda, sin desearla ni haber dado un solo paso para conseguir semejante premio.
     Así sin más, ella dudaba. Se preguntaba que qué pasaba con todo si Dios no existía, si la iglesia era un edificio presuntuoso, si el cura era un hombre castrado inútilmente, si la comunidad era un grupo de gentes patéticas, si la tierra es un planeta entre los planetas y si la vida es algo que tenga un sentido fuera de un presente fugaz.
     Dudando de la trascendencia, dudando de sí y de los otros, pero de sí, se cayó de la cuerda donde había transitado espléndida y con los rayos de un sol de estandarte en oro.
     Ya no tenía abrigo para la helada sobre el césped, no tenía cinta para sujetarse los cabellos. No tenía, ella, ni Padre enorme ni Madre amorosa ni Hermanos irrenunciables. Si no creía en ellos, ellos desaparecían, y puede uno obligarse a muchas cosas, pero la fe no se negocia.
     Gastó rosarios y procesiones, se obligó a novenas y realizó promesas. Se castigó con renuncias tan absurdas como la de negarse el chocolate. Bajó un poco de peso, pero siguió dudando.
     No pudo decirle nada al marido, apartarse de la fe era como serle infiel pero de una forma más auténtica y temible. Ellos eran parte de la parroquia, su familia era ese grupo heterogéneo y amado de gentes reunidas en torno a su religión y a su sacerdote, su matrimonio era un pacto frente a ese Dios, era sagrado y firme y bello su matrimonio sólo porque Dios estuvo con ellos y ellos lo sentían caminar a su lado.
     No se confesó con el cura, su cura. Fue a otra iglesia y comenzó a sentir lo que la traición tiene de bajo y las ruindades de lo inconfesable. Con otro cura fue a hablar, y, si en vez de ir en motocicleta a otro barrio hubiese entrado con lentes oscuros a un hotel alojamiento, menor hubiese sido su vergüenza.
     Hizo varios intentos, estuvo en uno de esos retiros que antaño hubiese sido gozoso, trató de no pensar y no preguntarse nada. Pensó en el suicidio.
     Finalmente hizo más o menos lo que todos hacen con respecto a algún tema. Mintió. Se dijo que actuando como si creyese, llegaría a recuperar la certeza y esa paz que ahora que había desaparecido le dejaba el insomnio y la crispación.
     Ahora ella va a la misa, lleva a los chicos a los boy scauts, pertenece a algunos de los grupos, es matrimonio guía con su marido para los cursillos prematrimoniales, cultiva rosas para el altar de la Virgen. Y no cree ni una sola palabra de las que pronuncia, y no siente ni uno de los abrazos que le quedan prendidos a los hombros como un traje mal cortado.
     Tampoco reflexiona sobre esto a diario, pero la sensación de ser una farsante le ha quitado el brillo. Es notable. Y no habla demasiado. Trata de no hablar para que no se note.
 
*De Mónica Russomannorussomannomonica@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
*
 
 
y el animal
arquea su debilidad
sabe que va a morir
el miedo acorrala su instinto
pálido gesto
inmóvil su hermosura
cuida su dignidad de especie
resta en la espera
un silencio inseguro
clava la presa
el aire insomne
sabe que va a morir

y entra en la noche
 
*De alba estrella gutiérrezalba.estrella@gmail.com
 
 
 
-alba estrella gutiérrez
poeta argentina de buenos aires, autora de varios libros de poesía

los vulnerables cipreses del otoño (2005)
nanas para lucía (2006)
los pasos de la memoria (2007)
hilandera del viento (2008)
-También en páginas de Internet y diversas Antologías.
 Recitales de música y poesía con la cantante y compositora Julia Lascano en varios lugares como Bar Tuñón, Casa de Madrid, Teatro Municipal 1º de Mayo, Ciudad de Santa Fe, con el apoyo de la Oficina Cultural de la Embajada de España,  La Biblioteca Café, Bartolomeo, Mendieta, (Mar del Plata), Café Montserrat, Casa Ricardo Rojas, etc.
Y con la cantante y compositora Andrea Spinadel en varios lugares como el auditorio Cendas, etc.
Actuó en varias radios como La Tribu, Nacional, FM Cultura, etc.
 
 
 
 
 
 
En las fauces de Amerika*


 *Por Juan Forn

Ahí viene llegando George Grosz al puerto de Nueva York. Europa se está prendiendo fuego, pero a él lo han traído para que dé clases de dibujo en la Liga de Estudiantes de Arte de Manhattan. Es febrero de 1933. En Berlín, a sólo semanas de que Hitler acceda al poder, los camisas pardas van a buscar al dibujante a su casa vacía, se lo cataloga de "propagandista bolchevique número uno" y se le retira la ciudadanía alemana. En Nueva York, la revista Time anuncia su arribo: "Ha llegado el monstruo". The New Yorker lo describe con un largavistas al cuello para no perderse detalle de la vida americana a
su paso. Todos esperaban su disección de Amerika. Era el obvio paso a seguir, después de haber mostrado en dibujos la vergüenza de la guerra (la Gran Guerra que iba a terminar con todas las guerras) y la obscenidad de la riqueza y la pobreza en la histérica paz que siguió, hedónica hasta el suicidio: las canciones de Brecht y Weill, como todo el cabaret berlinés, son hijos de sus dibujos.
Pero Grosz llegaba a América intoxicado de esa sustancia inflamable que alimentaba su motor creativo desde 1914. Tenía cuarenta años, llevaba veinte dedicado a dinamitar la hipocresía de su época. En el camino había cortado amarras con sus colegas caricaturistas primero (que se burlaron de sus pretensiones cuando él comenzó a acompañar sus dibujos de poemas, unos tan incendiarios como los otros), con sus compañeros de Dadá (que escarnecieron su decisión de seguir dibujando y pintando en lugar de dinamitar con ellos los cimientos del arte), con sus camaradas del PC (cuando rompió el carnet
del partido luego de su viaje a la URSS en 1922) y con los jóvenes disipados de la bohemia de Weimar (quienes lo acusaban, desde los escenarios de todos los cabarets, de obstinación patológica y reliquia de museo de cera). Ese es el Grosz que llega a Nueva York. Cuando pisó la ciudad no hizo foco en los signos de la Depresión aún visibles en las calles porque estaba oyendo un sonido, una vibración ambiental, que no había experimentado según él en toda su vida adulta: el sonido del progreso. Ensordecido hasta el entumecimiento por la contracara de ese sonido (el del derrumbe), Grosz realiza entonces su famoso, incomprensible viraje: olvidarse de quién y qué había sido. Iniciar una nueva vida, a la americana. En la inauguración de su primera muestra estrecha la mano de mil personas, aunque no vende una sola pieza. Hollywood se interesa y desinteresa de él a la misma velocidad. Las revistas le hacen encargos, pero le piden después que baje el tono, "que sea un poquito menos amargo, menos Grosz". Todo en Norteamérica se decía con una sonrisa, como había notado nomás bajar del barco; de a poco, Grosz fue comprendiendo cuán amargamente cierta había sido esa primera impresión.
Así comienza la renuncia a su yo europeo, el penoso intento de convertirse en un ilustrador "agradable", a la manera de un Norman Rockwell. "Me ejercité a diario y con dedicación en la autorrenuncia, me porté como un hombre cuando se trataba de decir sí, pero seguía existiendo algo irremediablemente difícil en mi personalidad, como una piedra imposible de mover de su sitio." Grosz comienza a armar un inmenso archivo de recortes de revistas, instantáneas norteamericanas de todo tipo, para poder cumplir
fielmente con los encargos que le hagan como ilustrador. El archivo va a superar los cien mil recortes, los encargos de las revistas nunca llegaron a la docena por año; Grosz debe mantener a su familia dando clases de pintura en su propia casa a hijos de ricos, mientras mendiga becas que le permitan dedicar algo más de tiempo a su pintura, una pintura que parece haber perdido el rumbo. En Nueva York conoce a Dalí, a De Chirico. Ambos lo admiran por su obra europea (Dalí por sus poderosos collages Dadá, De
Chirico por sus dibujos de la guerra y la hiperinflación, que consideraba a la altura de Daumier y Goya), ninguno de los dos es capaz de encontrar algo rescatable en la obra nueva que les muestra Grosz.
La guerra y los diez primeros años de posguerra son más o menos lo mismo para Grosz. Esa terrible aseveración hecha por él mismo lo retrata más devastadoramente que cualquier otro juicio sobre su persona. El paraíso del progreso y el confort le da la espalda tal como él le dio la espalda a su obra europea, Grosz es un muerto en vida, casi un pintor de fin de semana, a nadie le interesan los cuadros que pinta. Y entonces vuelve el miedo, o el miedo vuelve a la vida a George Grosz. El Comité de Actividades Antinorteamericanas de McCarthy comienza a levantar la temperatura de la Guerra Fría y Grosz comienza a temer la peor pesadilla: sin pasaporte alemán y sin ciudadanía norteamericana, su futuro no puede ser más negro. Ocurre entonces su segundo viraje, tan insólito como el primero. En sus tiempos dadá, Grosz había llevado el collage a una dimensión asombrosa, usando material de desecho exclusivamente, léase basura recogida de la calle. Ahora comienza a experimentar de manera similar, pero con otra clase de basura: revolviendo en aquel inmenso archivo que había reunido de instantáneas
norteamericanas optimistas, positivas, alegremente consumistas. El resultado anticipa el pop-art pero con los dientes apretados: es un avant-pop crispado y feroz, hecho de la angustia que da el miedo, no el miedo al fracaso artístico, porque eso ya no le importaba a Grosz: aquellos collages eran su venganza contra el país que iba a escupirlo a la alcantarilla.
Y entonces, inesperadamente, en Alemania se produce su revaloración. Lo invitan a volver, hasta le dan un sillón en la Real Academia de Bellas Artes. Grosz vuelve de apuro a su país para esquivar la caza de brujas.
Embala su banal obra pictórica de posguerra y se la lleva. Deja, en cambio, abandonados a la humedad de un depósito, esos collages frenéticos que eran lo único que le habían permitido paliar el miedo, o darle rienda suelta, en sus últimos años norteamericanos. Seis semanas después de su regreso a Berlín rodó escaleras abajo una noche de borrachera y se desnucó. Nadie vio esos collages, aquella disección de Amerika que tanto habían anticipado sus admiradores de 1933. Imaginen por un segundo si, antes del pop, antes de Warhol y Lichtenstein y Rauschenberg, hubiesen aparecido, como una cuña, esos collages de Grosz. Imaginen el arte actual a partir de esa escena. Y si el arte actual nos ha apelmazado tanto la imaginación que esa escena nos es imposible de concebir, quedémonos con este autorretrato que hizo Grosz de sí mismo, antes de rodar escaleras abajo hacia su destino final: "Ignoro por qué y cuándo me convertí en el que soy. Tengo la sensación de que, cuando llegó mi turno en la ventanilla, me entregaron varios boletos juntos y cuando pregunté por qué no sólo uno, como a los que me antecedían, una voz
invisible detrás de la ventanilla me contestó: Porque en tu recorrido tendrás que cambiar varias veces de tren".
 
 
 
 
 
 
 
 
Loquillo*

Con tu silueta arrogante vives la
Impetuosa necesidad de enamorarte
A ciegas caminas por los destierros del amor

Ese romanticismo clásico que habrás heredado de mí
Quisiera que aligeres la inseguridad y el desamparo
Del reconocimiento y la incomprensión de los que
no conocen  tu adorable sensibilidad

Pero tu destino no es el mío
Y mi experiencia no te sirve

El amor es algo que se siente
Aunque el enigma
                                        De  los más  admirables poetas
No hayan logrado  conquistarlo.-
 
 
*De Azulazulaki@hotmail.com




Paredes*

*Por Antonio Dal Masetto

Sábado, una y media de la tarde. An­duve parando un poco la oreja por el bar. Asisto a la conversación entre dos clientes acodados a la barra. Uno es flaco y tristón. El otro es un hombre rozagante
y extrovertido.
-Soy del interior -dice el flaco tris­tón-. Extraño la casita, la calma y la cordialidad. No soporto la descortesía de la gente de por acá. Y lo que más me mata son las paredes delgadas de los departamentos. Uno se tiene que enterar de todo lo que les pasa a los vecinos. Eso es lo peor. Nunca voy a
poder acostumbrarme. En cualquier momento me vuelvo a los pagos.
-No se apure, compañero -dice el rozagante-. Yo también soy hombre de campo y puedo entender su queja y su nostalgia. Pero le aseguro que las paredes delgadas pueden tener su cos­tado positivo.
-Esas paredes me van a destruir. Me producen úlcera.
-Si me permite voy a contarle lo mío. Cuando mi señora y yo vinimos a la ciudad, el edificio donde vivimos nos pareció terrible. Con los inconve­nientes que usted tan justamente aca­ba de mencionar y todo pintado de co­lor cremita sufrido, adentro y afuera.
-No me hable del cremita sufrido.
-Al principio nos costó. Hasta el día que en la planta baja se mudó una parejita joven y recién casada. Esa mis­ma noche, gracias a las paredes delgadas, en los departamentos vecinos al de los tórtolos se empezó a oír el run­rún amoroso de la parejita que rápida­mente produjo un contagio. En la noche siguiente el runrún ya generalizado de la planta baja fue subiendo por el hueco de la escalera y           el 
aire-luz y llegó al primer piso. Del primero pa­só al segundo, al tercero, al cuarto y así noche a noche siguió trepando y llegó hasta nuestro departamento que está en el octavo. Recuerdo que mi
se­ñora y yo tuvimos una cena con velas como en nuestros primeros tiempos de casados. La patraña estaba preciosa. El runrún siguió para arriba, alcanzó el piso dieciséis que es el último y des­de entonces el edificio es una gloria. Se lo puedo resumir en tres palabras; paz, alegría y amabilidad. Ya no se es­cuchan peleas, sólo el runrún. Había un vecino del octavo que la fajaba a la mujer. Como decía Rivera: "Los bifes parecían aplausos, parecían". Eso pa­só a la historia, el florista de la esqui­na no para de
subirles ramos de rosas.
-¿Y los que viven solos?
-En el edificio había cuatro solos, dos mujeres y dos hombres. Clarita del séptimo y Claudia del tercero. Ru­bén del noveno y Rafael del quinto. En menos de una semana, justamen­te un sábado en que el edificio esta­ba muy animado, Rubén se apareció con un ramito de violetas en el terce­ro y Rafael con una caja de bombones en el séptimo. Ese domingo los diarios que el canillita trajo para Claudia y para Clarita permanecie­ron tirados en el pasillo, delante de las puertas de sus departamentos, hasta por lo menos las
siete de la tar­de.
-¿Y las reuniones de consorcio? -Calmísimas y galantes. La gente tiró a la basura todos los ansiolíticos, los televisores, los libros de autoayuda y los aparatos para gimnasia en el ho­gar. Muchos perdieron la costumbre de ir a misa.
-¿Y los pibes del edificio cómo es­tán?
-Parece una película de Heidi. To­dos sanitos y alegres, en la escuela les va bárbaro y ninguno se lleva mate­rias.
-¿Y las mascotas?
-Si se refiere a los perros y los ga­tos, están saludables y contentos igual que sus dueños. Le doy un dato más: ahora todos los inquilinos tienen ma­no verde y los balcones revientan de plantas y flores.
-En mi edificio se secan hasta los cactus.
-Claudia, la del tercero, logró que se le diera una orquídea en la ventana.
-En mi edificio he visto marchitar­se hasta las flores de plástico.
-Aguante, amigo. En cualquier momento las cosas van a cambiar pa­ra usted también. Y ahora discúlpe­me, pero lo tengo que dejar. Hoy es sábado, ya estamos en la hora de la siesta, el edificio debe estar empezan­do a llenarse de runrunes, la patrona me está esperando y no quiero que se sienta sola.

*Publicado en el diario Página/12. (Año 1994)

 
 
 
 
 
*
 
Inventren Próximas estaciones: 
 
ORTIZ DE ROSAS.
-Por Ferrocarril Midland-
 
SANTIAGO GARBARINI.
-Por Ferrocarril Provincial-
 
 


Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.
 
 
-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:
 

ARAUJO. BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD. 
 MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  
JUSTO VILLEGAS.  
JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  
ALDO BONZI. 
 
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE. 
 
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  
 
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.
 
 
 
-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:
 
 
BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.
 
SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROSAS.
 
JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
 
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
 
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
 
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
 
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 
D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
 
  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
 
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.
 
 
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