Arturo Texcahua
Kota Koti, la Barbie de carne y hueso.
Dicen que la Barbie es una obra perfecta de la mercadotecnia cultural,
dominio, imperio, modelo,
objeto educativo con zancos en las piernas, talle increíble y brazos como espadas.
Esa es la razón de algunos distanciamientos,
que nos confunda con insectos,
y nos lastime tal vez cuando busca amarnos.
Quizá por eso desconfiamos de sus ojos minerales dulces,
de oro aunque parezcan golosinas.
Resentimientos sospechosos y sin motivos sólidos.
Lo cierto es que sus nalgas,
como el dólar,
son fuertes, firmes y tan encumbradas que todos las ambicionamos.
Y sus vestidos, con certera exactitud, se apropian de cualquier circunstancia:
Día y noche, deporte, oficina, hogar y fiestas.
En todo está la Barbie,
es mujer moderna, rubia, blanca, delgada, norteamericana, siglo XXI.
Igual que las muertas de Juárez,
que las negras africanas que alimentan con parásitos a sus famélicos bebés,
que las musulmanas prisioneras de sus hombres y de Mahoma,
que las indígenas rarumuris, tzotziles y mazahuas,
solo por decir algunas de las muchas que son como la Barbie.
Por eso a las niñas y a los niños nos gustan estas muñecas.
Para unas son reflejo, para los otros deseo.
(Los narcos también juegan con ellas, hay pruebas.)
(Los narcos también juegan con ellas, hay pruebas.)
Todos queremos a las barbies.
Regalo perfecto.
Este año, otra vez, pediré un par al gordo de traje coca cola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario