*Ilustración:
Ray Respall Rojas,
La Habana.
Cuba.
PESADILLA*
A veces, aunque no a menudo, tenía pesadillas y resultaban más dolorosas que las de otros chicos.
Peter Pan
J. M. Barrie
A veces, aunque no a menudo, tenía pesadillas y resultaban más dolorosas que las de otros chicos.
Peter Pan
J. M. Barrie
Abrió los ojos en la más completa oscuridad. Sus dedos recorrieron
lentamente la superficie: estaba encerrado en un sarcófago de madera forrado en
satén.
Aún asaltaban su memoria los colores de la mañana, el suave calor del sol acariciando su piel a través de los cristales de la ventana, el jolgorio de los niños jugando en la playa, su chalet con esa increíble vista al mar, su yate, su perro esperando el paseo matutino…
Por suerte todo había sido una pesadilla. Feliz de haber despertado, celebró la llegada de la noche, levantó la pesada tapa, pasó la lengua por sus colmillos y saboreó el placer de ser eterno.
*De Marié Rojas.
Aún asaltaban su memoria los colores de la mañana, el suave calor del sol acariciando su piel a través de los cristales de la ventana, el jolgorio de los niños jugando en la playa, su chalet con esa increíble vista al mar, su yate, su perro esperando el paseo matutino…
Por suerte todo había sido una pesadilla. Feliz de haber despertado, celebró la llegada de la noche, levantó la pesada tapa, pasó la lengua por sus colmillos y saboreó el placer de ser eterno.
*De Marié Rojas.
La Habana.
Cuba.
EL MUNDO NUEVO QUE HABITA EN NUESTROS
CORAZONES...
APUNTES DE HOY POR LA
TARDE*
Esta tarde fue tan bella, tan de la estación intermedia, que es decir esa estación en que el tiempo se decide a no tomar decisiones, se deja flotar en una calidez fresca, en ese difuminarse entre las violencias del invierno y el verano. Me preguntaba yo si habría que temer a los abrigos o si las blusas etéreas deberían ser lavadas de encierro y olores a ropa en espera. ¿Es esto el otoño, es la primavera la que anuncia dulzuras y fruta madura?
Los aromas y las flores niegan las hojas crujiendo en las veredas, el cielo glorioso se deshace en iluminación barroca, y las iglesias de pico agudo fingen piedra amarilla contra el rosado y el profundo azul que estruja el alma. Mientras, seguimos caminando ajenos a la maravilla.
Caminamos como si diésemos todo por supuesto. Como si el tiempo fuese eternidad, como si la vida hubiese hecho una promesa inquebrantable a nuestros corazones.
Pobres seres fugaces, carne y sangre y huesos. Perros y palomas y gorriones codiciosos, y gente ocupada en cosas pequeñas. Dentro de las cabezas las telarañas, la cuenta de la luz, el llamado o el dolor o el amor o el hambre, todo tan efímero en definitiva, mientras el mundo incognoscible nos rodea sin ser visto.
Tan hermosa la tarde, tan inmensa. Rodeados estamos de magnificencia que no nos pertenece, sobre la que nada tenemos que argumentar y que nos es incontrolable. No hace falta un mar. Basta el cielo sobre las cabezas para que el infinito nos revele los ciclos y la muerte sin amenaza, acaso como parte del paisaje.
Todos nosotros, los que aquí hemos caminado en esta tarde, desapareceremos. Pero hoy estuvimos en el mundo por un momento, y el mundo fue hermoso y digno. Basta verlo.
Las palomitas seguirán buscando la rama delgada que se caerá del nido tan mal hecho, el perro se lamerá la pata morosamente, sintiendo en la lengua el familiar sabor de su pelaje, yo no notaré el reloj en la muñeca, todos tan íntimamente convencidos de ser quienes somos. Tan familiarizados con lo propio que es sorprendentemente diverso e intransferible.
A nuestro alrededor, el cielo común a todos. La vida mientras dure, esta particular mano en que la baraja se desgrana. Y yo soy yo, y se que ser yo no significa más que un albur, un instante del todo o de la nada, quién lo sabe.
Mientras tanto, la luz se ha retirado hasta mañana.
Esta tarde fue tan bella, tan de la estación intermedia, que es decir esa estación en que el tiempo se decide a no tomar decisiones, se deja flotar en una calidez fresca, en ese difuminarse entre las violencias del invierno y el verano. Me preguntaba yo si habría que temer a los abrigos o si las blusas etéreas deberían ser lavadas de encierro y olores a ropa en espera. ¿Es esto el otoño, es la primavera la que anuncia dulzuras y fruta madura?
Los aromas y las flores niegan las hojas crujiendo en las veredas, el cielo glorioso se deshace en iluminación barroca, y las iglesias de pico agudo fingen piedra amarilla contra el rosado y el profundo azul que estruja el alma. Mientras, seguimos caminando ajenos a la maravilla.
Caminamos como si diésemos todo por supuesto. Como si el tiempo fuese eternidad, como si la vida hubiese hecho una promesa inquebrantable a nuestros corazones.
Pobres seres fugaces, carne y sangre y huesos. Perros y palomas y gorriones codiciosos, y gente ocupada en cosas pequeñas. Dentro de las cabezas las telarañas, la cuenta de la luz, el llamado o el dolor o el amor o el hambre, todo tan efímero en definitiva, mientras el mundo incognoscible nos rodea sin ser visto.
Tan hermosa la tarde, tan inmensa. Rodeados estamos de magnificencia que no nos pertenece, sobre la que nada tenemos que argumentar y que nos es incontrolable. No hace falta un mar. Basta el cielo sobre las cabezas para que el infinito nos revele los ciclos y la muerte sin amenaza, acaso como parte del paisaje.
Todos nosotros, los que aquí hemos caminado en esta tarde, desapareceremos. Pero hoy estuvimos en el mundo por un momento, y el mundo fue hermoso y digno. Basta verlo.
Las palomitas seguirán buscando la rama delgada que se caerá del nido tan mal hecho, el perro se lamerá la pata morosamente, sintiendo en la lengua el familiar sabor de su pelaje, yo no notaré el reloj en la muñeca, todos tan íntimamente convencidos de ser quienes somos. Tan familiarizados con lo propio que es sorprendentemente diverso e intransferible.
A nuestro alrededor, el cielo común a todos. La vida mientras dure, esta particular mano en que la baraja se desgrana. Y yo soy yo, y se que ser yo no significa más que un albur, un instante del todo o de la nada, quién lo sabe.
Mientras tanto, la luz se ha retirado hasta mañana.
*De Mónica Russomanno russomannomonica@hotmail.com
LA
NIÑA Y LA
FLOR*
La niña, con una melena rojiza llena de rizos
que contrastaba con el verde del campo, paseaba con su fiel Sultán. Mientras el
perro olisqueaba todos los matorrales, la niña descubrió una amapola temprana
que asomaba por encima del trigo verde.
Su primer impulso fue cortarla pero lo pensó mejor y se sentó a su lado. Acercó su naricita para olerla. La flor, aunque un poco asustada por la presencia de la niña, no se apartó. Tampoco hizo nada cuando la niña acarició sus pétalos.
Con una sonrisa, la niña le sopló hacia un lado haciendo que la amapola se meciera al impulso del aire. La flor estaba encantada con el juego de la niña. Con delicadeza la niña le pasó por los pétalos los deditos, acariciándola, mimándola. La flor pensó: "Me encanta conocer otras flores"
Su primer impulso fue cortarla pero lo pensó mejor y se sentó a su lado. Acercó su naricita para olerla. La flor, aunque un poco asustada por la presencia de la niña, no se apartó. Tampoco hizo nada cuando la niña acarició sus pétalos.
Con una sonrisa, la niña le sopló hacia un lado haciendo que la amapola se meciera al impulso del aire. La flor estaba encantada con el juego de la niña. Con delicadeza la niña le pasó por los pétalos los deditos, acariciándola, mimándola. La flor pensó: "Me encanta conocer otras flores"
*De Joan MATEU. joan@cimat.es
Barcelona - ESPAÑA
Barcelona - ESPAÑA
Para los
haraganes*
La ventaja de que te venga un mal de afuera es que te alivia el trabajo de sabotearte
La ventaja de que te venga un mal de afuera es que te alivia el trabajo de sabotearte
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
El loco de la
melinita*
*Por Juan Forn
*Por Juan Forn
Es leyenda que Gustave Eiffel creyó que su Torre no sólo lo
haría rico sino también inmortal. Le gustaba mucho más esa idea que la Torre en
sí. De hecho, ni siquiera la diseñó él sino un par de empleados de su estudio.
Tampoco fue una idea francesa: Eiffel se la robó a unos norteamericanos de Filadelfia que querían poblar las ciudades del Nuevo Mundo con torres-faro, que celebraran la era de la industria. La excusa perfecta fue el centenario de la Revolución de 1789 y la Exposición Universal que se organizaría
durante los festejos. Eiffel se las arregló para convencer al ministro de Industria de redactar un pliego de licitación que parecía describir su propio proyecto. Se presentaron 107; ganó, por supuesto, el monstruo de hierro. Eiffel había incluido en su pliego hasta la manera de financiar los costos de mantenimiento, una vez construida: según él, la Torre recibiría no menos de dos millones de visitas al año, que pagarían religiosa entrada.
Aunque el monumento estuvo terminado a tiempo y sin accidentes fatales durante su construcción (sólo un obrero murió, pero era un domingo y cayó al vacío no trabajando sino floreándose para su novia), fastidió a los parisinos desde el principio: un manifiesto firmado por 300 artistas (de Verlaine y León Bloy a Maupassant y Dumas hijo) protestaron contra "ese farol callejero aquejado de gigantismo". Sólo uno de cada quince visitantes a la Exposición Universal de 1889 pagó por subir a la Torre, que aún no
tenía ascensores (atraía mucho más la Galería de las Máquinas, el milagro de la electricidad). Así siguieron las cosas hasta que empezó a acercarse el fin de la concesión que el municipio de París había dado a Eiffel: hacia 1909, en lugar de los dos millones previstos, apenas visitaban la Torre 150
mil personas al año (y eso aunque Eiffel bajó a la mitad el precio de la entrada y puso ascensores). Entonces apareció en escena el capitán Ferrié, pionero de la radiodifusión francesa. Ferrié odiaba las palomas mensajeras que usaba el ejército y propuso instalar a todo lo largo de la Torre una antena que cambiaría por completo las comunicaciones en Francia. Así se salvó la Torre. O, como dice Roland Barthes, así se volvió irreemplazable, además de inútil. Yo veo ahí toda una definición de lo francés, pero yo soy bastante francófobo, así que me limito a dejarles la inquietud y paso a lo que me interesa, que ocurre en junio de 1940.
Los nazis avanzan hacia París, la gente huye con lo puesto, la ciudad es un caos. Un subteniente del cuerpo de ingenieros es convocado de apuro por sus superiores. Se llama Guy Bohn, era abogado en la vida civil, una pulmonía lo salvó de marchar al frente. Tiene hecho un curso de explosivos y por eso se
le adjudica la misión de dinamitar la Torre Eiffel, para que la antena no caiga en manos nazis. París es ciudad abierta, es decir protegida de los bombardeos, pero eso prohíbe también toda acción de sabotaje dentro de sus límites: es imposible atacar París, pero también es imposible defenderla.
Bohn no es tonto y pide la orden por escrito. Los jefazos le contestan que el tiempo apremia y que no se haga el leguleyo. Bohn dice que nada lo obliga a obedecer una orden que viole la ley, y que además necesitaría un grupo de quince zapadores y los planos de la Torre. Le ofrecen sólo dos hombres, dos
valijas llenas de melinita, ningún plano y lo despachan sin más a cumplir la misión.
No es casualidad que Bohn hubiera descollado en aquel curso de explosivos.
Los abogados son expertos en dinamitar los cimientos de la ley con la excusa de buscar sus grietas y fisuras. Bohn sólo necesitaba tiempo para cranear cómo derrumbar la Torre. Mientras tanto, dejó a sus hombres allí con instrucciones precisas y, cargando las dos valijas de melinita, se tomó el metro hasta Issy-les-Moulineaux, donde estaban las antenas repetidoras de las emisiones originadas en la Torre, que eran mucho más fáciles de volar.
Repito: fue en subte, con la melinita en dos valijas. Cuando llegó a las instalaciones militares no quedaba casi nadie ya. Bohn sólo tenía un manual de voladuras de estructuras de acero de 1890. El mismo instaló las cargas debajo de ambas antenas y esperó hasta las cinco de la madrugada, hora en que los diecisiete radiotelegrafistas de la Torre comunicaron a todas las estaciones francesas de ultramar que París había caído y que se interrumpía el servicio. Mientras los hombres de Bohn en la Torre cumplían las órdenes
de su jefe y rompían a martillazos los aparatos de radio y cortaban con tenazas los cables, Bohn buscó reparo en una arboleda, encendió la mecha con un cigarrillo y contempló cómo desaparecían en la explosión aquellas enormes antenas gemelas de setenta metros de altura. Sólo quedó un cráter de
escombros y fierros retorcidos.
Bohn requisó un camión y partió hacia los Campos de Marte con la carga de explosivos que le había sobrado. Tenía un plan en la cabeza, un plan enloquecido pero plausible. La melinita que tenía quizá no alcanzara para derrumbar aquella Torre de siete mil toneladas de hierro, pero la adrenalina que bombeaba su corazón era más que suficiente para hacer lo que se proponía hacer: usar los explosivos que le quedaban en una de las cuatro plataformas de cemento que sostenían la Torre (cada una del tamaño de un departamentito de 30 metros cuadrados) y lograr que la Torre no cayera... pero quedara
torcida. Una genialidad. Es cierto que la Torre como símbolo de lo francés es algo que recién sobreviene con el fin de la guerra ("Los franceses nos mantuvimos tan incólumes a la desgracia como nuestra Torre", ja). Es cierto que para los nazis no hubiera sido tan escandaloso como podemos imaginarnos ahora verla torcida al entrar triunfantes en París. Pero hubiera sido igual una gran manera de recibirlos, en lugar de esa patética huida en masa tan bien retratada por Irene Nemirovsky en su Suite Francesa.
Yo tiendo a pensar que a Bohn no lo movía tanto el patriotismo, a esas horas, como el frenesí dinamitador. Ya había entendido que, como soldado francés, iba a ver poca o nula acción. Quizás era la última vez en su vida que tenía explosivos a mano y la posibilidad de usarlos, y caos suficiente a su alrededor para salirse con la suya. Ha de haber sido un gran momento.
Nunca entenderé por qué se apichonó, por qué dilapidó esa oportunidad única.
En La caída de París, el papanatas de Herbert Lottman dice que primó la sensatez en su mente y recapacitó. ¿Qué sensatez? ¿La misma de Clemenceau, de Chamberlain, de Pétain? El tipo pudo ser el loco de la melinita y prefirió ser un cagatintas. Devolvió el camión, se desentendió de los explosivos, pasó el resto de la guerra detrás de un escritorio. Años después, pidió permiso a las autoridades militares de Issy-les-Moulineaux para ver otra vez el inmenso cráter de escombros que había dejado. Le dijeron que no sabían de qué cráter estaba hablando. Así ha pasado a la historia el subteniente Guy Bohn, pobre diablo, y esa es la razón por la cual la Torre Eiffel se salvó de quedar torcida como debía.
Tampoco fue una idea francesa: Eiffel se la robó a unos norteamericanos de Filadelfia que querían poblar las ciudades del Nuevo Mundo con torres-faro, que celebraran la era de la industria. La excusa perfecta fue el centenario de la Revolución de 1789 y la Exposición Universal que se organizaría
durante los festejos. Eiffel se las arregló para convencer al ministro de Industria de redactar un pliego de licitación que parecía describir su propio proyecto. Se presentaron 107; ganó, por supuesto, el monstruo de hierro. Eiffel había incluido en su pliego hasta la manera de financiar los costos de mantenimiento, una vez construida: según él, la Torre recibiría no menos de dos millones de visitas al año, que pagarían religiosa entrada.
Aunque el monumento estuvo terminado a tiempo y sin accidentes fatales durante su construcción (sólo un obrero murió, pero era un domingo y cayó al vacío no trabajando sino floreándose para su novia), fastidió a los parisinos desde el principio: un manifiesto firmado por 300 artistas (de Verlaine y León Bloy a Maupassant y Dumas hijo) protestaron contra "ese farol callejero aquejado de gigantismo". Sólo uno de cada quince visitantes a la Exposición Universal de 1889 pagó por subir a la Torre, que aún no
tenía ascensores (atraía mucho más la Galería de las Máquinas, el milagro de la electricidad). Así siguieron las cosas hasta que empezó a acercarse el fin de la concesión que el municipio de París había dado a Eiffel: hacia 1909, en lugar de los dos millones previstos, apenas visitaban la Torre 150
mil personas al año (y eso aunque Eiffel bajó a la mitad el precio de la entrada y puso ascensores). Entonces apareció en escena el capitán Ferrié, pionero de la radiodifusión francesa. Ferrié odiaba las palomas mensajeras que usaba el ejército y propuso instalar a todo lo largo de la Torre una antena que cambiaría por completo las comunicaciones en Francia. Así se salvó la Torre. O, como dice Roland Barthes, así se volvió irreemplazable, además de inútil. Yo veo ahí toda una definición de lo francés, pero yo soy bastante francófobo, así que me limito a dejarles la inquietud y paso a lo que me interesa, que ocurre en junio de 1940.
Los nazis avanzan hacia París, la gente huye con lo puesto, la ciudad es un caos. Un subteniente del cuerpo de ingenieros es convocado de apuro por sus superiores. Se llama Guy Bohn, era abogado en la vida civil, una pulmonía lo salvó de marchar al frente. Tiene hecho un curso de explosivos y por eso se
le adjudica la misión de dinamitar la Torre Eiffel, para que la antena no caiga en manos nazis. París es ciudad abierta, es decir protegida de los bombardeos, pero eso prohíbe también toda acción de sabotaje dentro de sus límites: es imposible atacar París, pero también es imposible defenderla.
Bohn no es tonto y pide la orden por escrito. Los jefazos le contestan que el tiempo apremia y que no se haga el leguleyo. Bohn dice que nada lo obliga a obedecer una orden que viole la ley, y que además necesitaría un grupo de quince zapadores y los planos de la Torre. Le ofrecen sólo dos hombres, dos
valijas llenas de melinita, ningún plano y lo despachan sin más a cumplir la misión.
No es casualidad que Bohn hubiera descollado en aquel curso de explosivos.
Los abogados son expertos en dinamitar los cimientos de la ley con la excusa de buscar sus grietas y fisuras. Bohn sólo necesitaba tiempo para cranear cómo derrumbar la Torre. Mientras tanto, dejó a sus hombres allí con instrucciones precisas y, cargando las dos valijas de melinita, se tomó el metro hasta Issy-les-Moulineaux, donde estaban las antenas repetidoras de las emisiones originadas en la Torre, que eran mucho más fáciles de volar.
Repito: fue en subte, con la melinita en dos valijas. Cuando llegó a las instalaciones militares no quedaba casi nadie ya. Bohn sólo tenía un manual de voladuras de estructuras de acero de 1890. El mismo instaló las cargas debajo de ambas antenas y esperó hasta las cinco de la madrugada, hora en que los diecisiete radiotelegrafistas de la Torre comunicaron a todas las estaciones francesas de ultramar que París había caído y que se interrumpía el servicio. Mientras los hombres de Bohn en la Torre cumplían las órdenes
de su jefe y rompían a martillazos los aparatos de radio y cortaban con tenazas los cables, Bohn buscó reparo en una arboleda, encendió la mecha con un cigarrillo y contempló cómo desaparecían en la explosión aquellas enormes antenas gemelas de setenta metros de altura. Sólo quedó un cráter de
escombros y fierros retorcidos.
Bohn requisó un camión y partió hacia los Campos de Marte con la carga de explosivos que le había sobrado. Tenía un plan en la cabeza, un plan enloquecido pero plausible. La melinita que tenía quizá no alcanzara para derrumbar aquella Torre de siete mil toneladas de hierro, pero la adrenalina que bombeaba su corazón era más que suficiente para hacer lo que se proponía hacer: usar los explosivos que le quedaban en una de las cuatro plataformas de cemento que sostenían la Torre (cada una del tamaño de un departamentito de 30 metros cuadrados) y lograr que la Torre no cayera... pero quedara
torcida. Una genialidad. Es cierto que la Torre como símbolo de lo francés es algo que recién sobreviene con el fin de la guerra ("Los franceses nos mantuvimos tan incólumes a la desgracia como nuestra Torre", ja). Es cierto que para los nazis no hubiera sido tan escandaloso como podemos imaginarnos ahora verla torcida al entrar triunfantes en París. Pero hubiera sido igual una gran manera de recibirlos, en lugar de esa patética huida en masa tan bien retratada por Irene Nemirovsky en su Suite Francesa.
Yo tiendo a pensar que a Bohn no lo movía tanto el patriotismo, a esas horas, como el frenesí dinamitador. Ya había entendido que, como soldado francés, iba a ver poca o nula acción. Quizás era la última vez en su vida que tenía explosivos a mano y la posibilidad de usarlos, y caos suficiente a su alrededor para salirse con la suya. Ha de haber sido un gran momento.
Nunca entenderé por qué se apichonó, por qué dilapidó esa oportunidad única.
En La caída de París, el papanatas de Herbert Lottman dice que primó la sensatez en su mente y recapacitó. ¿Qué sensatez? ¿La misma de Clemenceau, de Chamberlain, de Pétain? El tipo pudo ser el loco de la melinita y prefirió ser un cagatintas. Devolvió el camión, se desentendió de los explosivos, pasó el resto de la guerra detrás de un escritorio. Años después, pidió permiso a las autoridades militares de Issy-les-Moulineaux para ver otra vez el inmenso cráter de escombros que había dejado. Le dijeron que no sabían de qué cráter estaba hablando. Así ha pasado a la historia el subteniente Guy Bohn, pobre diablo, y esa es la razón por la cual la Torre Eiffel se salvó de quedar torcida como debía.
EL
CIERVO*
Está en mi fronda silenciosa y viva
que guarda su secreto.
Asoma a mis ojos su mirada mansa.
Cálido el aliento husmea mis sombras
y yo lo protejo.
Vaga por mis venas; su bosque dilecto
y yo lo alimento.
Animal y sueño. Poema sin rimas
cantado muy quedo…
No a cualquiera puedo
decirle que éste, mi cuerpo
es un bosque nuevo
y escondido tengo
por misterio, un ciervo
que roba mis recuerdos,
los transforma, y luego
me los restituye en forma de versos.
Está en mi fronda silenciosa y viva
que guarda su secreto.
Asoma a mis ojos su mirada mansa.
Cálido el aliento husmea mis sombras
y yo lo protejo.
Vaga por mis venas; su bosque dilecto
y yo lo alimento.
Animal y sueño. Poema sin rimas
cantado muy quedo…
No a cualquiera puedo
decirle que éste, mi cuerpo
es un bosque nuevo
y escondido tengo
por misterio, un ciervo
que roba mis recuerdos,
los transforma, y luego
me los restituye en forma de versos.
*De Miryam Seia.
miryamseia@cablenet.com.ar
Incipit*
El hecho de que una sola cosa o persona merezca nuestro amor es una forma de barbarie,
pues excluye a todos los demás.Nietzsche
¿Acaso no es la escritura una actividad
inútil, un juego con su fin en si mismo -autotelos- que no se subordina
a ningún proyecto, que permite desnudarse y pone en juego la integridad del ser,
admitiendo incertidumbres, hasta el extremo del silencio, la risa, el llanto?
Este otro tipo de escritura es poética y hace posible la comunicación íntima
para romper el aislamiento cotidiano de los seres, para ponernos en comunicación
entre nosotras: Yo en Buenos Aires, Vos donde sea que estés. Pero este
agenciamiento -pandilla- se trata de muchas más que dos.
La escritura puede ser un movimiento irreductible, un movimiento mediante el cual alguien dice “no obedezco más” y arroja a la cara de un poder que estima injusto el riesgo de su vida como era conocida hasta ese momento, de su inteligibilidad social, porque prefiere -y desea- el riesgo de la muerte a la certeza de tener que obedecer.
Amo AmoR, no te obedezco más: tu pretendida evidencia natural puede ser criticada y destruida; o acaso no es innegable que algunos temas han sido construidos durante cierto momento de la historia. Por ello, algunas personas que afectadas mutuamente pueden salirse del circuito de la semiótica amatoria romántica devienen algo más, se tornan afines: mucho más libres de lo que se siente, de lo se acepta como evidencia.
Arremetemos viajeras -entonces- contra la idea de necesidades universales en la existencia humana, contra la noción de humanidad - ¿Qué es lo humano? ¿Quiénes sus monstruos que entregan las credenciales en la puerta del nacimiento, y dicen “mujer”?- para mostrar la arbitrariedad de las instituciones y la violencia de los instituidos y para poder concebir cuál es el espacio de libertad del que todavía podemos disfrutar, y qué cambios todavía podemos realizar.
Viajamos y migramos a lo desconocido, a la incertidumbre para comprobar especialemnte que aquello que creíamos único e irrepetible es solo una ficción que también a se nos aplica. Ni únicas ni irrepetibles, el chispazo que puede hacer encender la mecha del gusto por otro cuerpo, se puede encontrar en muchos cuerpos y muchos lugares, incluso los menos pensados, a las afines y las compañeras de ruta.
Este encuentro entre amigas se trata de un viaje que destruye y construye -deconstruye- los afectos y los modos de afectación hasta ahora conocidos como “Amor” y “Enamoramiento” para devenir más sinceros, más profundos, más fuertes. Para vivir hoy como desearíamos vivir mañana el mundo nuevo que habita en nuestros corazones.
La escritura puede ser un movimiento irreductible, un movimiento mediante el cual alguien dice “no obedezco más” y arroja a la cara de un poder que estima injusto el riesgo de su vida como era conocida hasta ese momento, de su inteligibilidad social, porque prefiere -y desea- el riesgo de la muerte a la certeza de tener que obedecer.
Amo AmoR, no te obedezco más: tu pretendida evidencia natural puede ser criticada y destruida; o acaso no es innegable que algunos temas han sido construidos durante cierto momento de la historia. Por ello, algunas personas que afectadas mutuamente pueden salirse del circuito de la semiótica amatoria romántica devienen algo más, se tornan afines: mucho más libres de lo que se siente, de lo se acepta como evidencia.
Arremetemos viajeras -entonces- contra la idea de necesidades universales en la existencia humana, contra la noción de humanidad - ¿Qué es lo humano? ¿Quiénes sus monstruos que entregan las credenciales en la puerta del nacimiento, y dicen “mujer”?- para mostrar la arbitrariedad de las instituciones y la violencia de los instituidos y para poder concebir cuál es el espacio de libertad del que todavía podemos disfrutar, y qué cambios todavía podemos realizar.
Viajamos y migramos a lo desconocido, a la incertidumbre para comprobar especialemnte que aquello que creíamos único e irrepetible es solo una ficción que también a se nos aplica. Ni únicas ni irrepetibles, el chispazo que puede hacer encender la mecha del gusto por otro cuerpo, se puede encontrar en muchos cuerpos y muchos lugares, incluso los menos pensados, a las afines y las compañeras de ruta.
Este encuentro entre amigas se trata de un viaje que destruye y construye -deconstruye- los afectos y los modos de afectación hasta ahora conocidos como “Amor” y “Enamoramiento” para devenir más sinceros, más profundos, más fuertes. Para vivir hoy como desearíamos vivir mañana el mundo nuevo que habita en nuestros corazones.
de las
traducciones*
¿traducir?: traslucir
¿lucir el traslar, el trasladar?
trasladar inmediaciones
¿cómo me traduzco que incide en mí
que hoy haya muerto bette davis?
traducir lo que se despertó
en mí
traslucir lo que en mí se despertó
despertó: estaba dormido
estaba
estaba para ser despertado
¿lucir el traslar, el trasladar?
trasladar inmediaciones
¿cómo me traduzco que incide en mí
que hoy haya muerto bette davis?
traducir lo que se despertó
traslucir lo que en mí se despertó
despertó: estaba dormido
estaba
estaba para ser despertado
*De Rolando Revagliatti.
revadans@yahoo.com.ar
*
Inventren Próxima
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