-Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana.
SUSANA Y EL UNICORNIO*
A mi amigo Fenris, por su cumpleaños.
Ese amanecer, cuando fue con su padre a la cuadra, se sorprendió al ver un unicornio... Inconfundible en su blancura, en su reluciente y larga crin, en su cuerno afilado, en el halo que lo envolvía, un unicornio pastaba entre los caballos.
Le gustaba ir bien temprano para escoger el animal de su gusto; le complacía ver como los ensillaban y ayudaba a cepillar sus crines. Pero esa mañana se había quedado sin palabras, contemplando el brillo de nube de aquel ser de leyenda, más antiguo que el tiempo, mezclado entre los caballos que se alquilaban para hacer prácticas de equitación.
- A esta niña parece que los ratones le comieron anoche la lengua – le dijo el granjero - ¿A quién te ensillo hoy, al Moro o a Linda?
- Por favor, quiero que me ensille al unicornio.
- ¿Qué? – dijeron su padre y el granjero al unísono.
- Aquel blanco, brillante...
Iba a decir “del cuerno en la frente”; pero se percató de que nadie veía lo que ella.
- ¿El nuevo? – sonrió el granjero - No le habíamos puesto nombre; el dueño lo vendió porque no sirve como animal de tiro... las patas muy finas. Le pondremos Unicornio, si te parece bien, aunque no sé si se deje montar por una niña, es un poco rebelde.
Susana corrió junto al unicornio.
“Lo has visto, ¿verdad?”, le dijo él con una voz que ella comprendió que nadie más escuchaba.
- ¿Por qué yo?
“El hombre solo puede ver aquello en lo que cree, por eso ha dejado de ver ángeles, demonios, hadas y unicornios. Al ser confundidos con criaturas naturales nos vamos adocenando, hasta que un día nos llega el olvido. Cada vez somos menos, apenas quedan dos o tres hadas, excelentes niñeras; algún demonio se alquila en fiestas como tragafuegos, conozco un ángel trapecista... Soy el último de mi especie. A veces, alguien nos ve, humillados bajo la montura, haciendo malabares, ejecutando actos de falsa prestidigitación; en esos momentos nuestra tristeza aumenta, pues nada ha de cambiar el destino. Una niña que aún cree en la magia no puede torcer el rumbo de su especie”.
Susana no tenía palabras para expresar su pena. Se acercó al bellísimo animal y le acarició las crines. Él posó mansamente la cabeza en su hombro.
- ¿Quién lo diría? – dijo el granjero acercándose a grandes trancos – Ayer no se dejaba tocar. ¿Probamos a ensillarlo?
- No sé... – dudó ella, mirando al unicornio.
“Acéptalo. Mejor que la primera vez sea contigo”.
Hasta que el sol anunció que era hora de regresar, cabalgó Susana en el unicornio, sintiendo su leve paso que apenas rozaba la hierba, sin saber como agradecer a la vida aquel regalo que le llegaba en los umbrales de su adolescencia, momento en que sería obligada a incorporarse al mundo de los mayores, mundo que su madre no supo nunca aceptar y que ella tendría que asumir, aunque para ello tuviera que admitir que donde veía unicornios había caballos, que donde ángeles, vendedores de globos... “Dales lo que te pidan, amor mío, solo eso”, le parecía escuchar a su madre.
“No querrás terminar en un manicomio, como ella”, le decía alevosamente la vecina cuando la veía hablarle a las muñecas. Pero ella sabía que su madre no era aquella mujer de expresión ausente que languidecía en un cuarto de hospital, aquello era sólo la cáscara que había quedado cuando voló su alma a reunirse con los seres que poblaban las historias con que la acunó. Su madre, una las hijas del aire como la pequeña sirena de Andersen, disfrutaba al verla cabalgar en un unicornio.
No podía creer la felicidad que estaba experimentando, mezclada con la tristeza de lo irremediable: Al terminar sus vacaciones tendría que volver a su rutina y el unicornio sería un simple caballo de alquiler. Éste era un lujo que apenas podía permitirse dos meses al año, y esos dos meses tocaban a su fin.
- Te quiero - le dijo mientras marchaban en trote suave de regreso.
Si me amas, hay una cosa que puedes hacer por mí: trae mañana una lima resistente, de las que cortan las más gruesas cadenas.
No dijo más, se encerró en un triste mutismo mientras era desensillado, llevado a la cuadra y encerrado en su cuartón. Allí quedó resplandeciente, inconfundible entre los caballos.
Susana había comprendido.
- Vendré temprano – le susurró antes de marcharse.
Dijo que tenía sueño y el padre lo entendió, había estado todo el día cabalgando. Era un alivio la afición de su hija por los caballos, así podía adelantar los trabajos de mantenimiento del parque, sabiendo que ella estaba en buena compañía... La de él, a pesar de todo su amor, no era la mejor desde el día en que tomaron la decisión irrevocable.
Al ver extinguirse la última luz, la niña saltó de la cama y fue de puntillas hacia la caja de herramientas. Tomó lo que había ido a buscar y regresó a dormir, realmente estaba muy agotada.
Era noche cerrada aún cuando abrió los ojos, sabía que los peones y el granjero llegaban al romper el alba, así que debía apresurarse. Con una linterna en la mano emprendió el camino, tan conocido que podía haberlo hecho a oscuras. Saltó la cerca con facilidad y se encaminó a la puerta por donde asomaba aquella cabeza tan distinta. No temía a las reprimendas, se lo debía a ella misma, al unicornio, a su madre... Sin decir palabra, comenzó a limar la cadena.
Susana, ¿recuerdas que nuestra mayor tristeza es ser reconocidos?
Asintió sin dejar de limar. Pronto llegarían los demás, tenía prisa.
Detente y mírame: serás el último humano en ver un unicornio.
Ella obedeció, con lágrimas en los ojos, comprendiendo que la lima no estaba destinada a cadena alguna. Pensando en lo que sucedería si un poeta, un músico, un pintor, un loco, o quizás otro niño que había crecido entre cuentos de hadas, llegara un día a esta cuadra y distinguiera aquel unicornio ensillado, cabizbajo, trotando en círculos alrededor de la pista.
Los sollozos se le agolpaban en la garganta. “No se trata de ver unicornios donde caballos”, sentía la voz de su madre, “sino de ver en cada corcel el sortilegio del unicornio”.
- Entonces... – dijo, conservando aún una gota de esperanza.
“¿Te importaría cortarme el cuerno?”
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba
HASTA ABRIRSE EN EL CUERPO COMO UNA RED DE ECOS...
CACERIA*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Los días de lluvia era distinto.
Desde el galpón, donde nos reuníamos con el mensual, algún vecino que obligadamente interrumpía sus tareas como nosotros y el viejo Chiquín, que lideraba el gallinero y la huerta, nos dábamos a la tarea de cargar cartuchos con un pequeño aparatito de fabricación casera.
Mientras el mate rondaba, yo por más ágil y menudo para el esquive de las gotas hacía rápidas incursiones pegadito a la pared del galpón, a la busca de tortas fritas crocantes y zalameras al paladar, con su polvo de azúcar impalpable.
Cuando el escampe era cierto y un vientito enérgico y surero venía arreando nubes lejanas, ya teníamos la provista de cartuchos. Cada cual salía con un perro y una escopeta. A mí, tal vez me dieran ese pequeño rifle calibre 14 que era de Luis Spagnolo, especial para perdices por lo liviano y certero.
Por supuesto, yo era puro preparativo, nunca maté ninguna, y a veces uno que otro estampido dirigía hacia el pastizal empapado. Todo inútil. El silbido pertinaz, rasante, hacia un hueco tosco y burlón en la quietud lavada de la tarde.
Mientras tanto, avanzábamos en abanico pisando los charquitos alegres, donde pululaban ya multitud de microscópicas sanguijuelas. Evitábamos cuidadosamente los grandes pantanos, en especial si estos se formaban en la tierra arada, produciendo las pisadas un lodo pegadizo.
A veces venía algunos de mis tíos. Todos eran excelentes tiradores, en especial el Aurelio, el más chico, el que me permitía tirar con la escopeta del 16, y sus buenos sacudones que me daba en el hombro, aunque yo por incipiente machismo nunca mostré los moretones y retenía las lágrimas ya que nunca lo hice con las piezas que volaban socarronas ante mi impericia infantil. El Aurelio era feliz metiéndole tiros a los patos que en formación marcial cruzaban el cielo hermoso y alto del verano. Su puntería era temible y supo bajar hasta 9 de un solo tiro. El tío Berto no le iba en zaga. En una oportunidad mató ante mis ojos azorados hasta cuatro liebres de las siete que se le cruzaron en un predio de no más de dos hectáreas.
Pero a veces, solamente el barro adherido a nuestros pies y el propio cansancio eran nuestros únicos trofeos. Mas nos divertíamos mucho. A mí me gustaba hermosamente cruzar esos campos que olían a tierra empapada, que sabía el retozar de la potrillaza por el campo, a trajín de horneros en los charcos.
Eran otros tiempos más lentos. Adormecidos de soles indianos. La lluvia se ensañaba con los alambrados y algunas gotas corrían silenciosas, tardías sobre el pasto. A veces se estaba quieta una telaraña empapada.
No lo supe, pero sentía aquellos regresos después de una cacería alegre y cansadora como una excursión primitiva y perfecta de la tribu y creo que aún confusa, bellamente sigue inserta en mi memoria ferocísima, para siempre.
Desde el galpón, donde nos reuníamos con el mensual, algún vecino que obligadamente interrumpía sus tareas como nosotros y el viejo Chiquín, que lideraba el gallinero y la huerta, nos dábamos a la tarea de cargar cartuchos con un pequeño aparatito de fabricación casera.
Mientras el mate rondaba, yo por más ágil y menudo para el esquive de las gotas hacía rápidas incursiones pegadito a la pared del galpón, a la busca de tortas fritas crocantes y zalameras al paladar, con su polvo de azúcar impalpable.
Cuando el escampe era cierto y un vientito enérgico y surero venía arreando nubes lejanas, ya teníamos la provista de cartuchos. Cada cual salía con un perro y una escopeta. A mí, tal vez me dieran ese pequeño rifle calibre 14 que era de Luis Spagnolo, especial para perdices por lo liviano y certero.
Por supuesto, yo era puro preparativo, nunca maté ninguna, y a veces uno que otro estampido dirigía hacia el pastizal empapado. Todo inútil. El silbido pertinaz, rasante, hacia un hueco tosco y burlón en la quietud lavada de la tarde.
Mientras tanto, avanzábamos en abanico pisando los charquitos alegres, donde pululaban ya multitud de microscópicas sanguijuelas. Evitábamos cuidadosamente los grandes pantanos, en especial si estos se formaban en la tierra arada, produciendo las pisadas un lodo pegadizo.
A veces venía algunos de mis tíos. Todos eran excelentes tiradores, en especial el Aurelio, el más chico, el que me permitía tirar con la escopeta del 16, y sus buenos sacudones que me daba en el hombro, aunque yo por incipiente machismo nunca mostré los moretones y retenía las lágrimas ya que nunca lo hice con las piezas que volaban socarronas ante mi impericia infantil. El Aurelio era feliz metiéndole tiros a los patos que en formación marcial cruzaban el cielo hermoso y alto del verano. Su puntería era temible y supo bajar hasta 9 de un solo tiro. El tío Berto no le iba en zaga. En una oportunidad mató ante mis ojos azorados hasta cuatro liebres de las siete que se le cruzaron en un predio de no más de dos hectáreas.
Pero a veces, solamente el barro adherido a nuestros pies y el propio cansancio eran nuestros únicos trofeos. Mas nos divertíamos mucho. A mí me gustaba hermosamente cruzar esos campos que olían a tierra empapada, que sabía el retozar de la potrillaza por el campo, a trajín de horneros en los charcos.
Eran otros tiempos más lentos. Adormecidos de soles indianos. La lluvia se ensañaba con los alambrados y algunas gotas corrían silenciosas, tardías sobre el pasto. A veces se estaba quieta una telaraña empapada.
No lo supe, pero sentía aquellos regresos después de una cacería alegre y cansadora como una excursión primitiva y perfecta de la tribu y creo que aún confusa, bellamente sigue inserta en mi memoria ferocísima, para siempre.
El dia que me muera...*
El día que yo me muera,
... que me entierren en la mar,
que me suban a mi barca
y la hagan navegar.
Llevadme a medio camino
de las islas y mi playa.
Dejad que la barca vaya
flotando hasta mi destino.
Soltad mi ceniza al viento,
quiero mecerme en las olas,
meterme en las caracolas,
navegar a sotavento.
Seguir corrientes del norte,
romper contra acantilados,
navegar por todos lados
sin que la tormenta importe.
Dormir cerca de la arena
en las noches de gran calma
y en las que no se ve un alma
oír cantos de sirena.
Y que nadie sienta pena
ni nadie llore mi muerte,
porque he tenido la suerte
de tener la vida llena.
Y ahora que ha terminado,
me llevo en mi travesía
todo el amor que tenía.
¡Tengo la suerte a mi lado!
Ved, cómo se va mi barca
dejando estela en la mar.
Ved que he podido encontrar
lo que siempre he deseado:
quedar por siempre enterrado
en mi tan querido mar.
... que me entierren en la mar,
que me suban a mi barca
y la hagan navegar.
Llevadme a medio camino
de las islas y mi playa.
Dejad que la barca vaya
flotando hasta mi destino.
Soltad mi ceniza al viento,
quiero mecerme en las olas,
meterme en las caracolas,
navegar a sotavento.
Seguir corrientes del norte,
romper contra acantilados,
navegar por todos lados
sin que la tormenta importe.
Dormir cerca de la arena
en las noches de gran calma
y en las que no se ve un alma
oír cantos de sirena.
Y que nadie sienta pena
ni nadie llore mi muerte,
porque he tenido la suerte
de tener la vida llena.
Y ahora que ha terminado,
me llevo en mi travesía
todo el amor que tenía.
¡Tengo la suerte a mi lado!
Ved, cómo se va mi barca
dejando estela en la mar.
Ved que he podido encontrar
lo que siempre he deseado:
quedar por siempre enterrado
en mi tan querido mar.
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
Ella es un territorio de letras*
CONVERSACIÓN CON MARÍA TERESA ANDRUETTO, ESPECIALISTA EN LITERATURA INFANTIL.
La escritora y docente cordobesa cuenta cómo su pasión le abrió universos.
*Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ. parodizlaunion@gmail.com
"Las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño", apuntaba Milan Kundera.
Y en eso de las cosas de niños, nos encontramos con esta cordobesa singular que ha llegado a la cima literaria, al ser premiada con el Andersen, dicen una suerte de "Nobel", para la acotada consideración que merece la literatura infantil en este tiempo.
La construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino son algunos de los ejes de su obra.
"Interviene desde hace treinta años en el campo de la literatura infantil, donde trabajó en la formación de maestros, fundó centros de estudio y revistas especializadas, dirigió colecciones y participó en planes de lectura.
Es profesora invitada en espacios de formación de grado y posgrado y autora invitada en congresos, seminarios, ferias y jornadas aquí y en el extranjero" reza una historiografía virtual.
Y en eso de las cosas de niños, nos encontramos con esta cordobesa singular que ha llegado a la cima literaria, al ser premiada con el Andersen, dicen una suerte de "Nobel", para la acotada consideración que merece la literatura infantil en este tiempo.
La construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino son algunos de los ejes de su obra.
"Interviene desde hace treinta años en el campo de la literatura infantil, donde trabajó en la formación de maestros, fundó centros de estudio y revistas especializadas, dirigió colecciones y participó en planes de lectura.
Es profesora invitada en espacios de formación de grado y posgrado y autora invitada en congresos, seminarios, ferias y jornadas aquí y en el extranjero" reza una historiografía virtual.
-¿Qué significa ganar el Andersen para una escritora multipremiada?
-Tuve otros premios, pero la explosión que este ha tenido ¡es un sacudón! No sé qué signifique de ahora en más. Imagino que traducciones, nuevos lectores.
Eso desde la obra hacia afuera, en mi corazón, en lo esencial, imagino que todo seguirá como estaba, es decir deseando escribir.
Eso desde la obra hacia afuera, en mi corazón, en lo esencial, imagino que todo seguirá como estaba, es decir deseando escribir.
-¿Podrías resumir quién es María Teresa Andruetto?
-Nací en 1954 en Arroyo Cabral, un pueblo de la llanura cordobesa. Me crié en Oliva, también un pueblo de llanura, con muchos descendientes de italianos, un pueblo en el que hay un asilo de enfermos mentales que cuando yo era chica era el más grande de Sudamérica, de modo que la locura era en
cierta medida habitual entre nosotros.
Vine a Córdoba capital a estudiar en la Universidad, en los años setenta.
Terminé la carrera de letras poco antes del golpe de Estado.
Ingresé a la literatura infantil apenas terminada la dictadura, porque con un grupo de mujeres cordobesas formamos un centro de estudios.
A partir de allí, siempre estuve vinculada al campo de la LIJ, primero como formadora de mediadores de lectura y más tarde, como escritora.
cierta medida habitual entre nosotros.
Vine a Córdoba capital a estudiar en la Universidad, en los años setenta.
Terminé la carrera de letras poco antes del golpe de Estado.
Ingresé a la literatura infantil apenas terminada la dictadura, porque con un grupo de mujeres cordobesas formamos un centro de estudios.
A partir de allí, siempre estuve vinculada al campo de la LIJ, primero como formadora de mediadores de lectura y más tarde, como escritora.
-¿Tus preocupaciones parecen destinar un lugar a la formación, eso es consecuencia de escribir y además, la literatura infantil te dio otro universo?
- Siempre me ha preocupado la formación de docentes, ese ha sido en realidad durante muchos años mi trabajo de vivir y mi pasión también. La escritura en general me abrió otros universos.
-¿Quiénes han sido tus mentores, si los hubo?
-Las personas de mi generación que trabajamos en este campo, en Córdoba, hemos tenido en María Luisa Cresta de Leguizamon, profesora en la Universidad Nacional de Córdoba, en los años sesenta y setenta, una persona que abrió muchos caminos.
-¿Por qué elegiste vivir distante del eje cultural que motoriza Buenos Aires?
-Porque nací en esta provincia, porque aquí organicé mi vida personal, aquí me enamoré y aquí se formaron mis hijas. Entonces, escribir es algo que sucedió también aquí.
Por otra parte, la cuestión puede ser editar o hacer circular libros, pero escribir puede uno escribir en cualquier parte.
Por otra parte, la cuestión puede ser editar o hacer circular libros, pero escribir puede uno escribir en cualquier parte.
-¿El virtualismo concluirá con el hábito de leer y si es así, cual es el porvenir del libro?
-Creo que no, creo que coexistirán distintos soportes y formatos.
-Una pregunta al margen, ¿si las vocales son un valle y las consonantes alturas, como se haría ese país de letras?
-Como un territorio de palabras. ¡Lleno de altibajos!
Su obra
-Las novelas Tama (Alción, 2003)
-La mujer en cuestión (DeBolsillo, 2009)
-Lengua Madre (Mondadori, 2010)
-Las nouvelles Stefano (Sudamericana, 2001)
-Veladuras (Norma, 2005)
-La niña, el corazón y la casa (Sudamericana, 2011)
-El libro de cuentos Todo movimiento es cacería (Mondadori, 2012)
-Los libros de poemas Palabras al rescoldo (1993)
-Pavese (1998), edic. Del Dock 2008
-Kodak (2001) edic. Del Dock 2008
-Beatriz (2005) en Ediciones Argos
-Tendedero (CILC, 2010)
-Sueño Americano (Caballo negro, 2009)
Premios
-Luis de Tejeda 1993
-Fondo Nacional de las Artes 2002
-En 2011 finalista del Premio Rómulo Gallegos con su novela Lengua Madre
-Lista de Honor de IBBY
-Premio iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM 2009
-Candidata y ganadora por Argentina al Premio de Literatura Infantil Hans Christian Andersen 2012
Algunos títulos para niños y jóvenes
-El anillo encantado (1993)
-Huellas en la arena (1998)
-La mujer vampiro (2001)
-El País de Juan (2005)
-El árbol de lilas (2006)
-Trenes (2009)
-El incendio (2009)
-Campeón (2010)
-La durmiente (2010),
-Solgo (2011)
-Miniaturas (2011)
-Huellas en la arena (1998)
-La mujer vampiro (2001)
-El País de Juan (2005)
-El árbol de lilas (2006)
-Trenes (2009)
-El incendio (2009)
-Campeón (2010)
-La durmiente (2010),
-Solgo (2011)
-Miniaturas (2011)
*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 24/04/12 http://www.launion.com.ar/?p= 92048
Red*
El deseo de la palabra, espera, se desnuda,
cae por el ojo hasta abrirse en el cuerpo como una red de ecos.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@ gmail.com
Pensamiento 771 :
Seducimos con mentiras y
pretendemos que nos amen por nosotros mismos.
Seducimos con mentiras y
pretendemos que nos amen por nosotros mismos.
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
*
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