Y el noble pueblo nuevamente se volvió a rebelar contra los poderosos.
Pasaron otros cien años donde la sangre se había ya estancado
en un charco putrefacto que goteaba espeluznante en las necias oficinas
del partido en el poder.
Y las mujeres con cabellos humeantes de indignación por la cínica ceguera
de los gobernantes
Y nosotros los hombres doloridos por el pesado tiempo viendo como nuestros derechos
eran pisoteados cotidianamente
Y también los niños cuyas primeras palabras eran un sollozo balbuceante
de precoz vergüenza
Todos salíamos de nuestras casas sabiendo valerosos
que nunca como ahora debíamos hacer nuestras las calles
y protestar con todo lo que estuviera a nuestro alcance.
La dignidad, esa trinchera espesa ganada a duras penas
por la batalla diaria, nos daba fuerzas para no sentir temor
frente a nuestros enemigos
Esos que se empeñaban en perpetuar, a cualquier
costo, su ridículo sistema de injusticias.
Juan Carlos Castrillón
del libro Blues de amor y odio para cantar algún día.
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