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*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
FUENTE DE LUZ*
La palabra como arpón
dirigida al blanco,
la palabra como rayo
inventora del arco iris,
la palabra como látigo
para corregir evasiones,
la palabra como luz
para abrir las conciencias,
la palabra sin tintes
que confundan esquemas,
amanecida limpia
y entregada a los vientos,
la palabra que nos define,
que nos dice que somos
transformadores de metas.
Allá vamos en su búsqueda
con la locura del poeta
que quiere amanecer con luces
que se traguen las tinieblas.
dirigida al blanco,
la palabra como rayo
inventora del arco iris,
la palabra como látigo
para corregir evasiones,
la palabra como luz
para abrir las conciencias,
la palabra sin tintes
que confundan esquemas,
amanecida limpia
y entregada a los vientos,
la palabra que nos define,
que nos dice que somos
transformadores de metas.
Allá vamos en su búsqueda
con la locura del poeta
que quiere amanecer con luces
que se traguen las tinieblas.
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
SOBRE LA ALFOMBRA LOS PEDACITOS DE CIELO BRILLABAN...
Fiesta de disfraces*
Del vestido negro que abrazaba su cuerpo de mujer y lo realzaba, surgían unas enormes alas blancas..
Del vestido negro que abrazaba su cuerpo de mujer y lo realzaba, surgían unas enormes alas blancas..
El especial misterio del contraste apasionó a Superman. Volaron, cuando volvieron a la tierra ella se sacó las alas y él el traje con la sinuosa brillantez de la ese. Tuvieron miedo a la desilusión del otro y se alejaron
Sin embargo sobre la alfombra los pedacitos de cielo brillaban
Los huesos al sol*
El hombre va caminando por aquel terreno pedregoso interminable. Un desierto sin arena, lleno de piedras y matojos que se extiende hasta más allá de donde alcanza la vista. Consulta una especie de plano detenidamente y busca a su alrededor. Está seguro que se encuentra en el lugar correcto.
Se dirige con paso decidido a su derecha donde se alza un pequeño promontorio de rocas, en un lugar algo desplazado de donde indica el plano, y ve el esqueleto recostado entre unas rocas que tienen una extraña forma de sillón sin patas. Le observa con las piernas cruzadas un brazo en la frente y el otro en el regazo.
Sin perder un instante empieza a cavar una fosa ignorando el tremendo calor y concentrándose únicamente en su cometido. En cuanto la acaba traslada el esqueleto al agujero y lo cubre con la misma tierra que ha sacado, disimulando cuidadosamente el lugar y su trabajo. Seguidamente se va al promontorio y se tiende entre las rocas, sentado en aquella especie de sillón sin patas, y mentalmente repasa la postura: piernas cruzadas un brazo en la frente y el otro en el regazo. Cierra los ojos lentamente y se abandona.
Se dirige con paso decidido a su derecha donde se alza un pequeño promontorio de rocas, en un lugar algo desplazado de donde indica el plano, y ve el esqueleto recostado entre unas rocas que tienen una extraña forma de sillón sin patas. Le observa con las piernas cruzadas un brazo en la frente y el otro en el regazo.
Sin perder un instante empieza a cavar una fosa ignorando el tremendo calor y concentrándose únicamente en su cometido. En cuanto la acaba traslada el esqueleto al agujero y lo cubre con la misma tierra que ha sacado, disimulando cuidadosamente el lugar y su trabajo. Seguidamente se va al promontorio y se tiende entre las rocas, sentado en aquella especie de sillón sin patas, y mentalmente repasa la postura: piernas cruzadas un brazo en la frente y el otro en el regazo. Cierra los ojos lentamente y se abandona.
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
*
No quiero ser hoja seca
Reinos, corazón mío, visité oscuros
navegué sin proa su firmamento
soñolienta salió la vida al viento
vomitando parió frutos maduros.
Y yo seguí vencida en leños duros
así, sola, viví este pensamiento,
ardiente, fugaz, mío, pensar violento.
Lloré cansada, sí. Odios seguros.
Luché, nadé, alcé mi destino ansiado,
subí muchas montañas, bajé praderas,
soñando tu amor querido amado.
Volar, quedar, llegar, letras certeras
dejé camino ávido desamparado
grité ya sin razón noches enteras.
Reinos, corazón mío, visité oscuros
navegué sin proa su firmamento
soñolienta salió la vida al viento
vomitando parió frutos maduros.
Y yo seguí vencida en leños duros
así, sola, viví este pensamiento,
ardiente, fugaz, mío, pensar violento.
Lloré cansada, sí. Odios seguros.
Luché, nadé, alcé mi destino ansiado,
subí muchas montañas, bajé praderas,
soñando tu amor querido amado.
Volar, quedar, llegar, letras certeras
dejé camino ávido desamparado
grité ya sin razón noches enteras.
Nacido en Lobos, el 23 de octubre de 1915, Raúl Manuel Logarzo llegó a Tandil hacia mediados de la década del cuarenta. Especialista en calderas, había ingresado en el ferrocarril, durante el año 1936, en los galpones de Remedios de Escalada (kilómetro 1). Lugar donde, comprometido con los ideales libertarios, comenzaría su militancia sindical y política.
Con el correr de los años conoció a Ibis Perla Villar, la joven que, en palabras del historiador local Hugo Nario, “rompió los moldes políticos masculinos” en Tandil y sería su esposa y compañera de lucha.
En la plenitud de su militancia en el partido comunista padeció el secuestro, el encierro infame y los castigos corporales. Persecución que se inició en abril de 1955 en la localidad de Ayacucho, cuando “Logarzo fue introducido por la fuerza en un automóvil y llevado con rumbo desconocido...Muebles, ropas, cajones, colchones y libros diseminados por el piso daban la pauta de que allí se había efectuado...un hecho vandálico”, manifestaba el diario La Verdad de Ayacucho; en tanto que Ibis, próxima a dar a luz, se encontraba junto a sus familiares en Tandil. Luego de nueve meses desaparecido, se supo que había permanecido preso en la cárcel de La Plata, en cuyo transcurso, ella perdió a su niño en un parto complicado.
A partir de entonces, y hasta 1971, soportaría alrededor de veinte detenciones y largos períodos de prisión en Azul, Caseros, Devoto, Magdalena, Rosario y Trelew. Como trabajador del riel, estuvo nueve veces cesanteado en el ferrocarril y nueve veces reincorporado después de la tenaz pelea brindada por Ibis, con el apoyo de los gremios metalúrgico, de la leche y del delegado regional de la CGT, su amigo Hermenegildo Zanparutti.
Su militancia residía en la coherencia, el compromiso y la entrega profunda hacia el movimiento obrero. De modo que, cuando recibió -en diversas oportunidades- la propuesta para formar parte de la conducción del partido, prefirió continuar con su actividad en el Galpón de Máquinas de Tandil. Estaba habituado a eso, el trabajo con la gente, junto a sus compañeros. No concebía un acto de la vida sin el otro, sin el compañero, sin el camarada. Todos los días la cabeza y el cuerpo puesto en aquello, la causa.
Para muchos jóvenes fue un referente, a menudo frecuentaban su domicilio para formular preguntas, enfrentarse con un material y discutir acerca de los fundamentos del marxismo y de la clase obrera.
De convicciones firmes, la lectura fue uno de los valores más fuertes. Siempre había una ocasión para leer y escribir en sus cuadernos de apunte. Su jornada comenzaba muy temprano todas las mañanas y, mate de por medio, con Ibis, también muy lectora, desplegaba dos o tres diarios de diferentes tendencias; analizaban, cotejaban y subraya las noticias que consideraba pertinente, para posteriormente volcarlas en las reuniones de la Unión Ferroviaria y en el partido.
En varias circunstancias, parte de su biblioteca repleta de volúmenes de distintas editoriales y temáticas (de historia, política, sindicalismo, literatura y teatro) tuvo que ser restituida tras los violentos allanamientos sufridos. Pero el mismo día que el general Aramburu era fusilado por la agrupación montoneros, Logarzo fue nuevamente privado de su libertad y, al día siguiente, no quedó nada después de aquella irrupción de la
policía. Más de 600 libros, actas de la Unión Ferroviaria, diarios y revistas del gremio fueron destruidos.
En 1969, durante la dictadura de Onganía, permaneció detenido alrededor de un mes en la cárcel de Azul sin que trascendieran los motivos por los cuales fue aprehendido por la policía, a los veinte días de haber recuperado la libertad y retornado a sus tareas fue, otra vez, privado de su libertad juntamente con su compañero de ideas el médico Ricardo Weber. Procedimiento policial que se realizó a las 4,30 de la mañana en su domicilio sin una orden del juez federal de Azul. Como Ibis se la exigiera a los uniformados, “uno de los policías dijo que si no abría romperían la ventana para penetrar en el interior”, señalaba un diario local.
Y más adelante agregaba: “la misma señora de Weber indicó que mientras su esposo permanece detenido en una oficina con estufa, a Logarzo lo tienen recluido en un calabozo. Colegas de su esposo pudieron visitarlo, pero en cambio ella misma quiso hacerlo con Logarzo y se lo impidieron.”
Su actitud militante desplegada en la comisión ejecutiva y de reclamos de la Unión Ferroviaria y, fundamentalmente, en los debates llevados a cabo acerca del problema de los ferrocarriles durante la Gran Huelga de 1961, le había proporcionado a Logarzo un importante reconocimiento entre los trabajadores del riel.
No resulta casual, pues, que muchos dirigentes sindicales peronistas de los años 50 y 60, ponderaran a este obrero marxista como el gremialista más destacado de Tandil del siglo XX.
Pero después de sus encuentros con Agustín Tosco, su participación en el Movimiento Nacional Intersindical y las duras críticas efectuadas al partido comunista, fue expulsado del mismo en 1972, en una de las “purgas” ideológicas llevas a cabo por la conducción, casi simultáneamente cuando alcanzaba su jubilación.
Amante del teatro, el cine y la danza, algunos fines de semana se acercaba a la ciudad de Buenos Aires para contemplar el baile y la actuación de su hija Perla cuando realizaba sus estudios en el Teatro Colón.
Según testigos de la época, hasta el último día se lo vio en su bicicleta, la que fue su única propiedad y que le había proporcionado la empresasa ferroviaria. Marxista leninista, desilusionado y traicionado por el stalinismo, el hombre de la personalidad de hierro y defensor de los derechos de los obreros postergados, dejó de existir a los 72 años, el 24 de febrero de 1987, en el policlínico ferroviario de Tandil, el hospital regional que había contribuido a levantar en 1953.
En el imperio de los mercaderes de la política partidaria y sindical nos queda, de este gremialista de la vieja escuela, el mensaje de su cotidiano ejemplo y enseñanza de vida. El recuerdo y el reconocimiento, entonces, a la coherencia, la acción y la dignidad de este trabajador del riel.
-Tandil, marzo de 2012
La golondrina y el colibrí* *Por Juan Forn
Cuenta Petronio que en la Roma de Nerón había un esclavo que daba tan buenos consejos de negocios a su amo que éste decidió premiarlo con la libertad. El liberto, llamado Trimalción, siguió haciendo buenos negocios por las suyas y se enriqueció de tal manera que lo celebró con un banquete al cual invitó a
todos los amigos de su viejo amo ya muerto. La mitad no lo conocía, pero acudió igual. El banquete fue fastuoso, orgiástico, incluso para los parámetros de la Roma de Nerón. A lo largo de la noche los invitados fueron dando rienda suelta a su envidia hasta terminar destrozando todo y prendiéndole fuego la casa. Entre las ruinas se encontró el cuerpo exánime de Trimalción.
Saltemos ahora diecinueve siglos, hasta el año 1922. James Joyce acaba de publicar su Ulises, nadie habla de otro libro: para algunos resume veinte siglos de cultura occidental, para otros los dinamita. En la Riviera francesa, Francis Scott Fitzgerald tiene un ejemplar del Ulises sobre su escritorio, pero carece de tiempo o de paciencia para leerlo: él mismo está terminando una novela que aspira que sea, para América, lo que era el Ulises para Europa, su celebración y su derrumbe. La novela es, por supuesto, El gran Gatsby. Pero Fitzgerald le anuncia por carta a su editor que quiere llamarla Trimalción. La historia es conocida: Maxwell Perkins, el editor de Fitzgerald, famoso por su paciencia y delicadeza de santo (y por haberse leído todos los libros del mundo), fue convenciendo carta a carta al volátil Fitzgerald de cambiarle el título y de hacer, además, ciertos toques en la novela que, según la leyenda, la convirtieron en la obra maestra que es. El mito tiene su razón de ser: Fitzgerald era el
Cuenta Petronio que en la Roma de Nerón había un esclavo que daba tan buenos consejos de negocios a su amo que éste decidió premiarlo con la libertad. El liberto, llamado Trimalción, siguió haciendo buenos negocios por las suyas y se enriqueció de tal manera que lo celebró con un banquete al cual invitó a
todos los amigos de su viejo amo ya muerto. La mitad no lo conocía, pero acudió igual. El banquete fue fastuoso, orgiástico, incluso para los parámetros de la Roma de Nerón. A lo largo de la noche los invitados fueron dando rienda suelta a su envidia hasta terminar destrozando todo y prendiéndole fuego la casa. Entre las ruinas se encontró el cuerpo exánime de Trimalción.
Saltemos ahora diecinueve siglos, hasta el año 1922. James Joyce acaba de publicar su Ulises, nadie habla de otro libro: para algunos resume veinte siglos de cultura occidental, para otros los dinamita. En la Riviera francesa, Francis Scott Fitzgerald tiene un ejemplar del Ulises sobre su escritorio, pero carece de tiempo o de paciencia para leerlo: él mismo está terminando una novela que aspira que sea, para América, lo que era el Ulises para Europa, su celebración y su derrumbe. La novela es, por supuesto, El gran Gatsby. Pero Fitzgerald le anuncia por carta a su editor que quiere llamarla Trimalción. La historia es conocida: Maxwell Perkins, el editor de Fitzgerald, famoso por su paciencia y delicadeza de santo (y por haberse leído todos los libros del mundo), fue convenciendo carta a carta al volátil Fitzgerald de cambiarle el título y de hacer, además, ciertos toques en la novela que, según la leyenda, la convirtieron en la obra maestra que es. El mito tiene su razón de ser: Fitzgerald era el
anti-Joyce, era suicida autocompararse con él. Donde uno craneaba cada línea de su texto "para dejar
a los críticos discutiendo durante cien años", el otro escribía sin darse cuenta casi de la resonancia de lo que contaba. Fizgerald no pensaba, su gracia era la del colibrí: su propio vuelo (eso decía Hemingway: "No sabe adónde va, no sabe cómo vuela, no sabe cuándo es tiempo de migrar, pero nadie vuela como él"). El propio Fitzgerald lo reconocía: alguien tenía que pensar por él. Maxwell Perkins lo hizo y, gracias a él, el Gatsby es tal como lo conocemos.
Pero la fama del Gatsby, y el mito alrededor de él, fue creciendo tanto con los años que finalmente, en la edición Cambridge de las obras completas de Fitzgerald, se publicó el Trimalción, tal como era antes de que Scott lo convirtiese en el Gatsby. Juan Boido lleva años queriendo traducirlo, y tiene toda la razón, entre otros motivos porque todas las traducciones al castellano que hay del Gatsby son tan malas que estamos en una situación única para que el Trimalción nos parta la cabeza. Y que después aparezca una
buena traducción del Gatsby y que recién ahí el círculo se cierre. Déjenme explicarles por qué.
Jay Gatsby, como todos sabemos, irrumpe de la nada y conquista durante un verano a la sociedad neoyorquina de los Años de la Prohibición, con sus fastuosas fiestas en fastuosa mansión a orillas del Hudson. Todo lo hace para conquistar a una mujer casada que es el amor de su vida, Daisy Buchanan, pero eso nadie lo sabe, así como no se sabe nada de Gatsby, de dónde vino, cómo hizo su fortuna, qué hará a continuación. Cuando terminan esas fiestas, puede verse a Gatsby solo en su terraza, contemplando la luz verde que titila al otro lado de la bahía, en el amarradero de la mansión
donde vive Daisy con su marido. El único que ve esa escena es un joven sin dinero que alquila una cabaña pegada a los jardines de Gatsby y que es primo de Daisy. El es el que propicia el encuentro entre Daisy y Gatsby, el testigo de su pasión clandestina, el que nos cuenta la novela que, como todos saben, termina con el cadáver de Gatsby flotando boca abajo en su pileta y su mansión abandonada y cubierta de pintadas insultantes, mientras Daisy parte a Europa con su marido polista y millonario.
No sé a ustedes, pero lo que a mí me enganchó para siempre del Gatsby desde la primera vez que lo leí es ese tránsito de la curiosidad a la fascinación al asco por los ricos que experimenta y nos hace experimentar Nick Carraway, el primo de provincia de Daisy, el vecino pobre de Gatsby, el sapo de otro pozo entre los ricos y famosos de Nueva York, el tipo común y corriente por excelencia: el hombre invisible, el confidente perfecto, el custodio único, en el final del libro, de un secreto que a ninguno de los demás personajes le interesa ya: por qué murió Jay Gatsby. Los fanáticos del libro a lo largo
de los años, cuando están en confianza, confiesan que lo único que quizá le falte al Gatsby es un poco de Gatsby, pero siempre se ha dado por sentado que eso era un mérito del libro, que llevaba a releerlo una y otra vez. Doy fe: a pesar de la insistencia de Boido, tardé años en leer el Trimalción.
Prefería releer el Gatsby, confiar en Maxwell Perkins, ¿para qué leer una versión imperfecta de un libro perfecto? Cómo me equivocaba.
Dice la leyenda que Perkins creía que era un defecto que a lo largo del libro no se supiera nada del pasado de Gatsby salvo las habladurías sobre él ("¡Dicen que mató un hombre! ¡Dicen que se hizo rico vendiendo armas! ¡Dicen que fue espía alemán! ¡Dicen que hizo un acueducto desde Canadá para
contrabandear alcohol!") y que convenció a Fitzgerald de que fuera dosificando información a lo largo del relato. Dice la leyenda que Fitzgerald, de una sentada, fue agregando pinceladas de cinco o diez líneas a lo largo del relato y mandó el libro de vuelta, mágicamente terminado. No es cierto: lo que hizo Fitzgerald fue romper y diseminar a lo largo del libro un monólogo excepcional de Trimalción, en el que Gatsby le cuenta a Nick su pasado, en una noche insomne, cuando todavía ignora que ya ha perdido a Daisy y que en pocas horas más perderá también la vida. El efecto de ese monólogo es monumental: puesto todo junto, en ese momento culminante, es infinitamente más poderoso que desperdigado en dosis homeopáticas, y aligeradas de lirismo, a lo largo del libro. Parece que dijera el doble, y de hecho lo hace, porque lo dice en el momento en que más ávidos estamos por saber y más abiertos estamos a que nos noqueen: el efecto es tan asombroso que terminé comparando línea por línea mis ediciones de Gatsby y de Trimalción y me asombró el doble cuando descubrí que eran casi las mismas palabras, sólo que dispersas se diluían.
Todo libro esconde su secreto. Era cierta la añoranza de los fanáticos fitzgeraldianos: falta un poco de Gatsby en el Gatsby. Pero eso que falta está en el Trimalción. Fitzgerald necesitó toda la vida que alguien pensara por él, pero esa vez tenía razón: deforme, desequilibrada, su criatura era doblemente bella. Lástima que Maxwell Perkins prefiriera una golondrina a un colibrí. Lástima que Fitzgerald creyera más en él que en sí mismo.
a los críticos discutiendo durante cien años", el otro escribía sin darse cuenta casi de la resonancia de lo que contaba. Fizgerald no pensaba, su gracia era la del colibrí: su propio vuelo (eso decía Hemingway: "No sabe adónde va, no sabe cómo vuela, no sabe cuándo es tiempo de migrar, pero nadie vuela como él"). El propio Fitzgerald lo reconocía: alguien tenía que pensar por él. Maxwell Perkins lo hizo y, gracias a él, el Gatsby es tal como lo conocemos.
Pero la fama del Gatsby, y el mito alrededor de él, fue creciendo tanto con los años que finalmente, en la edición Cambridge de las obras completas de Fitzgerald, se publicó el Trimalción, tal como era antes de que Scott lo convirtiese en el Gatsby. Juan Boido lleva años queriendo traducirlo, y tiene toda la razón, entre otros motivos porque todas las traducciones al castellano que hay del Gatsby son tan malas que estamos en una situación única para que el Trimalción nos parta la cabeza. Y que después aparezca una
buena traducción del Gatsby y que recién ahí el círculo se cierre. Déjenme explicarles por qué.
Jay Gatsby, como todos sabemos, irrumpe de la nada y conquista durante un verano a la sociedad neoyorquina de los Años de la Prohibición, con sus fastuosas fiestas en fastuosa mansión a orillas del Hudson. Todo lo hace para conquistar a una mujer casada que es el amor de su vida, Daisy Buchanan, pero eso nadie lo sabe, así como no se sabe nada de Gatsby, de dónde vino, cómo hizo su fortuna, qué hará a continuación. Cuando terminan esas fiestas, puede verse a Gatsby solo en su terraza, contemplando la luz verde que titila al otro lado de la bahía, en el amarradero de la mansión
donde vive Daisy con su marido. El único que ve esa escena es un joven sin dinero que alquila una cabaña pegada a los jardines de Gatsby y que es primo de Daisy. El es el que propicia el encuentro entre Daisy y Gatsby, el testigo de su pasión clandestina, el que nos cuenta la novela que, como todos saben, termina con el cadáver de Gatsby flotando boca abajo en su pileta y su mansión abandonada y cubierta de pintadas insultantes, mientras Daisy parte a Europa con su marido polista y millonario.
No sé a ustedes, pero lo que a mí me enganchó para siempre del Gatsby desde la primera vez que lo leí es ese tránsito de la curiosidad a la fascinación al asco por los ricos que experimenta y nos hace experimentar Nick Carraway, el primo de provincia de Daisy, el vecino pobre de Gatsby, el sapo de otro pozo entre los ricos y famosos de Nueva York, el tipo común y corriente por excelencia: el hombre invisible, el confidente perfecto, el custodio único, en el final del libro, de un secreto que a ninguno de los demás personajes le interesa ya: por qué murió Jay Gatsby. Los fanáticos del libro a lo largo
de los años, cuando están en confianza, confiesan que lo único que quizá le falte al Gatsby es un poco de Gatsby, pero siempre se ha dado por sentado que eso era un mérito del libro, que llevaba a releerlo una y otra vez. Doy fe: a pesar de la insistencia de Boido, tardé años en leer el Trimalción.
Prefería releer el Gatsby, confiar en Maxwell Perkins, ¿para qué leer una versión imperfecta de un libro perfecto? Cómo me equivocaba.
Dice la leyenda que Perkins creía que era un defecto que a lo largo del libro no se supiera nada del pasado de Gatsby salvo las habladurías sobre él ("¡Dicen que mató un hombre! ¡Dicen que se hizo rico vendiendo armas! ¡Dicen que fue espía alemán! ¡Dicen que hizo un acueducto desde Canadá para
contrabandear alcohol!") y que convenció a Fitzgerald de que fuera dosificando información a lo largo del relato. Dice la leyenda que Fitzgerald, de una sentada, fue agregando pinceladas de cinco o diez líneas a lo largo del relato y mandó el libro de vuelta, mágicamente terminado. No es cierto: lo que hizo Fitzgerald fue romper y diseminar a lo largo del libro un monólogo excepcional de Trimalción, en el que Gatsby le cuenta a Nick su pasado, en una noche insomne, cuando todavía ignora que ya ha perdido a Daisy y que en pocas horas más perderá también la vida. El efecto de ese monólogo es monumental: puesto todo junto, en ese momento culminante, es infinitamente más poderoso que desperdigado en dosis homeopáticas, y aligeradas de lirismo, a lo largo del libro. Parece que dijera el doble, y de hecho lo hace, porque lo dice en el momento en que más ávidos estamos por saber y más abiertos estamos a que nos noqueen: el efecto es tan asombroso que terminé comparando línea por línea mis ediciones de Gatsby y de Trimalción y me asombró el doble cuando descubrí que eran casi las mismas palabras, sólo que dispersas se diluían.
Todo libro esconde su secreto. Era cierta la añoranza de los fanáticos fitzgeraldianos: falta un poco de Gatsby en el Gatsby. Pero eso que falta está en el Trimalción. Fitzgerald necesitó toda la vida que alguien pensara por él, pero esa vez tenía razón: deforme, desequilibrada, su criatura era doblemente bella. Lástima que Maxwell Perkins prefiriera una golondrina a un colibrí. Lástima que Fitzgerald creyera más en él que en sí mismo.
LIBROS*
1
Los enterramos en medio de la noche. Sin testigos.
La pala silenciosa.
Todo lo que puede ser de silenciosa una pala en manos de enterradores sin experiencia.
Sembradores, mejor.
Mas bien sembradores de esta semilla que no vino al mundo para ser enterrada. Mas bien, semilla hecha para el vuelo.
Entonces …¿como enterrar pájaros?.
Sí, como enterrar pájaros.
Sin ceremonia, apresurándose.
Debajo de las baldosas en la tierra recién descubierta.
Más abajo del trébol.
Ahí donde comienza el reino de las raíces.
Todo lo profundo que puede ser una fosa para enterrar los libros.
A ver si nos salvamos!
A ver si nos salvamos juntos!
2
¿Cómo se entierra un libro?Con el mismo amor de cuando lo abrimos por primera vez:
Tan llenos de palabras que necesitábamos para vivir.
Buscándonos en ellos, conociendo el mundo en sus páginas, encontrando en ellos el domicilio de nuestros afanes, alegrándonos de nombres e historias de hombres y mujeres que nos hablaron a los ojos con pasión compartida.
Compañeros libros!.
En medio de esa otra noche: la que oscurecía de sangre y odio el día.
La noche de los desaparecidos.
De los compañeros que tuvieron en sus manos estos libros.
De los obreros, de las compañeras, que aprendieron a leer en ellos su vida y la vida del mundo entre sus líneas.
De los jóvenes que estrenaron sus zapatillas en la marcha
con un libro en la mochila.
3
Cómo se entierran los libros:Con un breve repaso del alma que los sustentó.
De lo que nos dijeron.
Tal vez pudimos elegir: éste si, éste no.
Pero siempre fue injusto elegir entre lo amado y lo amado.
Y sin dejar de envolverlos con amor.
Como quien los prepara para un anaquel extraño, secreto y profundo:
la biblioterra, adonde van a parar por ser rebeldes como la vida joven, por denunciadores de los dolores, por iluminadores del pensamiento y la alegría, por anunciadores de un nuevo día:
Un día diferente que la noche castiga impiadosamente.
Envueltos en un retazo de plástico.
... ¡no vayan a humedecerse! ¡no vaya a desvairse la palabra!.
Los enterramos en medio de la noche.
Para mañana.
Para que al volver...
Para que un día...
De libros sembramos estas patrias.
Y desde abajo siguen floreciendo.
Empujan en silencio otras primaveras.
Como sus dueños.
Tantos de ellos que lloramos sin haber podido darles el último abrazo, mirarlos con ternura, antes de enterrarlos.
Que empujan en el poderoso silencio otras primaveras.
*De Horacio Bascuñán. luneslunes@argentina.com
36 años*
*Por Hugo Soriani
Golpe
El 24 de marzo de 1976, un grupo de presos políticos escucha que se abren las puertas del pabellón que los aloja. Hace un año y tres meses que están encerrados allí, desde diciembre de 1974.
Antes de llegar al penal fueron torturados durante semanas.
No tienen baño en sus celdas y deben cagar en una lata y mear en un frasco. No tienen recreos ni pueden hacer gimnasia. No pueden leer ni escribir. No pueden hablar con nadie. Son requisados y golpeados casi todos los días desde que llegaron al penal.
Comen sentados en el suelo, con las manos, la escasa y horrible comida que de vez en cuando les dan. Hace un año y tres meses que sólo pueden caminar tres pasos: uno, dos y tres, hasta que chocan contra la pared blanca del calabozo.
No reciben cartas, ni tampoco envían.
Son casi las once de la mañana del 24 de marzo de 1976 cuando escuchan que se abren las puertas del pabellón que los aloja. Desde el pasillo, la voz del joven oficial suena victoriosa.
“Las Fuerzas Armadas tomaron el poder, ahora sí que a ustedes se les acabó la joda.”
Antes de llegar al penal fueron torturados durante semanas.
No tienen baño en sus celdas y deben cagar en una lata y mear en un frasco. No tienen recreos ni pueden hacer gimnasia. No pueden leer ni escribir. No pueden hablar con nadie. Son requisados y golpeados casi todos los días desde que llegaron al penal.
Comen sentados en el suelo, con las manos, la escasa y horrible comida que de vez en cuando les dan. Hace un año y tres meses que sólo pueden caminar tres pasos: uno, dos y tres, hasta que chocan contra la pared blanca del calabozo.
No reciben cartas, ni tampoco envían.
Son casi las once de la mañana del 24 de marzo de 1976 cuando escuchan que se abren las puertas del pabellón que los aloja. Desde el pasillo, la voz del joven oficial suena victoriosa.
“Las Fuerzas Armadas tomaron el poder, ahora sí que a ustedes se les acabó la joda.”
Injusticia
Es mayo del ’76 y en el chupadero de Rosario ya casi no hay lugar para ningún secuestrado más. Pero a la una de la mañana la patota entra con una mujer que no supera los quince años. La chica grita aterrorizada que no sabe nada y que no entiende nada de lo que está pasando.
La golpean, la desnudan y comienzan a torturarla. La picana recorre su cuerpo delgado que se arquea hasta quebrarse. No hay nombre que les pueda dar ni dirección que conozca. Por mucho que le pregunten, ella no puede responder .
Entonces empiezan a violarla, la colocan boca abajo en la cama elástica y la violan una y otra vez, entre nuevas preguntas y carcajadas.
Son las tres de la mañana y otra patrulla, con otra mujer, entra en el chupadero.
“Nos equivocamos –dice un oficial–, la montonera que buscábamos es ésta, a la chica hay que llevarla de nuevo a su casa”, ordena.
Pero los guardias se resisten, es de madrugada, están cansados y además la prisionera está destrozada por las torturas. Mañana, dicen, mañana la llevamos.
Pero el jefe no quiere esperar: “Dije ahora, carajo, la llevan a su casa ahora mismo. Por que si hay algo que yo no soporto, son las injusticias”.
La golpean, la desnudan y comienzan a torturarla. La picana recorre su cuerpo delgado que se arquea hasta quebrarse. No hay nombre que les pueda dar ni dirección que conozca. Por mucho que le pregunten, ella no puede responder .
Entonces empiezan a violarla, la colocan boca abajo en la cama elástica y la violan una y otra vez, entre nuevas preguntas y carcajadas.
Son las tres de la mañana y otra patrulla, con otra mujer, entra en el chupadero.
“Nos equivocamos –dice un oficial–, la montonera que buscábamos es ésta, a la chica hay que llevarla de nuevo a su casa”, ordena.
Pero los guardias se resisten, es de madrugada, están cansados y además la prisionera está destrozada por las torturas. Mañana, dicen, mañana la llevamos.
Pero el jefe no quiere esperar: “Dije ahora, carajo, la llevan a su casa ahora mismo. Por que si hay algo que yo no soporto, son las injusticias”.
Moneda
El 12 de agosto de 1976, cuatro presos políticos son retirados de la cárcel de Córdoba por una patrulla militar al mando del teniente coronel Osvaldo César Quiroga.
Hugo Vaca Narvaja, Higinio Toranzo y los hermanos Gustavo y Eduardo De Breuil son sacados de sus celdas, esposados, vendados y tirados en el piso de un camión militar que emprende la marcha en mitad de la noche.
Son cuarenta minutos por caminos de tierra hasta que llegan al lugar elegido para fusilarlos.
Los bajan y disparan. Matan a Toranzo y a Vaca Narvaja. Ahora hay que elegir uno de estos dos: tiremos la moneda, propone el oficial. Y la tiran.
Al único sobreviviente, Eduardo De Breuil, le quitan la venda para que vea el cadáver de su hermano Gustavo y el de los otros dos compañeros fusilados.
“Te dejamos vivo para que vuelvas a la cárcel y cuentes lo que vamos a hacer con todos ustedes”, le dicen.
Hugo Vaca Narvaja, Higinio Toranzo y los hermanos Gustavo y Eduardo De Breuil son sacados de sus celdas, esposados, vendados y tirados en el piso de un camión militar que emprende la marcha en mitad de la noche.
Son cuarenta minutos por caminos de tierra hasta que llegan al lugar elegido para fusilarlos.
Los bajan y disparan. Matan a Toranzo y a Vaca Narvaja. Ahora hay que elegir uno de estos dos: tiremos la moneda, propone el oficial. Y la tiran.
Al único sobreviviente, Eduardo De Breuil, le quitan la venda para que vea el cadáver de su hermano Gustavo y el de los otros dos compañeros fusilados.
“Te dejamos vivo para que vuelvas a la cárcel y cuentes lo que vamos a hacer con todos ustedes”, le dicen.
Homilía
El padre Roselló es el capellán del penal de Rawson en agosto de 1978. Va y viene por los pabellones interrogando a los presos políticos como un guardiacárcel más.
Los presos, aun los creyentes, tratan de esquivarlo. Pero el cura es insistidor y decide celebrar misa para todos. Hay obligación de asistir. Judíos, cristianos, ateos, todos los presos tienen que escuchar su mensaje ecuménico.
“Queridos hermanos subversivos –empieza su homilía el sacerdote–, algunos de ustedes se quejan por el trato que reciben en esta cárcel, pero tienen que entender que están recibiendo el castigo que se merecen. Y esto es sólo el castigo impuesto por los hombres, aún les falta lo peor, amigos asesinos, aún les falta el que vendrá después, el terrible y justísimo castigo divino”, remata, esperanzador, el padre Roselló.
Los presos, aun los creyentes, tratan de esquivarlo. Pero el cura es insistidor y decide celebrar misa para todos. Hay obligación de asistir. Judíos, cristianos, ateos, todos los presos tienen que escuchar su mensaje ecuménico.
“Queridos hermanos subversivos –empieza su homilía el sacerdote–, algunos de ustedes se quejan por el trato que reciben en esta cárcel, pero tienen que entender que están recibiendo el castigo que se merecen. Y esto es sólo el castigo impuesto por los hombres, aún les falta lo peor, amigos asesinos, aún les falta el que vendrá después, el terrible y justísimo castigo divino”, remata, esperanzador, el padre Roselló.
Menú
Termina el año ’81 y Jorge Toledo se suicida en la cárcel de Caseros. Homicidio, dicen sus compañeros, que durante meses vieron cómo Jorge se iba apagando de a poco.
Los médicos y psiquiatras que debían atenderlo fueron los verdugos que indujeron su suicidio. Le daban los medicamentos y de golpe se los cortaban, los guardias se ensañaron con él, los jefes del penal jamás atendieron los reclamos y los avisos que sus compañeros hacían a diario.
Hasta que Toledo dijo basta y se ahorcó en su celda. Con una sábana se ahorcó.
Esa noche, el Servicio Penitenciario decidió que la cena debía ser especial y sirvieron carne al horno con papas, un manjar al que los presos no estaban acostumbrados pero que ninguno pudo comer.
Tampoco pudieron dormir, por los parlantes del pabellón pasaron, a todo volumen, la marcha fúnebre hasta la mañana siguiente.
Los médicos y psiquiatras que debían atenderlo fueron los verdugos que indujeron su suicidio. Le daban los medicamentos y de golpe se los cortaban, los guardias se ensañaron con él, los jefes del penal jamás atendieron los reclamos y los avisos que sus compañeros hacían a diario.
Hasta que Toledo dijo basta y se ahorcó en su celda. Con una sábana se ahorcó.
Esa noche, el Servicio Penitenciario decidió que la cena debía ser especial y sirvieron carne al horno con papas, un manjar al que los presos no estaban acostumbrados pero que ninguno pudo comer.
Tampoco pudieron dormir, por los parlantes del pabellón pasaron, a todo volumen, la marcha fúnebre hasta la mañana siguiente.
Gorra
Es enero de 1980, y luego de la visita de la CIDH se aflojan las condiciones de detención en la cárcel de Rawson. Los presos políticos juegan su primer partido de fútbol en años.
El viejo Cambiasso, que ya no está para esos trotes, es el cronómetro que marcará los tiempos del partido. Mientras sus compañeros juegan, Cambiasso camina. El partido será lo que tarde el Viejo en dar 22 vueltas completas al patio de la cárcel. Ni un paso más.
Lo que no saben los presos es que los guardianes que los vigilan comienzan a hacer apuestas. Se juegan el sueldo entero a manos de uno u otro equipo. Y también el aguinaldo.
Van 20 vueltas de Cambiasso, que las anuncia a viva voz cuando las va completando. El partido va uno a uno y los agentes siguen jugando el dinero que no tienen.
Veintiuna vueltas.
El Negro Ponce de León levanta la cabeza y pone el pase exacto para que Julio Mogordoy saque un derechazo furibundo que se clava en el segundo palo y que le vuela también, limpita, la gorra a un guardiacárcel.
El Viejo Cambiasso grita su vuelta 22 pero el partido se terminaba igual. El clima se pone tenso y Mogordoy sabe que ese golazo le va a costar un castigo. El Servicio Penitenciario no le perdonará la humillación de uno de los suyos corriendo su gorra ante la carcajada de 18 subversivos.
Lo retiran de la fila, lo esposan y se lo llevan. Al rato, instalado en su calabozo, oye que le abren la celda y piensa que se viene una golpiza. Pero no.
Está perdonado, le dice el jefe de Guardia, usted no se imagina la plata que yo gané con ese derechazo. Y lo devuelve a su celda.
El viejo Cambiasso, que ya no está para esos trotes, es el cronómetro que marcará los tiempos del partido. Mientras sus compañeros juegan, Cambiasso camina. El partido será lo que tarde el Viejo en dar 22 vueltas completas al patio de la cárcel. Ni un paso más.
Lo que no saben los presos es que los guardianes que los vigilan comienzan a hacer apuestas. Se juegan el sueldo entero a manos de uno u otro equipo. Y también el aguinaldo.
Van 20 vueltas de Cambiasso, que las anuncia a viva voz cuando las va completando. El partido va uno a uno y los agentes siguen jugando el dinero que no tienen.
Veintiuna vueltas.
El Negro Ponce de León levanta la cabeza y pone el pase exacto para que Julio Mogordoy saque un derechazo furibundo que se clava en el segundo palo y que le vuela también, limpita, la gorra a un guardiacárcel.
El Viejo Cambiasso grita su vuelta 22 pero el partido se terminaba igual. El clima se pone tenso y Mogordoy sabe que ese golazo le va a costar un castigo. El Servicio Penitenciario no le perdonará la humillación de uno de los suyos corriendo su gorra ante la carcajada de 18 subversivos.
Lo retiran de la fila, lo esposan y se lo llevan. Al rato, instalado en su calabozo, oye que le abren la celda y piensa que se viene una golpiza. Pero no.
Está perdonado, le dice el jefe de Guardia, usted no se imagina la plata que yo gané con ese derechazo. Y lo devuelve a su celda.
Traslado
En setiembre del ’77, un grupo de presos políticos es trasladado desde la cárcel de Villa Devoto a la Unidad 9 de La Plata.
Son encapuchados, esposados en pareja y ferozmente golpeados desde que salen hasta que llegan. Pero algunos cobran más que otros.
A Héctor Vilche, “Flecha”, que tiene sólo 18 años, le toca Juan Martín Guevara, el hermano del Che, como compañero de infortunio.
Ante cada retén los presos deben detenerse y decir su apellido. Guevara, responde Juan Martín cada vez que le preguntan. “¡Guevara, Guevara, el hermano del Che!”, se excitan los guardianes y redoblan la golpiza. Flecha, esposado junto a él, también recibe la doble lluvia de garrotazos.
Pasan uno, dos, tres retenes, y en el cuarto Flecha, ya negro por los golpes, tiene una idea. Se acerca al oído de Juan Martín y le dice, bajito le dice: “Hermano, nos faltan todavía como cinco retenes, de aquí en más, por favor, deciles que te llamás González”.
Son encapuchados, esposados en pareja y ferozmente golpeados desde que salen hasta que llegan. Pero algunos cobran más que otros.
A Héctor Vilche, “Flecha”, que tiene sólo 18 años, le toca Juan Martín Guevara, el hermano del Che, como compañero de infortunio.
Ante cada retén los presos deben detenerse y decir su apellido. Guevara, responde Juan Martín cada vez que le preguntan. “¡Guevara, Guevara, el hermano del Che!”, se excitan los guardianes y redoblan la golpiza. Flecha, esposado junto a él, también recibe la doble lluvia de garrotazos.
Pasan uno, dos, tres retenes, y en el cuarto Flecha, ya negro por los golpes, tiene una idea. Se acerca al oído de Juan Martín y le dice, bajito le dice: “Hermano, nos faltan todavía como cinco retenes, de aquí en más, por favor, deciles que te llamás González”.
“UNTIL THE END OF THE WORLD”*
“El sistema Solar es ancho y antiguo
y yo no soy tan joven ni tan angosto
yo ya no soy tan joven ni tan angosto”
Trabajando en mi novela comencé a
[relatarles
que a mi novia le urgía extraviarse
en mi novela
esa adicción
o sueño de ella que no prescribía
“El Sistema Solar con sus cruentas parcelas
y yo solo y entero
yo ya solo y entero”
Fácil ella lo hacía
cuando se apartaba de mí
en mi novela
Las otras historias
todas las historias
van a dar al morir:
dulces sueños.
y yo no soy tan joven ni tan angosto
yo ya no soy tan joven ni tan angosto”
Trabajando en mi novela comencé a
[relatarles
que a mi novia le urgía extraviarse
en mi novela
esa adicción
o sueño de ella que no prescribía
“El Sistema Solar con sus cruentas parcelas
y yo solo y entero
yo ya solo y entero”
Fácil ella lo hacía
cuando se apartaba de mí
en mi novela
Las otras historias
todas las historias
van a dar al morir:
dulces sueños.
-“UNTIL THE END OF THE WORLD” (“HASTA EL FIN DEL MUNDO”) de Wim Wenders.
*
Inventren Próxima estación: INGENIERO DE MADRID
(CON COMBINACIÓN EN EL FERROCARRIL PROVINCIAL CON DESTINO LA PLATA O MIRAPAMPA)
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