ELEGÍA A LINDSAY LOHAN
Por Arturo Texcahua
La conocí un verano juntando años como padre.
Era una mocosa duplicada entre enredos infantiles.
Era también niña de dólares,
con plusvalía,
cabellos y ojos de ganancias efectivas,
mirada de siento cosquillas en el cuerpo,
sonrisa de juntos somos felices.
Como siempre, los años pasaron como si los persiguiera el
diablo.
Creció.
La jovencita rebelde sin causa alborotaba la publicidad
gratuita con escándalos veniales,
edad de las provocaciones y del me vale,
nada extraordinario para una
estadounidense promedio:
sexo, nada más natural:
drogas, nada más acertado;
cárcel, nada más apropiado;
Hay que vivir a mil megas por segundo.
Más aprisa que en tiempo real.
Más veloz que la luz cósmica.
¿Para qué otra cosa es la vida?
Hay que hartarnos de nuestras liviandades.
Hay que arrancarnos las mojigaterías burguesas.
Al gusto hay que darle gusto.
Devorar cada uno de los placeres hasta que se harte el cuerpo.
Hacernos viejos sin que pasen los años.
¿Para qué guardar lo que pronto se pudrirá?
Hoy lo entiendo.
Hoy la vi sin reconocerla.
Es que tiene como cuarenta y aún no cumple tres décadas.
Regordeta come-chocolates-y-pizzas.
Gastada después de miles de coitos frenéticos.
Sin sueño luego de tantos desvelos.
Hechizada por líneas de cocaína y embrujos químicos.
Lindsay, me gustabas para diva perfecta del Sunset Boulevard,
a pesar de ser otra rubia más
de ojos azules
y ser demasiado blanca y
sajona,
Me gustabas, lo reconozco,
me gustabas.
Hoy no puedo con tu nuevo look de mujer roída.
Te queda una esperanza:
Apúrate y podrás ser
parte de la leyenda de los 27,
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