Son siete muy interesante relatos cuyo origen, en el fondo, se pierde en el tiempo, aunque forman parte de una tradición mestiza, unión de la cultura americana con la europea. A decir de sus narradores son historias reales —como toda leyenda—, que han sucedido como se cuentan, con individuos de carne y hueso, que protagonizaron hechos extraordinarios, fantásticos y misteriosos, que de su veracidad dejaron pruebas que hoy podemos ver con nuestros “propios” ojos. ¿O no son lo suficientemente visibles los tres volcanes que menciona Carlos Bravo en su leyenda y el nutritivo alimento —el amaranto— que surgió del romance obsesivo de sus personajes? Tal vez, si buscamos con profesionalismo y constancia encontremos una cueva oculta en los cerros de Santiago Tepalcatlalpan. ¿Habrá alguien que ponga en duda la existencia de la Laguna del Toro?
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