jueves, 1 de julio de 2010
Entre la pluma y el balón
Somos un producto social, igual el arte, igual la literatura. No podemos eludir este destino, aunque busquemos una torre de marfil o metamos la cabeza en un hoyo para olvidar al mundo (y conste que muchos lo intentamos): los otros están ahí. Hoy, un tema se abre paso entre la sociedad (a la fuerza, si quieren), circula por las calles, recorre todos los sitios, empujado por la avasalladora maquinaria de los medios. Es la realidad que ellos han creado, como decía Luhmann, y de la que difícilmente podemos evadirnos. Hoy se llama mundial de futbol, mañana se llamará olimpiada o tendrá otro nombre. Está ahí: vendiendo playeras, enormes pantallas de resolución extraordinaria, servicios especiales de televisión por cable; adjuntándose a la imagen y promoción de cualquier tipo de producto, o incluyéndose en la agenda del presidente, de los gobernadores y de muchos políticos que aprovechan la ocasión para dar entretenimiento (circo, dirían otros), “sano esparcimiento” y diversión a las familias mexicanas. A la luz de esta estrategia de evasión y olvido de los problemas nacionales (que son abrumadores y de los que todos queremos huir, aunque no podamos), se entiende que se dispongan facilidades en las escuelas y en las oficinas públicas, y que se instalen enormes pantallas en plazas, para ver los partidos del seleccionado mexicano. El tema, sin duda, tiene presencia. Aparte de lo meramente mercantil, el futbol es hoy una manifestación social. Su práctica rebasa el ámbito deportivo. Como todas las competencias es un espacio para la confrontación, para la gesta heroica, para el deshago de emociones. Fácil es ponerse del lado de alguno de los contendientes. Y cuando se asume una posición, es lógico que se confronte a las otras, y que se formen grupos que aglutinen a los seguidores del mismo adversario. Si, además, el competidor encarna un barrio, una región, una ciudad o un país, la relevancia se multiplica al oponer multitudes. En este particular caso, el grupo de seleccionados representa también la dignidad y el orgullo nacional. Sus triunfos son los triunfos de todos, sus derrotas nos agravian por igual. No es cosa menuda el asunto. Por todo esto, no debe resultar extraño que el tema haya motivado a más de un escritor a dedicar tiempo y cuartillas, y que con sus letras dejen testimonios y pormenores, igual que como lo han hecho con otras prácticas deportivas, de esta pasión. En la lista están, entre otros muchos, Camus, Céline, Rilke, Nabokov, Grass, Alberti, Miguel Hernández, Cela, Benedetti, Galeano y Juan Villoro, quien es el autor de Dios es redondo, material que ahonda en esta afición. Claro que para muchos intelectuales lo popular, lo que mueve a las masas, es desdeñable, por ser producto exclusivo de la manipulación mediática y, por añadidura, ideológica. Lo cierto es que, independientemente de ello, detrás del futbol está el hombre y la sociedad donde él se mueve, es decir, el protagonista, el pretexto y la razón, el punto de partida de los escritores.
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