El libro empieza con Gustave Flaubert, quien ofrece un planteamiento peculiarmente sui generis en su última novela —Bouvard et Pécuchet— en donde dos personajes, heridos por el dardo de la curiosidad seudo científica, deciden emprender la postrera misión de su vida.
En segunda instancia, la novela de Óscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, proporciona el espacio idóneo para hablar del tema fáustico, motivo que desarrolla también en el capítulo V al referirse a García Márquez y a su novela cumbre: Cien años de soledad.
También, en El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, los elementos fantásticos se dan cita para ofrecer a la mirada del lector un reino que, a diferencia del evangélico, sí es de este mundo, a la par que impresiona y subyuga mediante la apabullante manifestación de sus símbolos.
No podría faltar Borges con un cuento —“El espejo y la máscara”— en donde la palabra y la parábola se encuentran y funden con la finalidad de expresar el universo conflictivo que el narrador rescata de la noche de los tiempos.
A su vez, analizar el relato de Vila-Matas —“Chat Baker piensa en su arte”— consiste en ir tras la búsqueda de una verdadera estética del arte.
De la novela de Víctor del Árbol —La tristeza del samurái”— se ubican los hechos en el contexto de la saga familiar y nos lleva a entender —al menos en parte— el mundo de violencia y descrédito en donde habitan la inseguridad, el miedo y el atropello, como una constante que no sólo se ofrece en las páginas de esta novela negra, sino que también —por desgracia— está presente en nuestra vida cotidiana.
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